miércoles, 11 de agosto de 2021

LA EPA Y LOS “NO LUGARES” (José Manuel Cansino en La Razón el 4/02/2019)


Corría el segundo trimestre del año 2007 cuando la expansión económica asociada al acceso barato al crédito y al tirón de la construcción bajaba la tasa de paro de la economía española al 7,93 %, la más baja de todo el periodo de vacas gordas. Ahora se acaban de celebrar los datos del último trimestre de 2018 con los que la Encuesta de Población Activa deja la tasa de paro en el 14,45 %; aproximadamente el doble del mejor resultado pero significativamente más baja del pico máximo del 26,94 % alcanzado en el primer trimestre de 2013.

Efectivamente se acorta la distancia entre el mejor resultado de los años de bonanza económica y el actual pero no de la misma forma para todos. Por ejemplo, el rango de edad para el que la distancia se reduce más es el que corresponde a los parados de entre 40 a 44 años ya que con un 11.27 % de desempleo se está cinco puntos por encima del mejor resultado (tercer trimestre de 2007). En cambio, la distancia es muy grande para los trabajadores de mayor edad. Aquí el cambio tecnológico hace más difícil encontrar un nuevo empleo para, por ejemplo, las personas que están entre los 55 y los 59 años. Este grupo registra una tasa de desempleo del 13.61 % a más de ocho puntos de distancia de su mínimo registrado en el tercer trimestre de 2005. De hecho, cuando se miran con detalle los datos de desempleo de la EPA, la dificultad para encontrar un nuevo empleo es importante a partir de los 45 años. Sin embargo, hay que interpretar correctamente este hecho. No decimos que la tasa de desempleo sea alta a partir de los 45 años. No es cierto. De hecho para el grupo de edad entre los 45 y los 49 años, la tasa de desempleo es del 11.57 % frente a una media del 14.45 %. Lo que decimos es que esa tasa está aún muy lejos (6.24 puntos) del mínimo que registró en el segundo trimestre de 2006.

Con todo, la mayor bolsa de desempleo se registra entre los jóvenes con edades comprendidas entre los 16 y los 19 años con una tasa de desempleo del 46.89 %. Esta gran cifra se explica en buena medida porque, a diferencia de lo que ocurrió en los años en los que se gestó la burbuja inmobiliaria, hay mucha menos demanda de empleos para trabajadores jóvenes y con escasa formación.

Hasta aquí el análisis derivado exclusivamente de la tan celebrada EPA. Vayamos más allá. En poco más de una década que marca la diferencia entre los años de bonanza y la trabajosa recuperación han operado unos cambios rápidos con consecuencias económicas muy importantes. Hoy compramos de manera generalizada a través del comercio electrónico, las ciudades están repletas de repartidores de envíos que se mueven en bicicleta, la posibilidad de imprimir en casa utilizando sistemas de 3D y luego enviarlos a través de plataformas logísticas digitales hace que el trabajo se realice cada vez de forma más dispersa, etc. En cierta forma se está conformando una sociedad del “no lugar” en expresión del antropólogo francés Marc Augé. Estamos en casa pero conectados por videoconferencia o a través de videojuegos con lugares remotos, compramos ropa o dispositivos electrónico a través de Amazon, intercambiamos nuestra segunda residencia con otras familias a cambio de abaratar las vacaciones, los jóvenes hacen “autostop” a través de una app y asistimos atónitos al enfrentamiento entre taxistas y VTC cuando quedan pocos años para que nos desplacemos generalizadamente en coches sin conductor.

La crisis que nos estamos sacudiendo de encima se está superando en el contexto de una economía nueva en la que el ritmo del empleo, el crecimiento económico, la productividad de los trabajadores y los salarios no evolucionan como tradicionalmente. Por ejemplo, el ritmo del crecimiento económico en España entre 2015 y 2017 ha sido vigoroso; 3.4 %, 3.2 % y 3 %, respectivamente, pero no suficiente para recuperar el empleo destruido por la crisis económica. Esto es razonable pues en tres años no se recupera más de una década.

Mucho más preocupante es lo que ocurre con los salarios. Para esto resulta de gran ayuda seguir la pista a lo que estadísticamente se denomina el salario más frecuente entre los trabajadores. Pero hagamos las comparaciones sin espejismos, esto es, comparando salarios de años anteriores con los salarios más recientes pero en términos de poder adquisitivo.

El Instituto Nacional de Estadística ofrece datos de los salarios más frecuentes para el periodo 2009 a 2016. Pues bien, el salario anual más frecuente en los hombres en el año 2009 era de 18.438 euros mientras que en 2016 fue de 17.911,71 euros; ambas cantidades están medidas en términos de poder de compra para precios de 2018. Para una mujer las cifras son de 16.199 y 13.810 euros, respectivamente. Sin embargo, el paro en 2009 era mayor que ahora (18.6 % frente al 14.4 %). En definitiva, el desempleo se ha reducido en más de dos puntos y los salarios se han reducido en un 3 % para los hombres y casi en un 15 % para las mujeres. Para mayor preocupación, téngase en cuenta que la Población activa española en 2009 era de 23,22 millones de personas y en 2018 de 22.86 millones. El resumen es, tenemos hoy menos personas dispuestas a trabajar que en los peores años de la crisis, las cifras de empleo son notablemente mejores pero los salarios han reducido el poder de compra de los empleados. Los expertos apuntan a un término al que se debe prestar gran atención, tanto desde el sistema educativo como desde quienes diseñan las políticas de reinserción laboral. El término es “soft skills” para describir con ello a los tipos de trabajo en los que la atención personalizada hace difícilmente sustituible al trabajador por un robot con inteligencia artificial. Esta es una buena hoja de ruta para evitar los “no lugares”.

 

 


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