miércoles, 31 de julio de 2013

Luz para la factura de la luz (José Manuel Cansino en La Razón el 28/7/2013)

Las paradojas hacen que el sector energético español en general y el sector eléctrico en particular operen con una regulación tan compleja que hace de la factura eléctrica un documento oscuro e ininteligible. Una factura que además de ser de las más altas de la Unión Europea supone una de las partidas que más han subido en el gasto del consumo de los hogares españoles, según refleja la reciente Encuesta de Presupuestos Familiares del INE, y que seguirá subiendo.
Efectivamente, seguirá subiendo una vez que la reforma del sector eléctrico anunciada por el Gobierno entre en vigor.
El sector eléctrico español está fuertemente concentrado en tres empresas. De los 244.193 gigawatios/hora distribuidos en 2010, Iberdrola, con 91.463; Endesa (E-on), con 90.620; y Gas Natural Fenosa, con 34.054, se repartieron el 88,5 % del mercado nacional. Es un sector con fuerte poder económico e incuestionable influencia política y mediática.
Así las cosas, cualquier gobierno que se atreve a modificar la regulación del sector eléctrico y ello no va en beneficio inequívoco de las grandes corporaciones industriales, merece al menos que se le reconozca su valentía. Otra cosa será el resultado de esta reforma, pero de entrada, que quede claro que el problema ya era conocido y muchos otros ejecutivos pasaron por delante de él.
El principal problema del sector eléctrico español es el déficit tarifario que, acumulado año tras año, alcanza ya unos 26.000 millones de deuda. Una deuda que funciona casi como deuda pública. Esto merece un comentario detenido.
El déficit tarifario es la diferencia entre los costes del sistema eléctrico (soportados por las empresas) y los ingresos por factura. Es un déficit, en principio, a soportar por las empresas pero que acaba convirtiéndose en una deuda que cuenta con la garantía del Estado. Mediante un proceso de titulización, el denominado Fondo para la Amortización de la Deuda Eléctrica (FADE), emite regularmente esta deuda convertida en títulos financieros que son comprados por los ahorradores a cambio de una rentabilidad en forma de intereses generados. El proceso se parece y mucho a la emisión de deuda pública pero, y aquí viene lo importante, sin estar sometido al control parlamentario.
La cuestión clave es quién asume esta deuda. Desde luego, las empresas eléctricas no están dispuestas y el Estado tampoco pues no deja de ser un agujero por donde se escapan anualmente unos 4.500 millones de euros. En otros términos, si el Estado español o lo que es lo mismo, los españoles de hoy y de mañana, decide asumir esa deuda de las eléctricas, el año que viene ya tendríamos otras deuda de 4.500 millones de euros. La cuestión es, por tanto, acabar primero con el déficit anual y luego ya se verá lo que se hace con la deuda acumulada. Ése es el objetivo de la reforma y la recomendación del regulador (Comisión Nacional de la Energía).
El anteproyecto del Gobierno pretende enjugar el déficit repartiéndolo entre las empresas (2.700 millones), el Estado –que somos usted y yo como contribuyentes– (900 millones) y los consumidores –que volvemos a ser usted y yo- con otros 900 millones. En este último caso el Gobierno pretende subir el peaje que tienen que pagar las eléctricas por llevar su energía desde donde se genera hasta su casa y la mía, y se espera que las eléctricas lo repercutan a las facturas de los consumidores finales.
La reforma también aborda el sistema de primas a las energías renovables intentando evitar el quebranto de las empresas que habían invertido en estas tecnologías convencidas de que su rentabilidad estaba garantizada por el elevado valor de las primas. Este planteamiento les hizo apalancarse financieramente (pagaban al banco menos intereses de los ingresos que obtenían) hasta que el cambio en el sistema de remuneración a las renovables fue cambiado por el último Gobierno socialista. En esta ocasión, se garantiza una rentabilidad del 7,5% a las plantas renovables con la paradoja de que se retribuyen a plantas con tecnología obsoleta. Sin embargo, era la tecnología disponible cuando tomaron la decisión de la inversión.
Si la reforma sale adelante –habrá que ver cómo se defienden las empresas eléctricas– el gran reto al que se enfrentará el conjunto del sector energético español es el desacoplamiento entre el crecimiento económico y las emisiones de gases de efecto invernadero. Es decir, el sector energético es el principal emisor de dióxido de carbono y se trata de ganar en eficiencia energética (energía necesaria por unidad de PIB) y cambiar el mix energético hacia fuentes más limpias para que la economía española pueda crecer sin que el volumen total de emisiones contaminantes aumente. Economías como la sueca o la británica lo han conseguido, otras también. De momento, lo que es muy posible es que nuestra factura de luz vuelva a aumentar y ya veremos si los beneficios de las eléctricas disminuyen como la cantidad de dinero en nuestros bolsillos.

Cupulocracia (José Manuel Cansino -*- en La Razón el 22/7/2013)


En España parecen haber colapsado todas las instituciones del Estado. La Corona y la Presidencia del Gobierno sobreviven a duras penas al chantaje. La oposición tiene también su propio calendario de cárcel impulsado en Andalucía por una jueza a la que gustarían encausar si no fuese por la «minucia» de la separación de poderes que aún sobrevive en algunos tribunales. Los empresarios tienen a su ex presidente en la cárcel y los sindicatos mayoritarios parece que acabarán también condenados, entre otras, por conductas tan innobles como repartirse los fondos públicos destinados a los desempleados.
Por si fuera poco, el Estado de las autonomías no sólo no ha servido para resolver el problema vasco y el catalán sino que los ha agravado. Para resolver dos problemas se han acabado creando diecisiete con un desarrollo letal en forma de redes clientelares muy capilarizadas. Muchas regiones demuestran que es más fácil cambiar al partido que gobierna la Nación que al que gobierna en la Comunidad Autónoma.
España ha visto cómo se ha configurado una casta extractiva cimentada sobre décadas de convivencia promiscua entre el poder político, el económico y el mediático. Es la cupulocracia en palabras del profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense, Ramón Peralta.
Naturalmente que existen excepciones. Pero en el nivel político no se ha impuesto un mecanismo de expulsión higiénico que permita echar a los políticos corruptos a instancias de sus íntegros compañeros. Tampoco de sus votantes. Antes al contrario se ha asistido al triunfo de una casta política mediocre sin currículum profesional solvente ni experiencia profesional distinta a la de haber hecho méritos de obediencia desde las organizaciones juveniles hasta la concejalía o el escaño. Los políticos corruptos han acabado eclipsando todo viso de honestidad en ese ámbito.
Y si en la etapa de vino y rosas del «boom» inmobiliario la sociedad española parecía haberse puesto unas gafas para no ver la consolidación incontestada del régimen cupulocrático, ahora con la gran recesión se ha producido una confluencia explosiva de corrupción y desigualdad. Dos sucesos globales que en España tienen como novedad el colapso del sistema político de la Transición.
Hay un conflicto entre democracia y capitalismo que recuerda pavorosamente al colapso de la Gran Depresión nacida del «crack» bursátil de 1929. Un colapso que, en lo político, hizo que millones de personas –no sólo en Alemania– optaran por la impugnación de un sistema parlamentario incapaz de acabar con la angustia económica.
La crisis institucional que hoy atraviesa España afecta tan de sobremanera a las instituciones, partidos y sindicatos tradicionales que es imposible pensar que de ellos surja el liderazgo de un proceso de regeneración de nuestro sistema democrático.
Más bien habría que esperar que esta necesidad inaplazable de regeneración provenga de opciones políticas de nuevo cuño o reeditadas, ideológicamente transversales, comprometidas inequívocamente con la cohesión nacional y con una actitud transgresora y osada propia de quien está libre de toda corruptela.
Pero que nadie se engañe. La sociedad española fundamentalmente tiene hambre; en miles de casos, literal; y en millones, hambre de esperanza.
No sería la primera vez que un cambio en la coyuntura económica vuelve a aplazar un calendario tan desafiante como incierto cual es el de la regeneración de la política española. En unos días se conocerá el dato del último trimestre de la Encuesta de Población Activa. Por primera vez desde que estalló la crisis es posible que el dato sea positivo. Ya resulta llamativo que el propio Ministro de Economía haya sentenciado que la recesión ha terminado en España.
Si esto es así, a saber si la sociedad volverá a recuperar esa suerte de utopía de la invisibilidad que consiste en ponerse unas gafas que permiten no ver a los sin techo. Un orden de cosas en el que vuelva a instalarse un totalitarismo de la indiferencia que permita operar libremente a la casta cupulocrática con la legitimación de que existe crecimiento económico.
Si ése es el resultado, nadie más sino la sociedad española será responsable de haber vuelto a gritar el «vivan las caenas». Eso sí, a ritmo de un «hip hop» que suena en los casquitos tuneados de un «smartphone» de nueva generación. De la generación que practica una loca moral nihilista.
* Profesor titular de Economía en la Universidad de Sevilla invitado en la Universidad de Lund (Suecia)

martes, 16 de julio de 2013

San Eutropio (Obispo mártir y patrón de la Villa de Paradas)


UNIDAD DE MERCADO. ESPAÑA, 1714 (José Manuel Cansino -*- en La Razón el 15/7/2013)


El Consejo de Ministros ha aprobado hace unos días la remisión al Parlamento del Proyecto de Ley de Garantía de la Unidad de Mercado. Se trata de una norma dirigida a asegurar la libre circulación de bienes y servicios por todo el territorio nacional, y que tiene como principio inspirador el de licencia única y legislación de origen. El mismo que rige en el funcionamiento del Mercado Único europeo.
Precisamente en su informe sobre España del mes de abril titulado "in-depth review" (revisión a fondo), la Comisión Europea ya incluía una valoración positiva sobre el borrador que entonces manejaba el Gobierno. Concretamente consideraba que esta reforma legislativa tendría el potencial de reducir la fragmentación del mercado interior, ampliar la competencia y ganar eficiencia.
No somos de los que aplauden una decisión política sólo porque cuente con el aval de Bruselas. Más bien soy de los que se tientan la ropa pero en este caso concurren dos aspectos positivos que deben subrayarse.
En primer lugar la norma ataca uno de los efectos económicamente más perniciosos que ha tenido el desarrollo del Estado de las Autonomías; a saber, la fragmentación del mercado interior. En definitiva, hemos asistido en los últimos años a una eclosión de normativas locales/regionales que han acabado provocando que un mismo negocio casi tuviese que superar 17 trámites administrativos diferentes dependiendo de la región en la que pretendiese abrir sus puertas. A veces con normativas tan extravagantes y prohibicionistas como las que impedían rotular en español o especificar las características del producto sólo en la lengua que manejan la mayoría de nuestros conciudadanos.
Todo ello acababa desincentivando la actividad comercial e industrial y redundaba en contra de la creación de empleo y riqueza. En tal sentido, el Gobierno estima que la aprobación de esta Ley va a suponer un aumento total del PIB del 1,52 por 100 en un período de diez años, aproximadamente 1.500 millones de euros cada año. Nada ha trascendido, sin embargo, sobre la forma en la que se han obtenido esos resultados por lo que me reservo mi opinión sobre la solvencia de los mismos.
Lo que sí da escalofríos es preguntarse por el valor del suceso contrafactual, es decir, ¿cuál ha sido el coste que nos han supuesto estos años de continuas barreras interiores? Aún más frustrante es saber que ninguna responsabilidad se va a asumir por esto. Tampoco por esto.
En segundo lugar, la norma tiene un profundo calado de reforma que va a pasar bastante desapercibido y puede facilitar su puesta en práctica. Al tratarse de una reforma marcadamente técnica es difícil que suscite un debate social salpicado por la demagogia de si la norma atenta o no contra la capacidad de autogobierno. Sobre todo lo que es difícil es argumentar en contra de esta iniciativa y a favor de un proceso de fragmentación de normativas que resulta lesivo contra el desarrollo económico.
Para mayor abundamiento, la Ley permitirá a los productores pedir una sola licencia en una Comunidad Autónoma. Con una única licencia –expedida por cualquier administración regional- podrán comercializar sus productos en todo nacional. Algo parecido ocurrirá a los profesionales que presten sus servicios en más de una región.
Con una sóla licencia se elimina en la práctica el coste de tener que someterse hasta a diecisiete regulaciones distintas para operar en España; así lo ha subrayado en Gobierno.
Podría parecer que esta norma es un necesario paso adelante para favorecer la generación de empleo y el desarrollo económico. Un paso dado por un gobierno que se ha empleado a fondo en desdecirse de muchos de sus compromisos electorales. Sin embargo, detenidamente puede entenderse como un regreso al pasado. Todo parece recordar a esa búsqueda entre la Pamplona vieja y la Pamplona nueva magistralmente recogida en la novela “Plaza del Castillo” del hoy proscrito Rafael García Serrano.

En noviembre de 1714, uno de los “Decretos de Nueva Planta” del rey Felipe V hizo desaparecer las fronteras y aduanas comerciales interiores que persistían entre las Coronas de Aragón y Castilla. Fue el paso definitivo hacia la unidad de mercado interior. El desafortunado desarrollo del Título VIII de la Constitución ha hecho que desandemos en apenas tres décadas progresos que se habían alcanzado a lo largo del tiempo. Podría aplicarse aquello de que “bien está lo que bien acaba”, pero entonces habrá que esperar a que acabe. Otras reformas de calado como la educativa o la del derecho a la vida, siguen empantanadas.  

(*) José Manuel Cansino Muñoz-Repiso. Profesor Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla invitado en la Universidad de Lund.

La lección de Polonia (José Manuel Cansino -*- en La Razón el 8/7/2013)


Conocido el dato de la bajada en el paro registrado del mes de junio, los españoles bien informados de la salud de nuestra economía parecemos estar con el corazón encogido a la espera de que el próximo 25 de julio se haga público el dato de la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre del año. Será este dato el verdadero test de si se rompe la tendencia de destrucción de empleo que ya se ha cobrado en España casi cuatro millones de puestos de trabajo entre el comienzo de la «Gran depresión» en 2007 hasta ahora.
Pero incluso aunque el dato de la EPA sea positivo, la economía española tiene que seguir sentando unos pilares para su economía mucho más sólidos de los que hasta ahora apuntalaron una «Economía fingida».
Una buena referencia sobre qué es lo que hay que hacer nos la da Polonia. Este país, otrora miembro del bloque comunista, es el único que durante la «Gran recesión» ha mantenido un crecimiento sostenido de su PIB, el único de los 27 países de la Unión Europea.
Ésta es una de las razones por la que la comparativa entre nuestra economía y la polaca se incluye en un libro de próxima aparición que coordina el profesor José Luis Orella de la Universidad San Pablo-CEU. Junto con el profesor Manuel Ordóñez, he tenido la oportunidad de realizar este análisis del que se pueden extraer interesantes conclusiones.
Como tantos resultados en Economía, el primer análisis resulta desconcertante. Efectivamente, si se realiza un análisis de los sectores clave de ambas economías –los que tienen un mayor tirón sobre el resto de sectores económicos– resulta que en ambos países son los mismos. Además coinciden en buena medida con los sectores clave de los 27 países comunitarios considerados en su conjunto.
Sin embargo, un análisis más detallado nos conduce a unas conclusiones que ayudan a explicar por qué, teniendo los mismos sectores económicos clave, ambas economías han afrontado la depresión de forma tan diferente.
Los sectores en cuestión son el del carbón y refino de petróleo, el de metales básicos, el de distribución de la energía eléctrica y el de la industria auxiliar del transporte. La diferencia entre ambas economías está en el peso de las exportaciones.
Para el segundo de los sectores, la parte de la producción que se destina a exportación en Polonia es el doble que en España. En el tercero de los sectores es casi el cuádruple y en el último sector, la economía polaca exporta casi el triple que España.
Por tanto, en una crisis mundial asimétrica como la que nos afecta, en la que unos países están en fase de depresión y otros en expansión, depender en buena medida de la demanda exterior si ésta radica en economías sólidas es la única garantía para no entrar en barrena. Es lo que le ocurre a Polonia.
Las lecciones para la política económica resultan claras para el analista pero no tan sencillas para su puesta en práctica. Idealmente, la recomendación es primar la internacionalización principalmente de los sectores económicos que aparecen como clave.
Naturalmente es un trato discriminatorio que se justifica en su mayor efecto arrastre del conjunto de la economía. De hecho, una reciente investigación en la que he tenido la oportunidad de participar junto con los doctores López-Melendo, Pablo-Romero y Sánchez Braza sobre la eficacia de programas de internacionalización desarrollados en Andalucía por Extenda demuestra sus efectos positivos. Los resultados van a ser publicados por la prestigiosa revista científica Evaluation and Program Planning.
Indiscutiblemente, este tipo de medidas de «discriminación positiva», que suelen plasmarse en incentivos fiscales o en facilidades al crédito con respaldo público, se topan con la oposición de otros sectores que se sienten maltratados. Ése es el reto de los políticos. De los buenos, claro.
En España no debemos caer en la tentación de pensar que el mero cambio en la tendencia de la destrucción de empleo, a pesar de su importancia, nos exime de poner las bases de una economía sólida, muy diferente a la «Economía fingida», un término afortunado que me prestó Eusebio León para uno de mis libros y que es justo de lo que tenemos que huir. No del libro, claro, sino del modelo económico.
* Profesor titular de Economía en la Universidad de Sevilla invitado en la Universidad de Lund (Suecia)

martes, 2 de julio de 2013

MALETAS DE DESAFIO Y DESARRAIGO (José Manuel Cansino -*- en La Razón el 1/7/2013)



Los movimientos migratorios por razones económicas llevan consigo al menos dos sentimientos punzantes y contradictorios; el desarraigo y el desafío. Con ellos en mente hay que interpretar los datos que acaba de publicar el Instituto Nacional de Estadística (INE) que, resumidos en una única cifra, nos dicen que España durante el año 2012 registró un saldo migratorio negativo de 162.390 personas.
La Encuesta de migraciones exteriores del INE ofrece una interesante información sobre la edad, la nacionalidad y el destino de las personas que cogieron sus maletas y abandonaron nuestra nación el año pasado.
La migración económica es esencialmente un fenómeno demográfico protagonizado por jóvenes. Unos se marchan asumiendo el desafío y otros regresan después de cumplirlo o certificando el fracaso.
De las 476.748 personas que abandonaron España en 2012 la mayoría se concentran en el rango de edad que va desde los 20 a los 49 años. Muchos de ellos arrastran a sus hijos. Así se deduce de los casi 60.000 niños menores de 14 años que acompañaron a sus padres a sus destinos.
Es precisamente analizando los destinos a partir de donde podemos obtener más conclusiones.
De entre los países destacados en la información del INE por ser destinos principales, espigan rápidamente dos grupos, los países de menor renta que repatrian a los que ya dejaron de considerar a España como un país próspero y lleno de oportunidades y los países que resisten la crisis económica y siguen generando empleo.
Rumania, Marruecos, Bolivia, Ecuador y la República Dominicana son el duro destino de los que regresan hartos de miseria, de rebuscar en los contenedores de basura y de los macabros paseos de carritos desvencijados de bebés en los que se sustituyeron los críos por chatarra para vender al peso allí donde no piden títulos de propiedad.
Reino Unido, Alemania, Perú y China son los destinos preferidos de quienes asumen el desafío de buscar su particular Dorado.
Posiblemente preguntarán ¿por qué al primer grupo de países se va con sensación del sabiniano allí no quedaba sitio para nadie y al segundo con la frescura de la mochila ligera de un legionario y un ‘pen drive’ lleno de títulos? Es fácil, a los primeros regresan con niños que engendraron y parieron en España. A los segundos se va sin equipaje. Por no llevar no llevan ni años encima. Son la generación estafada de la que ha escrito recientemente Rafael Sánchez Saus. Una generación a la que se la bautizó como “la mejor preparada” pero sin oportunidades en casa.
El correlato de todo lo anterior se traduce en dinero; ‘er mardito parné’. Si buceamos en la Balanza de pagos española, más concretamente en la Sub-balanza por Cuenta Corriente y Cuenta de Capital y, finalmente, en el saldo de las remesas de asalariados, podemos ver la diferencia entre lo que los trabajadores españoles residentes en el extranjero mandan a casa, y lo que los trabajadores extranjeros residentes en España envían a sus países. Aunque el saldo es aún negativo (todavía hay una fuerte remesa de salida de capitales enviados por los extranjeros residentes en España), el saldo no hace más que disminuir. Entre 2008 y 2011, éste ha tenido la siguiente evolución en millones de euros:  -2.554,   -2.152,7,  -1.813,9 y  -1.566.
Pronto llegaremos a tener un saldo positivo. España habrá retrocedido a los años 40 del siglo XX. Félix Machuca ha sabido interpretar bien esta tendencia. Habrá diferencia en las cualificaciones de los ‘españoles por el mundo’ y en sus destinos. Ahora son jóvenes licenciados repartidos entre Europa, China y el sur de Hispanoamérica. Antes fuimos los obreros sin apenas cualificación que ayudamos a reconstruir Europa con los dólares del Plan Marshall y el innegable esfuerzo de los países que se lamían las heridas de la segunda Gran Guerra.

Poco queda para que ese saldo que huele a desarraigo y desafío, se vuelva positivo. Seremos entonces una gran multinacional. Una gran multinacional que exporta cerebros nacionales y despide a los emigrantes que recibió. Verdaderamente porque aquí no hay sitio para nadie. Pongamos que hablo … de España.

-*- Profesor Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla invitado en la Universidad de Lund.