martes, 7 de octubre de 2014

Pornografia financiera (José Manuel Cansino en La Razón el 6/10/2014)



La difunta canciller de hierro Margaret Thatcher acuñó la expresión de "capitalismo popular" para describir el cambio operado en la propiedad de las grandes corporaciones británicas. La ex primera ministra del Reino Unido se refería así a que, a diferencia del capitalismo de los grandes telares de Manchester al inicio de la Revolución Industrial, las empresas británicas ya no estaban en manos de solo unas pocas familias. Ahora -década de los 80 del siglo pasado- cualquier familia británica media podía convertirse en copropietaria de, por ejemplo, la British Petroleum, invirtiendo sus ahorros en la compra de un pequeño paquete de acciones de la petrolera.
Naturalmente la ex premier británica pasaba por alto que el control de las grandes compañías seguía en las mismas manos solo que el capital social estaba tan atomizado que únicamente un pequeño porcentaje del mismo, bien organizado, servia para seguir controlando la compañía. Sea como fuere, la idealización thatcheriana tuvo su predicamento.
Varias veces me he referido a este episodio para contraponerlo al de la "socialización de la especulación". Operaciones especulativas las ha habido siempre en las economías donde se hicieron un hueco los mercados o bolsas de valores financieros. La burbuja de los tulipanes holandesa es solo el episodio más sonado pero no el único. 



Lo nuevo en esta última crisis que nos azota fue la popularización de este tipo de actuaciones en países como España. La expansión del crédito hasta límites insospechados se ejemplificaba en multitud de oficinas bancarias españolas cuando un promotor inmobiliario que hasta hacia poco era un digno albañil con "espíritu emprendedor", entraba en el despacho de direccion y conseguía un "crédito promotor" para comprar un terreno al que había echado el ojo, promover las oportunas viviendas y, de paso, comprar un cuatro por cuatro y un deportivo de alta gama para la pareja. Las únicas garantías eran un terreno "que había visto" y unas viviendas "que aparecían en un plano".
La socializacion especulativa seguía cuando un gran anuncio sobre un modulo prefabricado era argumento suficiente para que muchas familias se lanzaran a comprar viviendas "sobre plano". Lo hacían con la fundada expectativa de "dar el pase" a un nuevo comprador antes de tener que escriturar la vivienda logrando una plusvalía de un 15 o 17% en apenas doce meses. Y así, se sumaba y se seguía.
Pero como en la granja de Orwell, en la socialización especulativa todos éramos iguales, pero unos mas iguales que otros. Las cajas de ahorro habían servido a comienzos de los mismos 80 de Margaret Thatcher, para dotar a España de un sistema financiero moderno. Fue la denominada reforma de Fuentes Quintana-Fernández Ordóñez. Esa reforma permitió a las cajas de ahorro, nacidas con esa filosofía del microcrédito que ahora vale un Nobel en Economía, operar prácticamente como bancos comerciales. Ya teníamos bancos hasta en el último y entrañable pueblo de España.
Pero a partir de 1985 se opero un cambio legal que ninguno de nosotros admitiríamos para un quirófano, ni siquiera un taller. Nadie se deja rajar ni pone su coche en manos inexpertas. Pero si aceptamos -la sociedad lo consintió- que parte fundamental de nuestro sistema financiero se pusiera en manos de administraciones públicas (en último término partidos) y organizaciones sindicales y empresariales. 
Para acceder a los cargos de responsabilidad no se exigió nunca ningun conocimiento profesional de las finanzas. Lo que se exigía era el respaldo de la clase dirigente ; de partido, de sindicato o de organización empresarial. Ese mérito fue bastante para gestionar billones de pesetas primero y miles de millones de euros, después.
Ahora los abusos que se van conociendo eclipsan los casos de buena gestión como si no los hubiese habido. Solo por probabilidad estadística hay que aceptar que los hubiese. 
El caso de las tarjetas B de Cajamadrid ha sido el último ejemplo de abuso de estas instituciones financieras. Un caso que sin exagerar se puede calificar de pornografía financiera.
De su nacimiento como institución de inspiración eclesial para conceder microcréditos a quienes no podían pagar, ni intereses usurarios, ni ser recibidos en un banco, Cajamadrid ha pasado a exhibir el fenómeno de la transversalidad político-sindical del mangazo. Izquierdas y derechas llegaron al "pacto de la tarjeta B". Un espacio político donde toda diferencia se depone en aras del gran consenso del plástico.

Que nadie se sorprenda del ascenso de los que ahora llaman populistas. Los impuestos de todos se han destinado en parte a tapar los agujeros que dejaron los tarjetazos. Agujeros bendecidos por un Banco de España que, si bien tenía un sistema de supervisión, no quiso ejercer el poder de sanción. Un poder de sanción que también lo tuvo pero era discrecional -en manos del gobernador- y nunca fue puesto en marcha. Casi nuca, diría Mario Conde.

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