La mayor parte de las políticas
de ahorro o eficiencia energética no tienen en cuenta el efecto rebote que
produce un abaratamiento de los precios consecuencia del menor coste de
producción. Esta es una cuestión muy debatida a nivel académico aunque el debate
no se haya trasladado apenas a medidas de política energética. Lo que resulta
verdaderamente sorprendente es analizar el efecto rebote no como algo negativo
sino todo lo contario. El ahorro energético, a pesar del efecto rebote, puede
ser un revulsivo para el crecimiento económico.
La idea básica es la siguiente.
Cuando una familia o una empresa introducen una mejora tecnológica que le
permite hacer lo mismo reduciendo su consumo energético puede considerar que su
consumo se le abarata. De manera similar a como respondería ante la reducción
del precio de cualquier bien, la familia o la empresa pueden reaccionar
aumentando su consumo de energía y a esto los expertos le llaman efecto rebote
directo. Además de esto, las empresas y los hogares pueden aumentar su ahorro
como consecuencia de reducir su factura energética. Parte de ese ahorro puede
ahora emplearse en la adquisición de nuevos bienes y servicios para cuya
producción también se necesita consumir energía. Este último consumo adicional de
energía añade un nuevo efecto rebote al que los expertos llaman indirecto.
El economista español Jaume
Freire-González ha estimado para la economía española cuánto ahorro energético
no llega verdaderamente a producirse como consecuencia de la suma de los
efectos rebote; directo e indirecto. Para este joven economista afincado en la
Universidad de Harvard, entre el 30 y el 50 % del ahorro energético que los
hogares podrían lograr no llega a producirse. Pablo Arocena, Antonio Gómez y
Sofía Peña llegan a conclusiones parecidas. Particularmente calculan que el
consumo final de los hogares de electricidad aumentaría un 1.12 % partiendo del
supuesto de que el sistema productivo español mejora su eficiencia energética
en un 10%. En el mismo estudio estos investigadores concluyen que la demanda de
gas por las familias aumentaría un 1.28 %, un 1.37 % los derivados del petróleo
y un 1.35 % el consumo de carbón.
La cuestión final es que, en sus
cálculos, Arocena estima que el PIB español aumentaría un 1,22 % si los
requerimientos energéticos del sistema productivo nacional por cada producto
fabricado se redujesen en un 10 % (la mitad de lo requerido por la Directiva
Europea H2020). Paradójicamente, las medidas orientadas a reducir el consumo
energético por unidad de producto acaban actuando como un estímulo al
crecimiento económico a pesar de no estar diseñadas para eso sino para reducir
las emisiones de gases de efecto invernadero. La pregunta clave es ¿este
resultado es bueno o malo?
La respuesta, como casi siempre
es, depende. De entrada, hay que ser cautos cuando los cálculos ingenieriles
nos dicen que tal dispositivo consume menos electricidad o tal vehículo menos
combustible. Aisladamente puede ser cierto pero macroeconómicamente debería
matizarse. Es posible incluir medidas que reduzcan el efecto rebote (por
ejemplo aumentar los impuestos sobre el consumo de energía). También es posible
diseñar las políticas de eficiencia energética de forma más creíble dando por
hecho que siempre va a haber algún efecto rebote. Por ejemplo, el Departamento
de energía y cambio climático del Reino Unido descontó el 15 % de los ahorros
potenciales que las mejoras tecnológicas permitían debido al “efecto confort”
en los hogares. Este efecto estaba asociado al hecho de que un menor consumo de
energía por calefactor hacía que los hogares británicos elevasen la temperatura
interior de las viviendas.
La cuestión clave no sólo es
determinar la magnitud del efecto rebote –de por sí importante- sino, sobre
todo, aprovechar que la mejora de la eficiencia energética puede actuar como un
estímulo para el crecimiento económico que a su vez debe ser abastecido por un
sistema energético menos contaminante, barato y seguro.
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