Preguntó por aquel chico listo y
le señalaron donde estaba.
En los primeros años de lo que
llevamos de siglo, Europa decidió cambiar su sistema de enseñanza
universitaria. Los puntos de partida arrancaban del final del siglo XX con las
denominadas declaraciones de la Sorbona en 1998 y de Bolonia en 1999. España se
subió inmediatamente al carro y comenzó a diseñar su propia hoja de ruta para
lo que hoy es el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Entre otras
acciones se preguntó a los antiguos alumnos universitarios (ahora llamados
egresados) acerca de en qué medida para los trabajos que realizaban habían sido
necesarios sus estudios universitarios. Limitándome al ámbito de la Economía el
29 % de los antiguos diplomados en empresariales en España consideraban que
para el trabajo que realizaban no eran necesarios sus estudios universitarios.
Entre los antiguos licenciados en Administración y Dirección de Empresas, eran
un 16,8 % los titulados que declaraban realizar trabajos que no se
correspondíann con su formación universitaria. Esto debió alertar a los
diseñadores de la hora de ruta española de adaptación al EEES sobre la magnitud
del problema de la sobrecualificación de parte de la población ocupada. Un problema
con un grave impacto sobre la calidad de la gestión del gasto público toda vez
que la mayoría de los estudiantes universitarios en España lo son de una
universidad pública y la mayor parte del coste de sus estudios se financia vía
presupuestos públicos con los impuestos de todos los contribuyentes.
La Unión Europea (UE) ha alertado
recientemente acerca que de que el problema de la sobrecualificación en España
no ha hecho más que aumentar extraordinariamente. La información la ha
elaborado la oficina de estadística de la UE –EURSOSTAT- y es de acceso libre
(*). Los datos de Eurostat miden el porcentaje de trabajadores en cada sector con
estudios superiores (licenciatura o grado) y cuántos de ellos no necesitan tal
cualificación para el puesto que desempeñan. Los datos de la estadística son de
2016.
El caso más grave de sobrecualificación
en España aparece en el sector del transporte y almacenamiento. Los datos son
contundentes y así lo subraya Javier G. Jorrín en un interesante artículo; el
70,5% de los trabajadores con estudios de este sector ocupaba puestos que no
requerían esa cualificación. Por ejemplo, advierte Jorrín, nos podemos
encontrar a un ingeniero trabajando de almacenista. La media de
sobrecualificación europea para este mismo sector está en el 43%.
Otro ejemplo ilustrativo es el
del sector de la construcción donde el 57,4% de los trabajadores con estudios
ocupa puestos que no necesitan cualificación (la media europea es aquí del
29,5%). En este caso nos podríamos encontrar con un arquitecto trabajando como
peón de obra.
No es posible atribuir el
problema de la sobrecualificación a la crisis iniciada en 2008 porque también
azotó al resto de países europeos en mayor o menor medida. España tiene razones
diferenciales que deben explicar este problema tan severo. Yo apuntaré dos
aunque la segunda es más una percepción que otra cosa.
Precisamente en los años en los
que se preguntaba a los diplomados y licenciados en empresariales por la
utilidad de sus estudios, se comenzaron a diseñar los nuevos planes de estudio
para adaptar la universidad española al EEES. En otras palabras y en buena
medida, para pasar de las licenciaturas e ingenierías a los grados
universitarios. La mayoría de los nuevos planes de estudio se inspiraron en los
llamados “libros blancos” de cada enseñanza que elaboraba la Agencia Nacional
de la Calidad y la Acreditación (ANECA). Esos libros blancos estaban
fundamentados –entre otras aportaciones- en encuestas sobre la utilidad
profesional de las enseñanzas con el objetivo de que el contenido de los nuevos
planes favoreciese desarrollos profesionales satisfactorios y, por supuesto,
alejados de la sobrecualificación. En el caso concreto del Libro blanco sobre
Economía y Empresa, el tamaño de la muestra para una cuestión tan significativa
que luego influiría en decenas de miles de estudiantes fue de 295 personas (48
egresados, 52 empleados, 31 empleadores y 164 profesores). En el preámbulo del
libro los propios redactores ya advertían de esta debilidad. Aun así, la
urgencia por adaptarse al EEES pesó más.
La segunda razón que explica la
sobrecualificación es la extendida indolencia que abrasa a la juventud española
y a buena parte de la sociedad. Esta es una percepción mía pero siempre
recuerdo la anécdota del ex presidente regional Manuel Chaves cuando fue a
inaugurar el curso universitario a la Universidad de Almería (la respuesta
hubiera sido la misma en cualquier otra). Chaves preguntó al alumnado acerca de
dónde querrían trabajar al finalizar sus carreras; la respuesta masiva fue para
la Junta de Andalucía. Yo añadiría, fuese de lo que fuese.
Hace unos días me contaba un
compañero catedrático de Economía que había tenido la oportunidad de visitar un
instituto de Formación Profesional en el que había debutado su vida laboral
hacía más de tres décadas. Allí tuve –me contó- al alumno más brillante que
había tenido en su dilatada carrera. Nada más llegar al instituto preguntó por
él. Le señalaron al conserje.
No sé si la carrera truncada de
aquel talento malogrado obedeció a un tropiezo o a alguna tragedia. El mundo
está repleto de ejemplos de personas que renunciaron a sí mismas porque un día
llegaron a casa y se encontraron con sus progenitores muriéndose a chorros, con
varios hermanos pequeños y con la alacena vacía. Pero no es menos cierto que
cuando la meritocracia deja de ser la vía central de prosperidad profesional,
la indolencia acaba empujando d acomodarse en empleos para los que sobraron los
años de universidad. Años que pagaron todos los contribuyentes con su esfuerzo
y recursos que hubieran tenido otros usos mucho más útiles para el conjunto de
la sociedad.
(*)https://ec.europa.eu/eurostat/web/skills/background/experimental-statistics
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