Sacar el dinero antes que los
demás es el comportamiento racional que lleva a los depositantes a retirar sus
ahorros del banco cuando entran en pánico ante una posible quiebra. Aunque la
entidad financiera no tenga problemas ni de liquidez ni de solvencia puede
verse afectada por el riesgo de otros bancos. El riesgo atribuido a sólo alguna
entidad financiera acaba provocando la retirada de fondos tanto de las
entidades expuestas al riesgo como de las solventes. Antes de que tuviésemos los
actuales bancos centrales que actúan como prestamistas de última instancia, la
racionalidad individual de retirar los fondos acababa produciendo la
irracionalidad colectiva con el resultado de que un banco sin problemas de
riesgo, acabara quebrando. La racionalidad individual llevaba a una
irracionalidad colectiva provocando lo que se conoce como profecía que se
autocumple; el depositante piensa que hay riesgo de quiebra, retira sus fondos,
otros depositantes lo imitan y, finalmente, el banco quiebra.
El secesionismo catalán visto
desde una perspectiva principalmente económica ha planteado una situación
diferente en forma de irracionalidad individual y de racionalidad colectiva. Justo
lo contrario que en un pánico bancario. Las pasiones –y el sentimiento
nacionalista no es una pequeña- son tan humanas como proclives a empujarnos a
comportamientos irracionales. Con frecuencia provocan un exceso de optimismo
como el que sufre el que, ciego de amor, es incapaz de advertir comportamientos
desleales en la otra persona.
El exceso de optimismo nos lleva
a creernos mejores que los demás. Por ejemplo, en los años en los que se fraguó
el reciente desafío secesionista, España era una Nación cruzada por la
corrupción en sus instituciones más emblemáticas. La Casa Real estaba a punto
de ver sentados a parte de sus miembros en los Juzgados de Palma de Mallorca,
el Partido en el Gobierno tenía a su tesorero en la cárcel recibiendo mensajes
de apoyo del Presidente en su teléfono móvil, el principal partido de la
oposición junto con los dos sindicatos mayoritarios estaban muy salpicados por
el caso de los EREs falsos en Andalucía y el presidente de los empresarios en
la cárcel. Con este panorama el exceso de optimismo convenció al independentismo
catalán de que era capaz de crear un país con una mejor calidad democrática. Al
final del “procés” aguardaba la Arcadia.
Un ejemplo claro de cómo este
exceso de optimismo llevó a los intelectuales independentistas a pensar que un
Estado Catalán conduciría a un sistema de gobierno de mejor calidad es el
artículo que publicó el economista Jordi Galí en La Vanguardia el 14 de Octubre
de 2012. No es baladí que el año de publicación fue el peor de la crisis económica
iniciada en 2007 pues además de mayor calidad democrática se prometía mayor
prosperidad. Jordi Galí pertenece al Grupo Wilson que en palabras de otro
reputado economista, José Carlos Díez, es un grupo de economistas formados en las
principales universidades norteamericanas encargados de construir el siguiente
relato; “Cataluña era clave para España y para Europa y los políticos españoles
y europeos pactarían una independencia ordenada”. Relato que se ha demostrado
falso.
El artículo de Galí en La
Vanguardia motivó –cinco años después- un interesante debate en otro medio de
comunicación nacional con Luis Garicano, profesor de Economía en la London
School of Economics y actual diputado en el Parlamento español. Como nos ocurre
con nuestra memoria cuando encapsula en el olvido recuerdos desagradables, las
personas podemos incurrir en un olvido selectivo de la información recibida.
Esto nos lleva a dar un tratamiento asimétrico a las buenas y malas noticias
que, en el caso concreto del independentismo alcanzó el paroxismo otorgando un
tratamiento completamente desigual a la corrupción a la que me he referido antes
y a la trama del 3 por ciento o a los delitos que se le imputan a la familia
Pujol.
El exceso de optimismo suele
venir de la mano de una falta de atención a determinados riesgos. En el caso
catalán el mayor de los riesgos minusvalorados ha sido la fuga de empresas que
ya representan en 30 % del PIB regional según el economista Fernando Trías de
Bes. La irracionalidad puede estar ligada a la medición incorrecta del riesgo. Efectivamente
Roland Bénabou escribió que empujado por sus emociones, un agente puede
preferir ignorar los riesgos reales a los que se enfrenta aunque sea al precio
de tomar malas decisiones. Resulta muy útil releer el artículo de este
investigador publicado en 2013 en la Review of Economic Studies.
El exceso de optimismo conduce a
la negación de la realidad, una realidad que sigue estando ahí cada mañana al
despertar pero que, como en los pánicos bancarios, puede tener un carácter
contagioso que lleve a una ceguera colectiva. Bénabou sostiene que es posible
que una comunidad en su conjunto pueda sufrir una contagiosa negación de la
realidad tan fuerte que la autodestruya como consecuencia de una ceguera
colectiva. Esa ceguera colectiva parece haber devorado al catalanismo por el
separatismo. Una ceguera que impide ver que ya hoy el independentismo ha
destruido el efecto sede de Barcelona lo que implica menos empleo, peores
empleos y peores salarios en el futuro. El modelo teórico del independentismo,
ha escrito con razón José Carlos Díez, ha sido refutado por la realidad de los
hechos.
Pero si en el pánico bancario
teníamos una combinación entre la racionalidad individual de quien retiraba depósitos
y la irracionalidad colectiva de quienes provocaban la quiebra de incluso los
bancos sin riesgo, en el proceso fallido de la independencia catalana la
racionalidad colectiva ha contrapesado a la irracionalidad individual. La
racionalidad colectiva la han puesto las instituciones internacionales y la
propia comunidad mundial. La labor diplomática española ha sido clave tanto por
su tradición histórica como por estar asentada en la buena reputación de la
cooperación internacional española en aspectos tan diferentes como el
desarrollo económico, la ayuda ante catástrofes naturales, la lucha
antiterrorista o las acciones de pacificación de zonas en conflicto. Quizá por
un afán de autoprotección de la Unión Europea (Juncker dejó bien claro que no
quería una Europa con 98 países), quizá por el riesgo de romper los equilibrios
geopolíticos en el caso de la OTAN, el independentismo no ha llevado a la
irracionalidad de las instituciones colectivas abriéndole la puerta. Al final
del “procés” no aguardaba la Arcadia sino la Ínsula Barataria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario