viernes, 1 de enero de 2021

CAMINO DE LA ARCADIA ANDUVIERON HACIA BARATARIA (Publicado el 06/11/2017 en La Razón)

 


Sacar el dinero antes que los demás es el comportamiento racional que lleva a los depositantes a retirar sus ahorros del banco cuando entran en pánico ante una posible quiebra. Aunque la entidad financiera no tenga problemas ni de liquidez ni de solvencia puede verse afectada por el riesgo de otros bancos. El riesgo atribuido a sólo alguna entidad financiera acaba provocando la retirada de fondos tanto de las entidades expuestas al riesgo como de las solventes. Antes de que tuviésemos los actuales bancos centrales que actúan como prestamistas de última instancia, la racionalidad individual de retirar los fondos acababa produciendo la irracionalidad colectiva con el resultado de que un banco sin problemas de riesgo, acabara quebrando. La racionalidad individual llevaba a una irracionalidad colectiva provocando lo que se conoce como profecía que se autocumple; el depositante piensa que hay riesgo de quiebra, retira sus fondos, otros depositantes lo imitan y, finalmente, el banco quiebra.

El secesionismo catalán visto desde una perspectiva principalmente económica ha planteado una situación diferente en forma de irracionalidad individual y de racionalidad colectiva. Justo lo contrario que en un pánico bancario. Las pasiones –y el sentimiento nacionalista no es una pequeña- son tan humanas como proclives a empujarnos a comportamientos irracionales. Con frecuencia provocan un exceso de optimismo como el que sufre el que, ciego de amor, es incapaz de advertir comportamientos desleales en la otra persona.

El exceso de optimismo nos lleva a creernos mejores que los demás. Por ejemplo, en los años en los que se fraguó el reciente desafío secesionista, España era una Nación cruzada por la corrupción en sus instituciones más emblemáticas. La Casa Real estaba a punto de ver sentados a parte de sus miembros en los Juzgados de Palma de Mallorca, el Partido en el Gobierno tenía a su tesorero en la cárcel recibiendo mensajes de apoyo del Presidente en su teléfono móvil, el principal partido de la oposición junto con los dos sindicatos mayoritarios estaban muy salpicados por el caso de los EREs falsos en Andalucía y el presidente de los empresarios en la cárcel. Con este panorama el exceso de optimismo convenció al independentismo catalán de que era capaz de crear un país con una mejor calidad democrática. Al final del “procés” aguardaba la Arcadia.

Un ejemplo claro de cómo este exceso de optimismo llevó a los intelectuales independentistas a pensar que un Estado Catalán conduciría a un sistema de gobierno de mejor calidad es el artículo que publicó el economista Jordi Galí en La Vanguardia el 14 de Octubre de 2012. No es baladí que el año de publicación fue el peor de la crisis económica iniciada en 2007 pues además de mayor calidad democrática se prometía mayor prosperidad. Jordi Galí pertenece al Grupo Wilson que en palabras de otro reputado economista, José Carlos Díez, es un grupo de economistas formados en las principales universidades norteamericanas encargados de construir el siguiente relato; “Cataluña era clave para España y para Europa y los políticos españoles y europeos pactarían una independencia ordenada”. Relato que se ha demostrado falso.

El artículo de Galí en La Vanguardia motivó –cinco años después- un interesante debate en otro medio de comunicación nacional con Luis Garicano, profesor de Economía en la London School of Economics y actual diputado en el Parlamento español. Como nos ocurre con nuestra memoria cuando encapsula en el olvido recuerdos desagradables, las personas podemos incurrir en un olvido selectivo de la información recibida. Esto nos lleva a dar un tratamiento asimétrico a las buenas y malas noticias que, en el caso concreto del independentismo alcanzó el paroxismo otorgando un tratamiento completamente desigual a la corrupción a la que me he referido antes y a la trama del 3 por ciento o a los delitos que se le imputan a la familia Pujol.

El exceso de optimismo suele venir de la mano de una falta de atención a determinados riesgos. En el caso catalán el mayor de los riesgos minusvalorados ha sido la fuga de empresas que ya representan en 30 % del PIB regional según el economista Fernando Trías de Bes. La irracionalidad puede estar ligada a la medición incorrecta del riesgo. Efectivamente Roland Bénabou escribió que empujado por sus emociones, un agente puede preferir ignorar los riesgos reales a los que se enfrenta aunque sea al precio de tomar malas decisiones. Resulta muy útil releer el artículo de este investigador publicado en 2013 en la Review of Economic Studies.

El exceso de optimismo conduce a la negación de la realidad, una realidad que sigue estando ahí cada mañana al despertar pero que, como en los pánicos bancarios, puede tener un carácter contagioso que lleve a una ceguera colectiva. Bénabou sostiene que es posible que una comunidad en su conjunto pueda sufrir una contagiosa negación de la realidad tan fuerte que la autodestruya como consecuencia de una ceguera colectiva. Esa ceguera colectiva parece haber devorado al catalanismo por el separatismo. Una ceguera que impide ver que ya hoy el independentismo ha destruido el efecto sede de Barcelona lo que implica menos empleo, peores empleos y peores salarios en el futuro. El modelo teórico del independentismo, ha escrito con razón José Carlos Díez, ha sido refutado por la realidad de los hechos.

Pero si en el pánico bancario teníamos una combinación entre la racionalidad individual de quien retiraba depósitos y la irracionalidad colectiva de quienes provocaban la quiebra de incluso los bancos sin riesgo, en el proceso fallido de la independencia catalana la racionalidad colectiva ha contrapesado a la irracionalidad individual. La racionalidad colectiva la han puesto las instituciones internacionales y la propia comunidad mundial. La labor diplomática española ha sido clave tanto por su tradición histórica como por estar asentada en la buena reputación de la cooperación internacional española en aspectos tan diferentes como el desarrollo económico, la ayuda ante catástrofes naturales, la lucha antiterrorista o las acciones de pacificación de zonas en conflicto. Quizá por un afán de autoprotección de la Unión Europea (Juncker dejó bien claro que no quería una Europa con 98 países), quizá por el riesgo de romper los equilibrios geopolíticos en el caso de la OTAN, el independentismo no ha llevado a la irracionalidad de las instituciones colectivas abriéndole la puerta. Al final del “procés” no aguardaba la Arcadia sino la Ínsula Barataria.

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