Casi a diario nos vemos sometidos
a un bombardeo de datos económicos que mezclan en un indigesto gazpacho de
verano información sobre los avisos de guerra comercial entre EE.UU. y China,
anuncios de programas de expansión monetaria del Banco Central Europeo (BCE) y,
en definitiva, una sucesión de hechos geopolíticos diversos de entre los que
sobresale la nueva configuración de Europa tras el Brexit. Como el asesor
financiero fullero que intenta explicarte mezclando estos datos a toda
velocidad por qué tus inversiones con rentabilidad asegurada acaban
disminuyendo tus ahorros, nadie sabe qué de cierto hay sobre una nueva
recesión. No nos sintamos mal. La mayor parte de los economistas no le sabrían
explicar cómo es posible a algunos ahorradores prestar dinero y encima pagar a
sus deudores por ello (tipos de interés negativos).
No son pocos los que sólo hacen
una lectura política de los indicadores; si el gobierno me gusta elijo los
menos malos y si no, los peores. Tampoco busquemos en los índices bursátiles indicios
fiables de lo que va a pasar. A pesar de lo que para la mayoría supone que la
curva de rentabilidades estadounidense se aplane o dé la vuelta (advertencia de
una crisis), entre los propios inversores –unos bajistas y otros alcistas-
abundan los convencidos de que va a pasar una cosa y los que lo están de la
contraria. Cada cual digiere los datos con su mejor capacidad de discernimiento
y aquí va el mío por si gustan.
El crecimiento o disminución de
la actividad económica de cualquier país, del empleo y de la renta de sus
ciudadanos puede verse siguiendo la pista al gasto en consumo interno de las
familias en bienes y servicios, al gasto en inversión, al gasto público y al
saldo de las exportaciones menos las importaciones. Como no todo pesa lo mismo,
lo determinante –a priori- es la suma consolidada. Esta suma consolidada en
España sigue siendo levemente positiva vista a través del indicador sintético
de la actividad económica lo que no ocurre ni en Alemania ni en Italia (primera
y tercera economías europeas sin contar al Reino Unido). El gasto en consumo
sigue creciendo, también el gasto público pero no así el gasto en inversión.
Casi al mismo tiempo la diferencia entre exportaciones e importaciones de
bienes y servicios se volvió negativa después de haber sido un componente clave
en la salida de la crisis en España. A pesar de esto, el indigesto gazpacho
económico se nos repite en el estómago porque se ha instalado en buena parte de
las sociedades occidentales el temor de que viene una economía borrascosa.
¿Tiene fundamento este temor? Para responder a esto los economistas utilizan
los denominados indicadores adelantados. No son pocos y ojo que pueden elegirse
a beneficio de inventario para orlar un discurso ya preconcebido
El más conocido de todos es el
índice de producción industrial, principalmente de bienes de equipo y de bienes
intermedios. La lógica es sencilla, cuando las empresas que comercializan
bienes de consumo final detectan un estancamiento en sus ventas, frenan sus
pedidos de bienes intermedios y detienen sus proyectos de inversión que pasan,
en buena medida, por comprar maquinaria nueva.
¿Está cayendo inequívocamente la
producción industrial en España? Tomemos por ejemplo el índice de Red Eléctrica
de España (IRE) que mide el comportamiento del consumo eléctrico de los grandes
consumidores. Su evolución da una información muy valiosa de la actividad
económica por sectores; la idea básica es que a mayor consumo eléctrico, mayor
actividad pese a los esfuerzos que se están realizando por mejorar la
eficiencia energética que deberían permitir mantener (o aumentar) la
producción) reduciendo el consumo eléctrico. Después de corregir los efectos
del calendario laboral y de las temperaturas, el IRE muestra que la industria
española acumula ya seis trimestres consecutivos de caídas en el consumo
eléctrico hasta el segundo trimestre de 2019. El sector servicios y el de otras
actividades encadenan cuatro trimestres también con menor consumo eléctrico. Si
bosquejamos en los subsectores industriales que lideran la caída del consumo
eléctrico destacan las fábricas de vehículos de motor (este agosto las
matriculaciones cayeron un 30,8 por ciento la mayor caída tras el descenso del
41,27 por ciento en agosto de 2008), la metalurgia y la industria química. En
este último caso hay que prestar especial atención pues el barómetro de la
actividad económica de la industria química es un buen indicador adelantado de
la actividad económica que está por venir. Un apunte más; si se compara la
información del IRE con el comportamiento del Índice de Producción Industrial
(otro indicador adelantado típico), las conclusiones no son tan claras pues si
se corrige por el efecto estacional y de calendario, el índice creció un 1,8
por ciento entre junio de 2018 y el mismo mes de 2019.
¿Y si las familias tienen que
apretarse el cinturón? ¿Caerá el consumo interno tanto como en la reciente
crisis? Dinero barato y seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades
explica que el endeudamiento de las familias españolas siga siendo superior al
promedio del resto europeo. Los costes financieros que soportan las familias
españolas por sus préstamos bancarios han caído un 71% desde 2008 por la
política monetaria ultra expansiva del BCE. La deuda de las familias españolas
asciende a 712.011 millones de euros de ellos los créditos destinados al
consumo suman 186.315 millones y los destinados a la vivienda, 525.696. El
gasto en consumo es superior al aumento de la renta disponible de las familias,
presentando los hogares una necesidad de financiación a junio del orden de
18.000 millones de euros. El peso de la deuda de las familias en España alcanzó
un porcentaje máximo del producto interior bruto (PIB) del 85% en junio de
2010, desde entonces ha reducido su peso en casi 24 puntos porcentuales hasta
situarse a finales de 2017 en el 61,3%. Esto supone un desapalancamiento de
203.000 millones de euros.
Medida como el porcentaje que
representa la deuda en la renta de los hogares, el nivel de endeudamiento de
los hogares españoles alcanzó en 2007 un máximo del 134,7% de su renta bruta
disponible. Un año después estalló la crisis. Diez años más tarde el valor ha
caído hasta el 99,4%. Aun así el porcentaje de la renta que destinan los
hogares al servicio de la deuda (pago anual de los intereses y amortización del
principal), es del 11,6% lo que supone 7,3 puntos porcentuales por debajo del
máximo alcanzado en 2008. En resumen, de cernirse una borrasca sobre economía
española, las familias tendrían que apretarse el cinturón un poco menos que en
2008.
La cuestión es que la respuesta a
una eventual borrasca económica es el mismo paraguas que se despliega desde
2010; política monetaria ultraexpansiva dispuesta a comprar a razón de 50.000
millones de euros al mes todo activo (público o privado) que moleste en el
balance de los bancos y dificulte la expansión del crédito a familias y
empresas. El problema es que alcanzados los tipos de interés negativos (los
prestamistas llegan a pagar por prestar dinero), la política monetaria ya no da
más de sí; la transmisión del estímulo no llega a la economía. Habría entonces
que dar una vuelta también expansiva a la política fiscal y no todos los
gobiernos están en la misma posición aunque Alemania sí.
A diferencia de lo que ocurrió en
2007 no hay ninguna burbuja financiera que al estallar colapse a sus
propietarios, en ese sentido podemos estar más tranquilos, pero el jarabe de la
política de dinero barato está próximo a agotarse. Si el enfermo recae, doparlo
a la espera de que por sí mismo reaccione puede no servir en esta ocasión. En
mi opinión la crisis que se avecina tiene mucho de expectativas que se auto
cumplen. Sí mayoritariamente vemos una borrasca que se aproxima, todos
cerraremos las ventanas y aplazaremos nuestro paseo.
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