Acaba de ver la luz la edición de
2019 del “Energía y geoestrategia” que publica el Instituto de Estudios
Estratégicos del Ministerio de Defensa. Sin duda se trata de una publicación de
referencia para los interesados no sólo en los cambios asociados a la
transición a un nuevo sistema energético menos contaminante o bajo en carbono
sino también a los cambios que esa transición implica en términos
geoestratégicos.
En esta ocasión el informe dedica
capítulos monográficos a la aplicación de la teoría matemática de juegos a la
geoestrategia de la energía, al papel de Canadá como posible exportador de
petróleo pero también de gas licuado, a la situación del Golfo de Guinea con un
problema de priratería importante que implica a Nigeria, Camerún República
Democrática del Congo y a Angola, a la visión europea a raíz de las obligación
asumidas en materia de lucha contra el cambio climático y al nuevo papel de
Arabia Saudí, hasta ahora el gran suministrador mundial de un recurso
energético –el petróleo- que junto con el carbón llevan todas las de perder en
la transición energética.
No cabe duda que el gas natural
–en su forma liquada o no- se convierte en el recurso energético central desde
un punto de vista geoestratégico. A diferencia de las energías renovables, que
también seguirán jugando un papel central, los yacimientos de gas natural sí
otorgan un papel central a los países donde se ubican. Ese papel se extiende
también a los países por los que circulan sus corredores –gasoductos- pero también
a los países con infraestructuras portuarias en las que embarcar o desembarcar
gas liquado, algo que, por cierto, tiene un impacto muy notable sobre la
industria naval.
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