viernes, 4 de enero de 2013

¿Para cuando la rebelión? (José Manuel Cansino en La Razón 31/12/12)


Sobre la relación entre Ética y Economía se ha escrito mucho y con frecuencia con muy escaso rigor. Hay una obsesión o ingenua pero legítima convicción de que si se subordina la Economía a la Ética, todas las necesidades humanas quedarán resueltas en sus niveles básicos.
Políticos, religiosos o «maestros» en Ética (con título o autointitulados) proclaman la necesidad de someter unas leyes económicas «injustas» a una Ética –cada cual la suya– que determina lo que es bueno y lo que es reprobable. Entre esto último está el hambre y hasta ahí vamos bien, las desigualdades en la distribución de la renta y riqueza –aquí ya comienza a haber disenso por las posibles derivas igualitaristas– o la especulación. En esto último tampoco hay consenso una vez que salimos de la tertulia y nos revestimos de cientifismo.
Por ejemplo, a estas alturas del desastre pocas dudas caben acerca de la responsabilidad del sistema financiero internacional en la titulización de activos financieros tóxicos y en su reparto internacional en grandes fondos o «hedge funds» inicialmente muy rentables y luego, una vez explotada la burbuja inmobiliaria, absolutamente desastrosos.
Ahora miramos con ojos inquisitoriales a los promotores inmobiliarios y a los bancos que azuzaban promociones a diestro y siniestro con tipos de interés muy bajos. Podemos también mirar reprobatoriamente a los gestores de fondos de inversión en materias primas agrarias como los responsables de elevar con sus movimientos especulativos el precio de los alimentos condenando a muerte a todos los que no puedan pagarlos. Muy bien, la especulación es contraria a la Ética y también habría que prohibirla en ese proceso de subordinación de la Economía a la Ética. Bien, pero un momento.
¿Es especulación o legítima ganancia lo que cualquier agricultor del mundo hace cuando guarda su cosecha a la espera de venderla cuando suban los precios fruto de una mayor necesidad? Es probable que con el precio final de venta, el alimento quede también lejos de las manos de los hambrientos.
La actividad económica está siempre asociada a la búsqueda de una mejora. Trabajamos a cambio de un salario, invertimos y arriesgamos buscando un beneficio o ahorramos depositando nuestro dinero en activos que nos procuran rentabilidad futura. ¿Es esto contrario a la Ética? ¿Es posible determinar un precio justo para las cosechas o para las acciones por encima del cual la ganancia es especulación?
La cuestión se resuelve en cada momento de manera difusa a través de mecanismos sociales. Ni más, ni menos.
Cuando una sociedad considera mayoritariamente inaceptable –contrario a su Ética– el nivel de necesidad que se padece, se rebela demandando acciones redistributivas que quiten recursos a unos para repartirlos entre otros. En definitiva, se pide al Estado que exija impuestos a los poderosos que financien servicios o transferencias para los necesitados.
¿Y qué ocurre si los que más tienen acaban llevándose el dinero a los paraísos fiscales –vale decir Gibraltar– o constituyen una SICAV porque consideran excesivo el esfuerzo tributario que se les pide? Pues entonces, hay que buscar la solución fuera del Estado. Hay que buscarla en la sociedad civil.
Sin la sociedad civil es inexplicable la supervivencia de una Nación que va camino de los seis millones de parados y en la que desde parte de la Corona, la clase política hasta cada uno de nosotros es sospechoso de sacudirse de encima cualquier obligación fiscal.
Es entonces cuando la Ética de cada cual nos lleva a compartir lo que tenemos con los que sabemos que lo necesitan. Lo hacemos a través de las instituciones que no ponemos bajo sospecha de mangazo; fundamentalmente de la Iglesia Católica y de ONG's no confesionales pero solventes. Sorprende que no haya colas de familias necesitadas en las puertas de los sindicatos, de las organizaciones patronales o de los partidos políticos. Y es que en la práctica –cuando de comer se trata– las personas saben bien a quien atribuir un comportamiento ético más sólido. El riesgo de equivocarse de puerta es muy alto; el hambre o el frío.
Cuando los contribuyentes toman copas en las Islas Caimán y el Estado, aplastado por la prima de riesgo y los pufos heredados, recorta y recorta, sólo la sociedad civil evita el colapso. Si llega el día en que ni siquiera la acción caritativa y la solidaria resulten suficientes, sólo quedará la revuelta.

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