martes, 7 de abril de 2015

SIEMBRA COSECHAS ¿Y RECOLECTA HAMBRE? (José Manuel Cansino en La Razón 6/4/2015)

Con el nombre de 'hacedores de hambrunas' han llegado a calificarse por algunos analistas a los fondos de inversión en materias primas alimenticias. Esta denominación subraya su componente especulativo, su papel catalizador de la volatilidad de los precios y, lo más importante, el efecto final de subir los precios excluyendo de su consumo a todo aquel que no puede pagarlos. Esto ha movido a una explosión de demandas regulatorias para que limiten extraordinariamente el funcionamiento de estos fondos.



Los fondos de inversión en productos alimenticios son el resultado último de la financierización de los mercados agrícolas de futuros; unos mercados que nacieron en la segunda mitad del siglo XIX y que aún cuentan con un implantación muy limitada en Andalucía. Las operaciones de futuros, muy resumidamente, consisten en poner precio a una cosecha en el momento de la siembra compartiendo riesgos tanto el agricultor como el comercializador. Antes del desarrollo de estos mercados, los almacenes de los agricultores no tenían las características técnicas necesarias para almacenar las cosechas durante largo tiempo viéndose compelidos a vender justo después de la recolección. Esto provocaba unas grandes oscilaciones en los precios que bajaban dramáticamente en la época de recolección y llegaban a ser muy altos en otras épocas del año.
A partir de 2000 los inversores institucionales (grandes fondos de pensiones, fondos soberanos, etc) pusieron su foco en este tipo de fondos atraídos por su elevada rentabilidad . El volumen de negocio pasó de 50 a billones de dólares americanos en 2004 a 400 en 2011. Repárese en que el billón americano es 10 a la 9 y no a la 12 como ocurre en Europa.
Hace poco, el Instituto Leibniz para el Desarrollo de la Agricultura en las Economías en Transición publicaba una nota en la que subrayaba que los estudios empíricos no apuntaban todos en la misma dirección. Más aún aportaba una serie de estudios que respaldaban el papel de estos fondos (exactamente se refería a los fondos indiciados) como estabilizadores de precios para los productos alimenticios. Consecuentemente recomendaba no limitar su funcionamiento.
Yo no soy experto en mercados de futuro (salvo acaso, conocedor del mercado del petróleo), pero el documento del Instituto Leibniz me ha recordado a los años previos de la crisis financiera de 2007. Durante años, las instituciones financieras norteamericanas reclutaron a reputados académicos que estaban sinceramente convencidos de que no tenía razón de ser mantener la separación legal entre la banca comercial y la banca de inversión en EEUU. Una separación que se estableció tras el crack de 1929 aunque no entró en vigor hasta 1933. Finalmente, las autoridades norteamericanas derogaron la Ley Glass-Steagall que mantenía esa separación. Lo que vino después aún lo padecemos.
Desde finales del siglo XIX la Economía ha utilizado el análisis cuantitativo de manera creciente; con logros relevantes pero llevándonos a los economistas a pecar de superioridad científica. Marion Fourcade, Etienne Ollion y Yann Algan, han publicado un interesante artículo en The Journal of Economic Perspectives en el que examinaron las 25 publicaciones científicas más respetadas en Economía, Ciencias Políticas y Sociología. Los autores encontraron que, entre 2000 y 2009, en todos los artículos publicados en The American Economic Review, la más reputada de entre las revistas de Economía, el 40% de las referencias son a artículos publicados en las otras 24 principales revistas de economía. Solo el 0,3% de los artículos citados provienen de las revistas de sociología y el 0,8%, de las principales revistas de ciencias políticas. Es decir, que en todos los textos publicados en las 50 revistas más importantes de otras disciplinas durante toda una década, los economistas solo encontraron cerca de un 1% de artículos dignos de ser citados. Lo ha escrito con acierto Moisés Naím.

La Economía, pese a su elegante análisis formal, goza de poco consenso científico. Ni siquiera en esto de poder concluir si la financierización del trigo o el arroz contribuye al hambre o a la seguridad alimentaria.

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