miércoles, 6 de enero de 2021

SAMBENITOS (Publicado el 24/12/2018 en La Razón)

 

Los expertos asumen que las bases del Estado del Bienestar británico tienen su pilar inicial en el conocido como Primer Informe Beveridge publicado el 2 de diciembre 1942 por Sir William Henry Beveridge. Fue tal el éxito de este informe de 299 páginas que cuando se puso a la venta la cola para comprarlo en la tienda del gobierno británico medía más de una milla. Acabó  vendiendo medio millón de ejemplares. Bruce Caldwell nos ayuda a entender el éxito del Informe Beveridge cuando en su Introducción a la edición definitiva del libro, al que ahora me referiré, escribe que los sacrificios comunes que necesitó la (primera) guerra (mundial) crearon el sentimiento de que todo debería ser repartido de forma más igualitaria en la reconstrucción posterior. Aunque Caldwell no lo señala, la misma reflexión puede seguirse en el libro Tempestades de acero de Ernst Jünger publicado de forma limitada en 1920 y de manera comercial en 1924.

Hoy resulta difícil encontrar a alguien que discuta que las prestaciones públicas incluidas en el elástico concepto de “Estado del Bienestar” forman parte del patrimonio de las sociedades desarrolladas e incluso no pocos esfuerzos se han encauzado hacia constitucionalizarlos detalladamente. No siempre ha sido así y, probablemente, los números obliguen pronto a revisarlo.

Lo que expongo tiene que ver con la actual coyuntura política regional en Andalucía. Efectivamente, no siempre se aceptó este estado de cosas. Concretamente, en 1930, cuando William Henry Beveridge era el director de la London School of Economics, recibió un informe de Friedrich August von Hayek en el que discutía la tesis de que el Nacional-Socialismo, entonces en auge, era una reacción del sistema capitalista frente al socialismo. La tesis de Hayek, abiertamente contraria al luego inspirador del sistema de la Seguridad Social británica, era que el Nacional-Socialismo era un “auténtico movimiento socialista”. Hayek era entonces un joven vienés recién llegado a Londres para dar unas conferencias sobre teoría monetaria.

La historia de aquel informe de Hayek a Beveridge fue la de hacerlo engordar hasta publicarse, el 10 de marzo de 1944, con el título de “Camino de servidumbre”. Sobre la tesis de la similitud esencial entre Socialismo y Nacional-Socialismo, Hayek sostenía que toda expansión del Estado sobre la Economía conduciría necesariamente a un estado totalitario y esa transición no era otra que recorrer por un camino hacia la servidumbre del individuo al Estado. La tesis de Hayek iba absolutamente en contra del pensamiento más extendido en la sociedad occidental de la época. Este sentimiento casi universal de la intelillegentsia de los años treinta era que un sistema económico planificado representaba la “tercera vía” entre un capitalismo fracasado tras el crack de 1929 y los totalitarismos de izquierda y derecha.

Naturalmente, la visión de las cosas de Hayek no podía más que chocar con las propuestas de política económica de Keynes quien en el prólogo a la edición alemana a su libro la Teoría General escribió “la teoría de la producción en su conjunto, que es lo que el siguiente libro pretende ofrecer, es mucho más fácil de adaptarse a las condiciones de un estado totalitario, que la teoría de la producción y distribución de una producción dada bajo condiciones de libre competencia y de laissez faire”. Ningún keynesiano (ni moderado ni entusiasta) quiere hoy recordar estas palabras de respaldo a un sistema político tan abyecto. Pero los divulgadores liberales sí se ocupan de evidenciar la paradoja de reivindicar las recetas económicas intervencionistas desvinculándolas absolutamente de su uso por sistemas totalitarios. Otro tanto cabe decir de los economistas de la Escuela de Chicago que asesoraron gobiernos en Hispanoamérica de cuyo programa político al margen del económico, abominan ahora.

El aplauso socialmente extendido a un director o planificador económico central que denunció Hayek en 1944 sirvió para afirmar al historiador francés Élie Halévy que era posible imaginar un acuerdo entre personajes tan ideológicamente dispares como el estadista inglés Lord Eustace Percy, Sir Oswald Mosley (inicialmente conservador, luego ministro laborista y, finalmente, líder de la Unión Británica de Fascistas y Sir Stafford Cripps (político laborista expulsado del partido por su radicalización en apoyo del Frente Popular).

Como vemos, la Historia nos dice que hay liberales que advierten de la servidumbre a un Estado del Bienestar hoy generalmente aceptado y keynesianos que no hicieron ascos a sistemas totalitarios. Lo que casi todos hacen es repartir etiquetas a modo de sambenitos o estigmas para descreditar al contrario sin reparar en que el devenir de las ideas ha coexistido con momentos absolutamente oscuros. Unas sociedades han salido de sus páramos morales con verdadero deseo de reconciliación y de no repetirlos. En otras caminamos sin remedio a reavivar los odios.

Carlos Rodríguez Braun en el prólogo a la edición española de 2008 de Camino de Servidumbre concluye que lo que Hayek no supo ver fue la enorme capacidad de la democracia para legitimar el poder de un Estado intervencionista y redistribuidor que no seguiría los esquemas de Carlos Marx sino, más bien, de Keynes. Naturalmente de un Keynes diferente del que redactó el prólogo a la edición alemana de su Teoría General.

Sin embargo, cuando debutó la crisis financiera entre 2007 y 2008, casi todos miraron al Estado. Principalmente a los bancos centrales en tanto que prestamistas de última instancia. Ahora, comienza la retirada. El Banco Central Europeo ha vuelto a confirmar el final de su programa de compra masiva de deuda pública de los estados europeos. Un programa que ha supuesto una cantidad de 2.6 billones de euros.

Ahora se pide, en el nivel regional, una menor presencia del sector público pero nadie discute lo que en su núcleo duro se consideran prestaciones del Estado del Bienestar (ese con el que comenzamos nuestro artículo). Lo que está sobre la mesa son cuestiones diferentes como ¿quién debe ocuparse de qué? además de otras actividades asumidas por el sector público pero que tienen más que ver con el bienestar personal de los beneficiarios que con aquello que hizo vender 500.000 ejemplares del Informe Beveridge.

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