Corría el segundo trimestre del
año 2007 cuando la expansión económica asociada al acceso barato al crédito y
al tirón de la construcción bajaba la tasa de paro de la economía española al 7,93
%, la más baja de todo el periodo de vacas gordas. Ahora se acaban de celebrar
los datos del último trimestre de 2018 con los que la Encuesta de Población
Activa deja la tasa de paro en el 14,45 %; aproximadamente el doble del mejor
resultado pero significativamente más baja del pico máximo del 26,94 %
alcanzado en el primer trimestre de 2013.
Efectivamente se acorta la
distancia entre el mejor resultado de los años de bonanza económica y el actual
pero no de la misma forma para todos. Por ejemplo, el rango de edad para el que
la distancia se reduce más es el que corresponde a los parados de entre 40 a 44
años ya que con un 11.27 % de desempleo se está cinco puntos por encima del
mejor resultado (tercer trimestre de 2007). En cambio, la distancia es muy
grande para los trabajadores de mayor edad. Aquí el cambio tecnológico hace más
difícil encontrar un nuevo empleo para, por ejemplo, las personas que están
entre los 55 y los 59 años. Este grupo registra una tasa de desempleo del 13.61
% a más de ocho puntos de distancia de su mínimo registrado en el tercer
trimestre de 2005. De hecho, cuando se miran con detalle los datos de desempleo
de la EPA, la dificultad para encontrar un nuevo empleo es importante a partir
de los 45 años. Sin embargo, hay que interpretar correctamente este hecho. No
decimos que la tasa de desempleo sea alta a partir de los 45 años. No es
cierto. De hecho para el grupo de edad entre los 45 y los 49 años, la tasa de
desempleo es del 11.57 % frente a una media del 14.45 %. Lo que decimos es que
esa tasa está aún muy lejos (6.24 puntos) del mínimo que registró en el segundo
trimestre de 2006.
Con todo, la mayor bolsa de
desempleo se registra entre los jóvenes con edades comprendidas entre los 16 y
los 19 años con una tasa de desempleo del 46.89 %. Esta gran cifra se explica
en buena medida porque, a diferencia de lo que ocurrió en los años en los que
se gestó la burbuja inmobiliaria, hay mucha menos demanda de empleos para
trabajadores jóvenes y con escasa formación.
Hasta aquí el análisis derivado
exclusivamente de la tan celebrada EPA. Vayamos más allá. En poco más de una
década que marca la diferencia entre los años de bonanza y la trabajosa
recuperación han operado unos cambios rápidos con consecuencias económicas muy
importantes. Hoy compramos de manera generalizada a través del comercio
electrónico, las ciudades están repletas de repartidores de envíos que se
mueven en bicicleta, la posibilidad de imprimir en casa utilizando sistemas de
3D y luego enviarlos a través de plataformas logísticas digitales hace que el
trabajo se realice cada vez de forma más dispersa, etc. En cierta forma se está
conformando una sociedad del “no lugar” en expresión del antropólogo francés Marc
Augé. Estamos en casa pero conectados por videoconferencia o a través de
videojuegos con lugares remotos, compramos ropa o dispositivos electrónico a
través de Amazon, intercambiamos nuestra segunda residencia con otras familias
a cambio de abaratar las vacaciones, los jóvenes hacen “autostop” a través de
una app y asistimos atónitos al enfrentamiento entre taxistas y VTC cuando
quedan pocos años para que nos desplacemos generalizadamente en coches sin
conductor.
La crisis que nos estamos
sacudiendo de encima se está superando en el contexto de una economía nueva en
la que el ritmo del empleo, el crecimiento económico, la productividad de los
trabajadores y los salarios no evolucionan como tradicionalmente. Por ejemplo,
el ritmo del crecimiento económico en España entre 2015 y 2017 ha sido
vigoroso; 3.4 %, 3.2 % y 3 %, respectivamente, pero no suficiente para
recuperar el empleo destruido por la crisis económica. Esto es razonable pues
en tres años no se recupera más de una década.
Mucho más preocupante es lo que
ocurre con los salarios. Para esto resulta de gran ayuda seguir la pista a lo
que estadísticamente se denomina el salario más frecuente entre los
trabajadores. Pero hagamos las comparaciones sin espejismos, esto es,
comparando salarios de años anteriores con los salarios más recientes pero en
términos de poder adquisitivo.
El Instituto Nacional de
Estadística ofrece datos de los salarios más frecuentes para el periodo 2009 a
2016. Pues bien, el salario anual más frecuente en los hombres en el año 2009
era de 18.438 euros mientras que en 2016 fue de 17.911,71 euros; ambas
cantidades están medidas en términos de poder de compra para precios de 2018.
Para una mujer las cifras son de 16.199 y 13.810 euros, respectivamente. Sin
embargo, el paro en 2009 era mayor que ahora (18.6 % frente al 14.4 %). En
definitiva, el desempleo se ha reducido en más de dos puntos y los salarios se
han reducido en un 3 % para los hombres y casi en un 15 % para las mujeres.
Para mayor preocupación, téngase en cuenta que la Población activa española en
2009 era de 23,22 millones de personas y en 2018 de 22.86 millones. El resumen
es, tenemos hoy menos personas dispuestas a trabajar que en los peores años de
la crisis, las cifras de empleo son notablemente mejores pero los salarios han
reducido el poder de compra de los empleados. Los expertos apuntan a un término
al que se debe prestar gran atención, tanto desde el sistema educativo como
desde quienes diseñan las políticas de reinserción laboral. El término es “soft
skills” para describir con ello a los tipos de trabajo en los que la atención
personalizada hace difícilmente sustituible al trabajador por un robot con
inteligencia artificial. Esta es una buena hoja de ruta para evitar los “no
lugares”.
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