miércoles, 23 de enero de 2013

Rehenes de Argelia (José Manuel Cansino en La Razón el 21/1/2013)



(Trazado del gaseoducto Megdaz desde Beni Saf hasta Almería)
El secuestro por Al Qaida de un numeroso grupo de trabajadores de una planta de gas natural en la zona de In Amenas, cerca de la frontera de Argelia con Libia, está siendo seguido con especial preocupación también desde nuestra nación.
La demanda de gas natural española para consumo interno en 2011 ascendió a 377.792 gigavatios hora (GWh), la mayor parte del cual fue importado (265.430 lo fueron en forma de gas natural licuado y 133.670, de gas natural sin licuar). Los usos que de esta energía primaria hacemos son principalmente de tipo convencional (255.884 GWh) y, en segundo lugar, para generar energía eléctrica (109.021). Andalucía es la segunda región española por volumen de consumo (un 16.6% del total, por detrás tan sólo de Cataluña que absorbe el 20,4%).
Argelia es el principal proveedor de gas natural de España. La estabilidad argelina es, por tanto, determinante para garantizar el abastecimiento gasístico nacional así que es evidente que el secuestro en la planta de extracción de gas de In Amenas y el posterior asalto del ejército argelino para liberar a los prisioneros, nos afecta muy directamente.
Si traducimos el consumo anual español de GWh a metros cúbicos, la cantidad podríamos cifrarla en 36,71 miles de millones de metros cúbicos. En breve, parte de esta demanda va a venir transportada a través del gaseoducto denominado Megdaz con capacidad de llevar desde el puerto argelino de Beni Saf hasta el puerto de Almería 8.000 millones de metros cúbicos/año. Francia también tiene interés en este gaseoducto del que espera abastecerse a través de su conexión con la red de gaseoductos españoles propiedad de Enagas que circula por el Levante.
Pero el asalto a la planta argelina por terroristas de Al Qaida ha sido la respuesta a la intervención militar francesa en Mali, así que lo que ocurre en este país tampoco es ajeno al interés español, de hecho España acaba de comprometer apoyo militar y logístico al contingente francés destacado en Mali.
Ignoro cómo se va a pagar esto, pues da la impresión de que en España apenas queda dinero porque todo ha sido oportunamente mangado con destino a cuentas suizas por destacados representantes de los grandes partidos políticos garantes del orden constitucional. Por favor, nótese el tono irónico.
En cualquier caso, allá irá nuestro ejército cuya soldada no cobrará en Suiza y a cuyos miembros no indultará el Consejo de Ministros de las balas yihadistas, porque para recibir indultos hay que parecerse mucho a los políticos españoles usuarios de la banca suiza. Allí enviáremos al ejército para que nuestros hogares tengan calefacción en invierno, las compañías eléctricas y gasísticas, beneficios todo el año y la Agencia Tributaria, impuestos que ya sabrán administrar los Urdangarín, los Pallerols, los implicados en los ERE por acción u omisión y los Gürtel-Tesoreros de quien ahora ejerce el poder. Y como luego no habrá dinero para todos habrá que podar de nuevo a los funcionarios, cerrar quirófanos y pedir sacrificios. Pero sacrificios ,a lo matadero bíblico. Cada vez esto de pagar impuestos se parece más a pagar la «coima», la «mordida», en definitiva, a entregar tu dinero a la mafia a cambio de protección a sabiendas de que el destino de un buen bocado de nuestros recortados sueldos va a engordar otra cuenta en Suiza. Lo que sobre irá para el Estado del Bienestar; ése que construimos desde las cenizas de la Guerra Civil y nos vamos a merendar en un lustro.

Exportaciones andaluzas ¿De fuera vendrá? (José Manuel cansino en La Razón el 14/1/2013)



(Fotografía: La Razón)
La actual crisis económica es mundial en cuanto que aplasta simultáneamente a muchas economías pero convive con la solvencia y el fuerte crecimiento de otros países hasta el punto de desplazar el mayor tráfico comercial al eje asiático. Allí radican los principales países emergentes (China, India, Malasia, Hong Kong o Indonesia). Junto a ellos hay que señalar a otras economías que o mantienen su ritmo de crecimiento o lo aceleran como es el caso de Oriente Medio o parte de Centro y Sudamérica en torno a Brasil, Méjico o Chile.
En esas áreas están depositadas las esperanzas de reactivar economías como la española y la andaluza y así se preña el discurso político económico y los esfuerzos diplomáticos.
La realidad no es tan sencilla como pudiera desprenderse de noticias que hablan con feliz frecuencia de concursos de ingeniería civil que ganan empresas españolas o nuevas plantas de energías renovables que también construirán empresas nacionales.
Lo primero que hay que decir es que las exportaciones andaluzas no llegan al 16 % del PIB regional, por tanto, la mayor parte de nuestra producción está orientada al mercado interior, cuya demanda sigue cayendo en picado desde 2008. El volumen de exportación de las empresas radicadas en Andalucía no llegó a los 23.000 millones de euros en 2011.
El problema no acaba ahí sino que más bien empieza. Los principales clientes son países cuyas economías están o estancadas o en recesión con la única salvedad de Alemania y es que las exportaciones andaluzas tuvieron como destino en 2011 Francia (2.105 millones de euros), Portugal (1.852), Alemania (1.791) e Italia (1.708). En definitiva, la mayor parte de las exportaciones tienen como destino un mercado maduro como es el que representan los países socios de la Unión Europea. Alguna excepción naturalmente hay como en los casos de Bulgaria (924 millones) o Bélgica (745). Todo ello junto al humillante destino de Gibraltar que, por razones fiscales, tuvo unas ventas de 850 millones de euros.
La gran esperanza asiática está por debutar. China sólo compró a las empresas radicadas en Andalucía por valor de 527 millones y de lejos le siguieron Malasia (75 millones), India (73), Hong Kong (53) e Indonesia (41).
La zona de Oriente Medio –hoy llena de albañiles españoles que levantan rascacielos que luego permanecen vacíos (sic)– se situó por detrás de la asiática con 129 millones facturados a los Emiratos Árabes Unidos y 100 millones a Arabia Saudí.
La ventaja del idioma y la cercanía cultural hizo de Hispanoamérica un mejor destino pero siempre muy por detrás de la Unión Europea. Por orden, los principales clientes fueron Méjico (374 millones), Brasil (252) y Chile (110).
Pero si el discurso de la necesidad de orientar nuestra economía y empresas al sector exterior no se corresponde con las cifras reales, mucho menos el tipo de negocios que frecuentemente aparecen vinculados a la marca Andalucía y es que lo que vendemos es «poco verde». En otros términos, bastante impopular a excepción de los productos agroalimentarios.
Nuestras principales exportaciones proceden de las refinerías de petróleo de Cádiz y Huelva. En conjunto, el sector vendió por valor de 3.781 millones de euros y tuvo como principal cliente a Estados Unidos. Esto es, nuestra principal industria exportadora por cifra de negocio es de las más contaminantes por volumen de emisiones de dióxido de carbono y, además, lo hace refinando una materia prima –el petróleo– que no es autóctona sino que se importa en su casi totalidad.
La imagen amable la ofrece el sector agroalimentario, que facturó por valor de 1.877 millones de euros siendo las principales provincias exportadoras Almería, Granada y Cádiz. El problema es que se trata de un sector que genera muy poco valor añadido. Por su propia naturaleza no tiene –a Dios gracias– componente tecnológico esencial.
Y volviendo a lo políticamente incorrecto, acabamos en tercer lugar con las exportaciones de minerales de Huelva por valor de 1.502 millones de euros que tuvieron como primer cliente a Bulgaria.
Esto es lo que hay. La economía andaluza tiene un perfil exportador muy bajo y en lo que lo tiene, políticamente provoca más el silencio que el orgullo. Así que tenemos lo que tenemos, es decir, dos cosas. Una industria regalada por la Providencia –el turismo– que los más rancios economistas llevan décadas diciendo que está en declive a pesar de la tozudez de los datos que dicen lo contrario. Y también tenemos un proceso de descapitalización humana que ve cómo los mejor preparados cogen las maletas para buscar trabajo en aquellos países donde su formación universitaria es mejor valorada que en el propio país donde se les paga con los impuestos de todos y la excelencia profesional de algunos.

lunes, 7 de enero de 2013

Deudores y pecheros (José Manuel Cansino en La Razón el 7/1/2013)


Los andaluces pagaremos en 2013 casi 1.050 millones de euros sólo por los intereses por la deuda pública que tenemos contraída. Aunque llamativa, la afirmación no es del todo correcta pues esos intereses los pagamos no sólo los andaluces sino todos los españoles a través de un sistema de financiación que incluye entre sus fuentes transferencias de dinero entre regiones.
Además, la Junta de Andalucía seguirá endeudándose y es que pese a haber recortado su presupuesto en unos 1.300 millones respecto a 2012, aún necesitará pedir prestados casi 5.000 millones para cubrir el déficit previsto.
No habrá problema en conseguir el dinero que a la Junta le falta para cuadrar sus cuentas. Efectivamente, no habrá problema gracias a la pertenencia a una Nación común que le permite acceder a fondos como el de liquidez autonómico o emitir deuda pública con la garantía del Estado Español que no sólo con la garantía regional. Si hubiese que conseguir que nos comprasen la deuda con sólo la garantía local, los intereses a pagar o serían prohibitivos (y ya son muy elevados) o directamente, nadie nos prestaría.
Esta es la gran fortaleza de pertenecer a una Nación sólida que unos se empeñan en desguazar, otros se avergüenzan de invocar y otros estamos decididos a fortalecer.
Pero el sistema de transferencias que nos permite colocar la deuda y atender servicios esenciales y mantener sueldazos a personajes perfectamente prescindibles insertados en una administración paralela, es un sistema de transferencias que sólo se sostiene si pervive la cohesión nacional.
Y hay que reconocer que también aquí es cierto el “no todo vale”. Por ejemplo, el discurso secesionista catalán cala bien en una sociedad que sufre como las demás la crisis económica y además está convencida de que estaría mejor atendida sin compartir su dinero público con el resto de España. Incluso aceptando la parte que se roba y se lleva a cuentas en Suiza, están convencidos de que ha terminado el tiempo de las actuales transferencias.
Impera un sentimiento nacionalista que emana de las cuentas corrientes y que para muchos podría acabar alumbrando un Estado que se gobernara con sólo las reglas de un sistema bancario.
Pero también se consolida una pregunta certera sobre si las transferencias, tres décadas después del engendro autonómico que ya sólo defienden con convicción quienes viven de él, deben ir siempre desde los mismos pecheros (los que apechugan con impuestos) a los mismos beneficiarios.
Tres décadas después de un mecanismo de transferencias tal, el ranking de renta per cápita de regiones españolas permanece casi inalterado en sus extremos superior e inferior. Y es aquí cuando los que pagan –o creen que pagan según resulta de unas balanzas fiscales viciadas en origen- se preguntan ¿para qué sirve la parte de sus impuestos que transfirieron por razón de solidaridad nacional?, es decir, la parte de los impuestos que no fueron a parar a Suiza o a las acaudaladas cuentas de la clase dirigente de izquierdas y de derechas.
Aún hay versiones más elaboradas de esta pregunta, por ejemplo, ¿por qué tengo yo que pagar peaje en autopistas cuando –digamos en el Sur- se jactan de tener autovías gratuitas que, además, se cofinancian con “mis” impuestos?
Una parte no pequeña del problema separatista que llevamos soportando durante décadas se fundamenta en el mal uso del dinero que emana de la solidaridad nacional. Decir otra cosa es mentirnos a nosotros mismos como también lo es para la élite separatista creerse que su apoyo social se arraiga en la desafección de sus votantes a la Nación española antes que en la necesidad económica provocada por la actual crisis.
No sólo hay que poner en solfa los resultados de unas balanzas fiscales amañadas –en esto las investigaciones de Ángel de la Fuente son indispensables- sino también el muy discutible uso que durante decenios se ha hecho del dinero recibido en el marco de un estado autonómico que es ya insoportable.

viernes, 4 de enero de 2013

¿Para cuando la rebelión? (José Manuel Cansino en La Razón 31/12/12)


Sobre la relación entre Ética y Economía se ha escrito mucho y con frecuencia con muy escaso rigor. Hay una obsesión o ingenua pero legítima convicción de que si se subordina la Economía a la Ética, todas las necesidades humanas quedarán resueltas en sus niveles básicos.
Políticos, religiosos o «maestros» en Ética (con título o autointitulados) proclaman la necesidad de someter unas leyes económicas «injustas» a una Ética –cada cual la suya– que determina lo que es bueno y lo que es reprobable. Entre esto último está el hambre y hasta ahí vamos bien, las desigualdades en la distribución de la renta y riqueza –aquí ya comienza a haber disenso por las posibles derivas igualitaristas– o la especulación. En esto último tampoco hay consenso una vez que salimos de la tertulia y nos revestimos de cientifismo.
Por ejemplo, a estas alturas del desastre pocas dudas caben acerca de la responsabilidad del sistema financiero internacional en la titulización de activos financieros tóxicos y en su reparto internacional en grandes fondos o «hedge funds» inicialmente muy rentables y luego, una vez explotada la burbuja inmobiliaria, absolutamente desastrosos.
Ahora miramos con ojos inquisitoriales a los promotores inmobiliarios y a los bancos que azuzaban promociones a diestro y siniestro con tipos de interés muy bajos. Podemos también mirar reprobatoriamente a los gestores de fondos de inversión en materias primas agrarias como los responsables de elevar con sus movimientos especulativos el precio de los alimentos condenando a muerte a todos los que no puedan pagarlos. Muy bien, la especulación es contraria a la Ética y también habría que prohibirla en ese proceso de subordinación de la Economía a la Ética. Bien, pero un momento.
¿Es especulación o legítima ganancia lo que cualquier agricultor del mundo hace cuando guarda su cosecha a la espera de venderla cuando suban los precios fruto de una mayor necesidad? Es probable que con el precio final de venta, el alimento quede también lejos de las manos de los hambrientos.
La actividad económica está siempre asociada a la búsqueda de una mejora. Trabajamos a cambio de un salario, invertimos y arriesgamos buscando un beneficio o ahorramos depositando nuestro dinero en activos que nos procuran rentabilidad futura. ¿Es esto contrario a la Ética? ¿Es posible determinar un precio justo para las cosechas o para las acciones por encima del cual la ganancia es especulación?
La cuestión se resuelve en cada momento de manera difusa a través de mecanismos sociales. Ni más, ni menos.
Cuando una sociedad considera mayoritariamente inaceptable –contrario a su Ética– el nivel de necesidad que se padece, se rebela demandando acciones redistributivas que quiten recursos a unos para repartirlos entre otros. En definitiva, se pide al Estado que exija impuestos a los poderosos que financien servicios o transferencias para los necesitados.
¿Y qué ocurre si los que más tienen acaban llevándose el dinero a los paraísos fiscales –vale decir Gibraltar– o constituyen una SICAV porque consideran excesivo el esfuerzo tributario que se les pide? Pues entonces, hay que buscar la solución fuera del Estado. Hay que buscarla en la sociedad civil.
Sin la sociedad civil es inexplicable la supervivencia de una Nación que va camino de los seis millones de parados y en la que desde parte de la Corona, la clase política hasta cada uno de nosotros es sospechoso de sacudirse de encima cualquier obligación fiscal.
Es entonces cuando la Ética de cada cual nos lleva a compartir lo que tenemos con los que sabemos que lo necesitan. Lo hacemos a través de las instituciones que no ponemos bajo sospecha de mangazo; fundamentalmente de la Iglesia Católica y de ONG's no confesionales pero solventes. Sorprende que no haya colas de familias necesitadas en las puertas de los sindicatos, de las organizaciones patronales o de los partidos políticos. Y es que en la práctica –cuando de comer se trata– las personas saben bien a quien atribuir un comportamiento ético más sólido. El riesgo de equivocarse de puerta es muy alto; el hambre o el frío.
Cuando los contribuyentes toman copas en las Islas Caimán y el Estado, aplastado por la prima de riesgo y los pufos heredados, recorta y recorta, sólo la sociedad civil evita el colapso. Si llega el día en que ni siquiera la acción caritativa y la solidaria resulten suficientes, sólo quedará la revuelta.