viernes, 1 de enero de 2021

HISTORIA OCULTA DEL PACTO FISCAL CATALÁN (Publicado el 18/09/2017 en La Razón)

Hasta 2008 todo era color de rosas y no sólo para quienes se embriagaban de la burbuja inmobiliaria sino para quienes alimentaban la burbuja administrativa. Las Comunidades autónomas disfrutaban de un sistema de financiación autonómico indiciado (vinculado automáticamente) al crecimiento de la recaudación impositiva. Fue una exigencia de los ahora secesionistas catalanes al entonces presidente Aznar. El propio líder del PP había desactivado la tensión anual en la subida de las pensiones con el mismo automatismo introducido en 1997 y en vigor hasta la reforma de 2013. Con una economía española crecimiendo a un ritmo anual promedio del 3 %, las arcas de la Hacienda se llenaban cómodamente. De ellas y de forma automática se llevaban una gran parte las autonomías gracias al sistema de financiación en vigor.

El crecimiento sostenido de los ingresos regionales permitió a los dirigentes autonómicos acentuar la ya importante red clientelar a través de la denominada administración pública paralela; agencias públicas, consorcios y empresas públicas, principalmente. Fuese cual fuese el color político del gobierno regional, la burbuja de la administración pública engordaba por igual en toda España.

Con todo, sí había una diferencia entre regiones; el crecimiento de la deuda catalana ya mostraba síntomas preocupantes. Más aún cuando se producía a pesar del fuerte crecimiento de sus ingresos. En 2015, todavía la deuda acumulada de la Generalidad catalana era de 5.879 millones de euros y representaba el 31.4 % del total de la deuda autonómica nacional.

Con el estallido de la crisis en 2008 comenzó el desplome de la recaudación tributaria en España (particularmente la derivada del negocio inmobiliario) que llegó a incurrir en fuertes déficit públicos. El déficit pasó de 49.371 millones de euros en 2008 a 118.222 el año siguiente. El sistema de financiación autonómico indiciado a la evolución de los impuestos se desplomó como consecuencia de este automatismo.

Pero si grave era la situación de las arcas regionales, la situación de Cataluña llegó a ser alarmante pues al hundimiento de los ingresos se unió a una deuda colosal. La financiación de servicios públicos básicos como la sanidad o la educación (transferidos por igual entre gobiernos del PSOE y el PP) se enfrentó entonces a una situación de colapso.

La situación no hizo más que empeorar hasta que, con una prima de riesgo que obligaba a pagar a España un 7.7 % por cada euro que pedía prestado, el sábado 9 de junio de 2012 el entonces y ahora ministro de Economía, Luis de Guindos anunció públicamente que España había solicitado formalmente a la Unión Europea un rescate “suave” para sanear el sistema financiero español. El adjetivo “suave” y el estar limitado sólo a sanear el sistema financiero marcaba la diferencia con las situaciones de Grecia, Irlanda y Portugal. Una diferencia que, a la postre, funcionó bastante mejor de lo que esperaba.

Por tanto, formalmente España no fue “rescatada” pero sí tuvo que cumplir unas exigencias de ajuste presupuestario que se parecían mucho a las de un rescate convencional muy al gusto de Alemania; principal economía de la zona y una de las más reacias a la generalización de las acciones de rescate.

Entre las condiciones impuestas y que apenas transcendieron a la opinión pública estaba que el Estado español asumiese la deuda de las CCAA. Tan es así que la mitad de la deuda de Cataluña ya la tiene el Estado.

El rescate “suave” también exigía el control del gasto, en especial del Estado y de la autonomía más díscola; Cataluña. El déficit público español bajo de los 108.886 millones de euros en 2012 (año del rescate) a los 71.836 millones en 2103. La herramienta para controlar el gasto autonómico fueron las Intervenciones Generales de todas las CCAA. Estos departamento administrativos recopilan información del gasto y lo envían mensualmente a la institución central; la Intervención General de la Administración del Estado (IGAE) que, a su vez, la remite a Bruselas para permitir la supervisión de nuestros prestamistas.

Así las cosas, toda la burbuja de la administración autonómica parecía igual de “pinchada” que la burbuja inmobiliaria. Sin embargo, un nuevo instrumento de financiación vino en auxilio; el denominado Fondo de Liquidez Autonómico (FLA) auténtico pulmón financiero de todas las administraciones regionales pero, principalmente, de Cataluña. La más endeudada.

La fotografía que se dibujó después del rescate en 2012 era una en la que los tejedores de las redes clientelares autonómicas tenían las manos prácticamente atadas. De crear instituciones en las que el principal capítulo de gastos era el número 2 (el que corresponde a sueldos y salarios) pasaron a tener que justificar hasta la compra de una corbata con gran enfado de toda la red clientelar pero … ¿dónde alcanzaba el mayor nivel este enfado? Naturalmente en Cataluña.

Mientras los representantes de las CCAA aguantaban el chaparrón del control extremo del gasto, la Generalidad catalana se rebeló y el presidente Mas se inventó el famoso “pacto fiscal” con el que demandaba un trato privilegiado como el que tienen los tres territorios vascos y Navarra. El fundamento de su petición fue el famoso “Enpanya ens roba” que sólo fue desmontado ante la opinión pública cuando el Ministerio de Hacienda publicó las balanzas fiscales, cosa que podía haber hecho desde hacía años.

La reivindicación del nacionalismo catalán que ya iba camino del secesionismo era quedarse con una parte muy importante del superávit fiscal de Barcelona (no de Cataluña) pues junto con Madrid son los pulmones económicos más importantes de España. El presidente de la Generalidad no buscaba otra cosa que regresar a la situación de vino y rosas previa al rescate y sus reglas.

La Generalidad catalana se resistía a contentarse con ser una Administración de perfil plano gestionando las necesidades de ancianos, niños y enfermos.

¿Por qué no se permitió entonces el Pacto Fiscal ni se permitirá ahora? En parte porque la sociedad española, por primera vez desde el inicio de la Transición, fue consciente de que la estrategia tenía fecha de caducidad. La vieja política de paz (acallar al nacionalismo) por territorios (más competencias) no tendría fin y, además, el Estado ya tenía un papel residual. Pero había otra razón.

La otra razón era que nuestros prestamistas, la Unión Europea, no permitirán la vuelta a las andadas de la burbuja administrativa. El dinero no está para, por ejemplo, embajadas en el extranjero. Además, el Pacto fiscal reduciría la financiación de las otras catorce regiones de régimen de financiación común. De esto no sólo es consciente el PP; también el PSOE lo sabe bien.

Lo demás es una huida hacia adelante en un país que ha cambiado su percepción sobre la hasta ahora beatífica imagen de las Comunidades Autónomas.

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