El informe para 2014 del
Instituto Cervantes cifra en 500 millones las personas que hablan español. También
señala que es la segunda lengua del mundo en comunicación internacional y la
tercera más usada en las redes sociales.
Lo anterior, que son cifras sin
trampa ni cartón, tiene una dimensión económica incontrovertible que, no
obstante, no siempre se ha plasmado en lógicas decisiones empresariales. Por
ejemplo, hace unos días visité un conocido parque de atracciones cercano a
París. Como la mayor parte del tiempo se invierte en guardar largas colas hasta
gozar de unos efímeros minutos montado en “cacharritos” que ya van necesitando
una mano de pintura, me dediqué a estimar el porcentaje de españoles que
visitaban el parque.
No menos del 40 % de los allí
presentes eran españoles. A ellos había que sumar otro 3 % de hispanohablantes
que habían cruzado el charco y que, ojo, tenían previsiblemente, una capacidad
de gasto mayor de los que habíamos subido desde el sur de los Pirineos.
Hace seis años visité por primera
vez esa casa del Pato Donald, Mickey Mouse y compañía. En aquel entonces los
hispanoparlantes nos teníamos que hacer entender ante el personal en cargo en
inglés o francés. Seis años más tarde la situación es muy diferente.
Por una razón de lógica
empresarial de acercarse al cliente, todos los puntos de atención al público
tenían personas españolas –mayoritariamente jóvenes-. Además, raro era el
empleado que no se manejaba en español como segunda o tercera lengua. Algo
parecido tuve la oportunidad de comprobar el año pasado en Suecia, país donde
pasé parte del año por razones profesionales. En el país escandinavo, donde no
se empieza a aprender inglés hasta los siete años pero en el que se maneja en
perfecto inglés hasta el apuntador, había un ‘boom’ tremendo de estudiantes de
español de todas las edades. La razón era estrictamente estadística. Una razón
del tipo de la que apunta el Instituto Cervantes en su Informe.
Frente a esa lógica de las cifras
que convierte a nuestra lengua en casi una lengua franca –sueño de todos los
lingüistas- y una potentísima herramienta para el desarrollo profesional de
esos jóvenes que tienen que ir a Francia a por un trabajo que no encuentran en
España, los españoles nos empeñamos en despreciarla en no pocos lugares y por
razones ideológicas.
Tanto es así que pude contemplar
como una pareja de padres jóvenes insistía en la oficina de turismo en
conseguir una guía de París en catalán. Ofendidos ostensiblemente por su
inexistencia –tampoco la había en japonés, y mira que había nipones allí-, la
tomaron en inglés negándose a coger la editada en español. Todo ello
debidamente explicado a Arnau, su hijo que debió nacer con el ‘boom’ del
magnífico libro ‘La Catedral del mar’ de Ildefonso Falcones cuyo protagonista -Arnau
Estanyol- llevaba el mismo nombre. Arnau, entre atónito y condescendiente,
atendía a las explicaciones de sus padres que le hacían ver la represión contra
su lengua ejercida por los mercenarios del Pato Donald.
Las lenguas españolas diferentes
al castellano se han convertido para millones de personas en un instrumento de
confrontación hasta el punto de negar a sus hijos el uso del castellano aunque
esto les prive de un futuro profesional mejor. Curiosamente los principales
ideólogos de este “apartheid” lingüístico libran a sus hijos del mismo en
colegios exclusivos.
Frente a estas posiciones
ideológicas y temperamentales, las llamadas al respeto de las lenguas –la
última la del flamante Rey Felipe VI- son perfectamente inocuas.
En 2030 el mismo Instituto
Cervantes al que aludíamos al principio estima que el 7.5% de la población
mundial hablará español y en 2050, Estados Unidos será el primer país
hispanohablante. Estos son los datos que no van en contra de ninguna lengua.
Sólo evidencian la fortaleza del castellano o español.
Al cabo del día coincidí con
Arnau y sus indignados padres en la cola de un restaurante en el que la ubicación
de los clientes las asignaban dos chicas. Angie llevaba dos “Mickeys” en su
uniforme, uno con la bandera de Francia y otro con la británica indicando los
dos idiomas en los que se manejaba. La otra chica –Nekane- lucía un Mickey
“español” y otro británico. Amablemente atendió a la familia de Arnau en la
lengua de Cervantes.
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