La familia no sólo es el tema
central del actual Sínodo de los Obispos. Es también, valga la perogrullada, un
pilar social incuestionable sobre el que en las últimas décadas se descargan
ríos de tertulias en el mundo Cristiano y no cristiano. La disputa a la
concepción cristiana del concepto de familia por parte del pensamiento más
cristofóbico que laicista, ocupa manuales de educación obligatoria y discursos
políticamente correctos. Unos y otros serán la antesala no del respeto a las
diferentes formas de familia, sino el bautismo laico como tal de casi cualquier
suma aritmética de seres –a saber si sólo humanos- sin más criterio que el
afectivo.
Pero este no es nuestro objetivo
en esta tribuna sino analizar el papel que la familia recibe en la Economía.
Una opinión –mi opinión- que me solicitó recientemente uno de los más
influyentes ‘think thank’ confesionales de Andalucía, la Asociación Católica de
Propagandistas.
El análisis de la familia desde
la perspectiva económica no ocupa lugar alguno en el que de momento es el texto
central del Sínodo de los Obispos. Esto es algo que no debe sorprendernos
porque el económico no tiene por qué ser un punto de vista prioritario. Sin
embargo en el análisis económico sorprende –y mucho- que la familia esté casi
ausente en el análisis Microeconómico mientras que juega un papel fundamental
en el Macroeconómico.
Mientras que las decisiones
microeconómicas de consumo (o ahorro), de producción, de oferta de trabajo (o
demanda de ocio) o de emprendimiento (o inversión) son analizadas
científicamente desde un punto de vista individualista por la Microeconomía,
cuando pasamos a las cifras agregadas de la ‘Macro’, el resultado cambia y
mucho.
Aunque extramuros de los manuales de Microeconomía, la familia
aparece explícitamente en la Contabilidad Nacional, esa de la que buena parte la
sociedad fue consciente a finales del año pasado cuando se supo que pasaban a
formar parte del PIB la prostitución y parte de las actividades delictivas.
Efectivamente, en el Sistema Europeo de Cuentas de 2010, también en el anterior
de 1995, las familias aparecen como un sector económico diferenciado como las
Administraciones Públicas o las empresas financieras y no financieras.
El gasto en consumo de las familias (reparen en que no se
contabiliza el gasto de los individuos) ascendió en 2013 -último dato
disponible- a casi 600.000 millones de euros. Así las cosas, esto representó el
57 % del PIB español.
Pero además, las familias son parte importante de las
decisiones de inversión pues no de otra forma se considera el gasto en vivienda
que es un gasto de inversión pero realizado por las familias y no por las
empresas.
La familia en la Economía recibe un trato no muy diferente
al que recibe en el debate social cotidiano; despreciada por unos (como lo hace
la Microeconomía) y subrayada por otros (como la Macroeconomía). Quizás este
sea otro de los tantos ámbitos en los que el debate desprejuiciado -sin juicios
a prioristicos- deba ceder
protagonismo al sentido común. El sentido que reconoce un papel
sociológicamente determinante a la familia en todas las civilizaciones de la
Historia.
Aunque estemos en Semana Santa y, como en Navidad, aflore un
sentimiento epidérmico y fugaz que indulta los grandes gastos de las cofradías
con el argumento de la bolsa de Caridad que también manejan durante todo el
año, la familia no debe recibir atención como realidad económica sólo por su
papel de ‘red’ en las graves etapas de crisis. Objetivamente considerada, la
familia es el seno donde se toman decisiones económicas cruciales para el
desarrollo económico de cualquier Nación.
En la familia se decide quién y cuanto se trabaja en función
no sólo de las necesidades económicas sino también de las atenciones educativas
y afectivas que los hijos demandan. En la familia es donde se vive el ejemplo
del emprendimiento o de la comodidad; la proclividad a asumir el riesgo de una
subvención, a desarrollar la carrera en el servicio público o a vivir a la caza
y captura de la paguita. En la familia se aprende en valor del esfuerzo o la
cultura del mangazo. Todo ello, en una lectura microeconómica de las cosas
acaba marcando el comportamiento de la oferta de trabajo, de la inversión o de
la promoción profesional.
Son estos aspectos todos cotidianos e importantes que
deberían ir de la mano de un mayor respeto a la familia en el sentido
sociológico y central del término.
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