jueves, 3 de julio de 2014

ARNAU EN LA CASA DEL PATO DONALD (José Manuel Cansino en La Razón el 3076/2014)


El informe para 2014 del Instituto Cervantes cifra en 500 millones las personas que hablan español. También señala que es la segunda lengua del mundo en comunicación internacional y la tercera más usada en las redes sociales.
Lo anterior, que son cifras sin trampa ni cartón, tiene una dimensión económica incontrovertible que, no obstante, no siempre se ha plasmado en lógicas decisiones empresariales. Por ejemplo, hace unos días visité un conocido parque de atracciones cercano a París. Como la mayor parte del tiempo se invierte en guardar largas colas hasta gozar de unos efímeros minutos montado en “cacharritos” que ya van necesitando una mano de pintura, me dediqué a estimar el porcentaje de españoles que visitaban el parque.



No menos del 40 % de los allí presentes eran españoles. A ellos había que sumar otro 3 % de hispanohablantes que habían cruzado el charco y que, ojo, tenían previsiblemente, una capacidad de gasto mayor de los que habíamos subido desde el sur de los Pirineos.
Hace seis años visité por primera vez esa casa del Pato Donald, Mickey Mouse y compañía. En aquel entonces los hispanoparlantes nos teníamos que hacer entender ante el personal en cargo en inglés o francés. Seis años más tarde la situación es muy diferente.
Por una razón de lógica empresarial de acercarse al cliente, todos los puntos de atención al público tenían personas españolas –mayoritariamente jóvenes-. Además, raro era el empleado que no se manejaba en español como segunda o tercera lengua. Algo parecido tuve la oportunidad de comprobar el año pasado en Suecia, país donde pasé parte del año por razones profesionales. En el país escandinavo, donde no se empieza a aprender inglés hasta los siete años pero en el que se maneja en perfecto inglés hasta el apuntador, había un ‘boom’ tremendo de estudiantes de español de todas las edades. La razón era estrictamente estadística. Una razón del tipo de la que apunta el Instituto Cervantes en su Informe.
Frente a esa lógica de las cifras que convierte a nuestra lengua en casi una lengua franca –sueño de todos los lingüistas- y una potentísima herramienta para el desarrollo profesional de esos jóvenes que tienen que ir a Francia a por un trabajo que no encuentran en España, los españoles nos empeñamos en despreciarla en no pocos lugares y por razones ideológicas.
Tanto es así que pude contemplar como una pareja de padres jóvenes insistía en la oficina de turismo en conseguir una guía de París en catalán. Ofendidos ostensiblemente por su inexistencia –tampoco la había en japonés, y mira que había nipones allí-, la tomaron en inglés negándose a coger la editada en español. Todo ello debidamente explicado a Arnau, su hijo que debió nacer con el ‘boom’ del magnífico libro ‘La Catedral del mar’ de Ildefonso Falcones cuyo protagonista -Arnau Estanyol- llevaba el mismo nombre. Arnau, entre atónito y condescendiente, atendía a las explicaciones de sus padres que le hacían ver la represión contra su lengua ejercida por los mercenarios del Pato Donald.
Las lenguas españolas diferentes al castellano se han convertido para millones de personas en un instrumento de confrontación hasta el punto de negar a sus hijos el uso del castellano aunque esto les prive de un futuro profesional mejor. Curiosamente los principales ideólogos de este “apartheid” lingüístico libran a sus hijos del mismo en colegios exclusivos.
Frente a estas posiciones ideológicas y temperamentales, las llamadas al respeto de las lenguas –la última la del flamante Rey Felipe VI- son perfectamente inocuas.
En 2030 el mismo Instituto Cervantes al que aludíamos al principio estima que el 7.5% de la población mundial hablará español y en 2050, Estados Unidos será el primer país hispanohablante. Estos son los datos que no van en contra de ninguna lengua. Sólo evidencian la fortaleza del castellano o español.

Al cabo del día coincidí con Arnau y sus indignados padres en la cola de un restaurante en el que la ubicación de los clientes las asignaban dos chicas. Angie llevaba dos “Mickeys” en su uniforme, uno con la bandera de Francia y otro con la británica indicando los dos idiomas en los que se manejaba. La otra chica –Nekane- lucía un Mickey “español” y otro británico. Amablemente atendió a la familia de Arnau en la lengua de Cervantes.

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