miércoles, 11 de agosto de 2021

GOBERNAR ES GASTAR ¿Y GRAVAR? (José Manuel Cansino Muñoz-Repiso. Anuario Grupo Joly 2019)

 

José Manuel Cansino Muñoz-Repiso

Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla y profesor de la Universidad Autónoma de Chile.

En su De Modo Usurarum Ezra Pound escribió, "Adeudarse es una manera casi segura de hacer carrera en la política. El mandarín Wu Yung cuenta que, habiendo sido nombrado gobernador, los banqueros le presionaron a solicitarles dinero. Él se cansaba de repetirles que nunca podría pagarles con lo que ganaba. Pero ese era un detalle insignificante que en absoluto les preocupaba". La cita se puede leer en Gobernar es gastar de Juan M. Carretero que analiza la deuda de la monarquía entre 1516 y 1556 durante el reinado del César Carlos V. Como Pound, Carretero nos recuerda cuan remota es la voracidad por de los gobernantes por el gasto público. Hablar de la proclividad al aumento del gasto es hacerlo de la resistencia gubernamental a la estabilidad presupuestaria.

A pesar de ello la UE se dotó de una eficaz brida contra el espoleamiento del gasto y el recurso al endeudamiento en forma de constitución monetaria pues eso, principalmente, fue el Tratado de Maastricht. Al menos lo fue cuando articuló la Unión Económica y Monetaria. Esta Unión conllevó diseñar una autoridad monetaria única, el BCE, que adoptó como objetivo principal garantizar la estabilidad de precios como prerrequisito para lograr el desarrollo económico en la visión monetarista de las cosas.

En el trasunto del objetivo del control de la inflación entorno al 2 % está el control del déficit público y, con menor intensidad, el del porcentaje de la deuda pública respecto al PIB. Desde el protoeconomista español Martín de Azpilcueta hasta nuestros días, la corriente principal de la Ciencia Económica asume que el crecimiento del gasto público por encima del ingreso acaba provocando una subida de precios cuando se arbitran fórmulas de monetización de la deuda.

La brida del gasto público en los países de la UE se reforzó con la aprobación del Pacto de Estabilidad de 1997. Fue una señal contra la tentación del déficit hasta que los incumplimientos por parte de Francia y Alemania (sus principales inspiradores). En España el gobierno de Aznar quiso mandar un mensaje claro para reforzar la reputación nacional en el cuidado del equilibrio presupuestario aprobando la Ley de Estabilidad Presupuestaria de 2001 luego aguada por la reforma impulsada por el presidente Zapatero en 2007. Entre una y otra ley, franceses y alemanes ya habían dado argumentos a los críticos con la exigencia del equilibrio presupuestario. El mensaje fue si eres una estado fuerte puedes incumplir el Pacto de Estabilidad y evitar las sanciones firmando en un sofisticado papel en el que te comprometes a ser bueno en breve.

El incumplimiento de Francia y Alemania del compromiso de embridar al déficit público fue el primer respaldo reciente a los defensores de la laxitud en el control del gasto pero no fue el más importante. Habría que esperar a la gran recesión de 2008.

Tras una tímida e inicial respuesta a la crisis a través de una política fiscal expansiva, la remontada de la crisis financiera se ha hecho a lomos de una política monetaria ultra expansiva del BCE mediante el uso de los denominados instrumentos no convencionales, principalmente las facilidades de crédito que han inyectado en la economía de la UE más de 2,3 billones de euros. Todo ello sin repunte alguno de la inflación y, por tanto, conjurando los temores de los defensores del equilibrio presupuestario y reforzando los argumentos de los partidarios de la laxitud presupuestaria.

Entre tanto y en lo que se refiere a la España, la descentralización autonómica que tanto favorecieron los gobiernos nacionales apuntalados por los votos del nacionalismo vasco y catalán, fue derivando en un carísimo sistema de AA.PP. que se visibilizaban ante los ciudadanos por la cara amable del gasto antes que por el rostro agrio de los tributos. Este diagnóstico no es sólo mío. Por ejemplo el 10 de julio de 2018, un grupo de políticos e intelectuales se dirigieron por carta y por segunda vez a la Comisión parlamentaria para la evaluación y modernización del Estado autonómico. En la carta, encabezada por el eurodiputado Enrique Calvet, se leía a propósito de un duro pronunciamiento de la Comisión Europea sobre España, “El actual Sistema de organización territorial nos está impidiendo ser más prósperos, nos está llevando a una situación de déficit permanente, de deuda perpetua y nos está impidiendo alcanzar nuestro potencial por la fragmentación absoluta de nuestros mercados y el enfrentamiento de nuestras instituciones.”

Con estos precedentes hemos llegado a que en 2018 el gasto en consumo de las AAPP españolas ha alcanzado la cifra de 224.594 millones de euros, la mayor desde el inicio de la serie en 1995 y superando la cifra alcanzada en 2010 cuando se aprobó el paquete de gasto de 12.000 millones de euros del Plan E (la tímida política fiscal expansiva).

Pero por mucho que haya ganado puntos la resistencia gubernamental a la estabilidad presupuestaria, con una deuda pública que rebasa el 100 % del PIB el repunte del gasto exigirá mayores impuestos. Sin embargo, ojo porque entre el lejano Pacto de Estabilidad y estos días, se han sucedido tres cambios importantes y todos ellos contra la capacidad recaudatoria de las AAPP. Por una parte, las multinacionales ubicadas en los países con fiscalidad reducida han aumentado sin que este tipo de movimientos tenga visos de detenerse. Al mismo tiempo, el desarrollo de la economía colaborativa basada en acuerdos transaccionales entre iguales “peer to peer” deja fuera de la tributación los intercambios de casa, el compartir vehículo o, para no extenderme, las “experiencias gastronómicas” que consisten en ir a cenar a casas particulares. Por último, las transacciones realizadas utilizando monedas virtuales tampoco dejan trazabilidad fiscal.

Es posible que gobernar gastando siga siendo la hoja de ruta del político español medio. La duda razonable es si seguirá siendo posible gravar para seguir gastando en mitad de la revolución digital y de la inteligencia artificial.

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