El actor Antonio Banderas
mostraba su asombro hace unos años ante el dato de que el 74 por ciento de los
universitarios andaluces tenía como vocación ser funcionario. El actor español
de fama internacional reconocía que el dato se lo había revelado un consejero
del gobierno autónomo –cuyo nombre se ocupó de mantener en el anonimato- al
tiempo que decía que en Estados Unidos, el mismo porcentaje era el de los
estudiantes que tenían decidido emprender su propio negocio.
Sin duda falta ambición en las
aulas universitarias andaluzas. Probablemente falta ambición en el conjunto de
nuestra sociedad. Se trata de un problema sociológico y, por tanto, de causas
varias, complejas y ninguna de ellas de inmediata solución. Pero no por difícil
debe formar parte de los anatemas que ya ensanchan el abultado saco de lo
políticamente incorrecto; aquello de lo que no se puede hablar si uno no quiere
que le cuelguen el sambenito de radical.
La primera razón para esta falta
de ambición en las aulas –hablo principalmente de las que se ubican en las
Facultades de Negocio (Empresariales), Economía, Finanzas o Marketing- es la
reprobación pública del beneficio empresarial. Vive instalada en España una
general sospecha hacia toda actividad empresarial privada que genere beneficios
y que no ponga casi inmediatamente en la cabeza de quien tiene noticia de ello
conceptos como el de explotador, contratos basura, precariedad laboral, etc. En
definitiva y frente a otras sociedades desarrolladas, no hay un primer resorte que
haga pensar que quien pone en marcha una empresa y vive de su beneficio lo
pueda hacer con el absoluto respeto a los derechos de los trabajadores y a
partir de unas relaciones justas y honestas con sus empleados, clientes y
proveedores. Así las cosas, es muy poco incentivador querer convertirse en un
empresario que es tanto como adquirir un estatus reprobable de especulador.
Tanto es así que hoy día se ha tenido que cambiar el término “empresario” por
el de “emprendedor” para así suavizar el rechazo social a quien decide tomar
este camino después de abandonar las aulas.
La segunda razón podría estar en
el débil nexo que aún perdura entre la universidad y la empresa pese a los muy
valorables esfuerzos que se han hecho desde las administraciones públicas. Esta
razón debe analizarse desde la paradoja que supone el éxito internacional de
las principales escuelas de negocio españolas (con campus abiertos en Estados
Unidos y Asia) y los discretos resultados de las Universidades en ‘rankings’ internacionales
como los de Shanghai. Probablemente la clave esté en el sistema de
reclutamiento o contratación de profesores o, más aún, en cómo está diseñada la
carrera del profesor universitario. Permitanme que me centre en quienes, como
yo, trabajan para una Facultad de Economía. Mientras que en las escuelas de
negocio los profesores tienen que acreditar una estrecha vinculación y
conocimiento con la actividad empresarial, en una Facultad de Empresariales se
puede culminar una carrera profesional sentando plaza de catedrático sin haber
pisado profesionalmente una empresa. Aunque no es imposible, es difícil pensar que
se puede incentivar a crear empresas si quien ha de hacerlo tiene como objetivo
profesional convertirse en funcionario.
Nótese que sostengo lo que
escribo sin desconocer el peso que actualmente tiene la denominada “transferencia
del conocimiento” en el desarrollo de la carrera profesional de los profesores;
esto es, las actividades que consisten en transferir los resultados de los
trabajos de investigación en conocimiento que puede ser aplicado por empresas,
administraciones públicas y otras instituciones privadas.
Sin embargo, me sorprende que lo
que ya resolvieron con éxito las Ciencias de la Salud en el sistema
Universitario español, no se replique en otros campos científicos con un
marcado carácter aplicado como representan las Facultades de Empresariales y
similares. En las Ciencias de la Salud –pensemos para simplificar en la
Medicina- la actividad docente se ha compatibilizado con éxito con el trabajo
de investigación y las tareas clínicas de atención a los pacientes; algo que ha
permitido una fructífera relación entre los manuales, las publicaciones
científicas y el ejercicio práctico.
Naturalmente hay especialidades
de las ciencias de la salud y de la economía con un perfil aplicado muy difícil
pero mientras que en las primeras no son las que han pesado en el diseño del
sistema educativo, en las segundas sí.
Hay que fomentar la iniciativa
económica desde la experiencia. La ambición no es la codicia. A una y a otra la
separa el esfuerzo y el respeto. En Andalucía y en España falta la primera. A
raudales.
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