El 3 de Diciembre de 2015 se
reunió el Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo (BCE), máximo órgano
ejecutivo del gran rector de la política monetaria europea conjuntamente con el
Sistema Europeo de Bancos Centrales. A comienzos del mismo año, en el mes de
marzo, el BCE decidió imitar a su homólogo estadounidense, la Reserva Federal,
poniendo en marcha el mecanismo de las “Quantitative easing” (QE) o programas
de compra masiva de deuda para reactivar la economía europea y evitar la temida
deflación o bajada generalizada de precios. Aunque la medida –excepcional por
su propia naturaleza- nació con una esperanza de vida de no más de tres meses,
aquel 3 de diciembre, el director del BCE anunció que se prolongaría hasta
2017. Añadió que a partir de ese día, se compraría no sólo deuda pública de los
estados soberanos sino también la emitida por los gobiernos regionales y
locales. Encima de la mesa había 60.000 millones de euros para gastar cada mes
y que subieron a 80.000 en marzo de 2016.
El mismo día de aquel mes de
diciembre, Mario Draghi –director del BCE- anunció otras dos medidas
relevantes. La primera que penalizaba a los bancos con dinero de sobra pero que
no lo prestaban a familias y empresas. Para ello fijó en el -0.3 % la “multa”
que cobraba a los bancos que depositaban sus excedentes de liquidez diarios en
el BCE como señal para que lo utilizasen en forma de préstamos a la economía
privada. La otra media es que cada vez que venciese un título de deuda
previamente comprado por el BCE a través de su programa de compras al Sector
Público (Public Sector Purchase Programme) reinvertiría la cantidad en nueva
compra de deuda pública. Es posible que en 2018 veamos la retirada de este tipo
de medidas no convencionales de expansión monetaria (“tapering” por su nombre
en inglés). Los expertos abonan la teoría que el programa de compras masivas se
limitará a 40.000 millones de euros al mes y hasta es posible que, siguiendo la
estela de la Reserva Federal, el BCE comience a subir los tipos de interés. De
lo que no cabe duda es que aquel 3 de Diciembre de 2015, Draghi, dejó bien
claro que las medidas de expansión monetaria heterodoxas (la QE, la LTRO y la
TLTRO) no tenían ninguna prisa en desaparecer de la agenda del gran banco
central europeo.
El próximo 6 de diciembre la
Comisión Europea propondrá convertir el Mecanismo de rescate europeo (Mede) en
un fondo de estabilización permanente. En definitiva se va a crear la versión
europea del Fondo Monetario Internacional con medio billón de euros como cantidad
movilizable de forma inmediata e incluso ampliable hasta un 20%. En caso de
reeditarse crisis de deuda soberana como las que azotaron a Grecia, Portugal,
Irlanda o Chipre, el nuevo Fondo rescatará países a cambio de ajustes, actuando
como cortafuegos para cerrar bancos y completar así la unión bancaria.
En mitad de estas dos fechas, los
medios de comunicación públicos andaluces han otorgado a la fecha del 4 de
Diciembre una proyección desconocida. Una fecha eclipsada por el 28 de Febrero
y hasta ahora sólo reivindicada por el testimonial nacionalismo andaluz. Se
pretende azuzar un identitarismo de manual al que acompaña todo un despliegue
mediático orientado a elevar a la categoría de mito la figura del joven Manuel
José García Caparrós, muerto en la manifestación celebrada en Málaga el 4 de
Diciembre de 1977. Pese al empeño que los guionistas oficiales de la
reivindicación del 4D en que el identitarismo andaluz no genera odio como
aquellos otros que sostienen el desafío a la Nación Española, a nadie se le
escapa que detrás de esto no hay más que una –a mi juicio- equivocada forma de
equilibrar las demandas catalanas y vascas. Una forma que no hace otra cosa que
emular el café para todos que llevó a García de Enterría a desarrollar el
Título VIII de la Constitución por unos derroteros que jamás dieron por
satisfechos a los “particularismos” pues su propia esencia nos hace
insaciables.
Después de décadas limitado al
microscópico secesionismo andaluz, la reivindicación oficial y con dinero
público del 4D parece diseñada para que la vean en Bruselas, pero no los mismos
que dos días después van a impulsar el FMI de la Unión Europea, sino para que
la vea Puigdemont y el resto de exconsejeros huidos. El identirarismo difícilmente
escapa de la tentación supremacista. El andaluz tampoco.
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