Me comentaba hace unos meses el alcaldable socialista de un
pueblo de la Sierra, que lo tenía verdaderamente difícil para ganarle las
elecciones a una coalición de partidos de izquierda radical que tenía como
rivales. Su explicación, me decía, era que "aquí la gente se conformaba
con la política de la miseria, que era bien diferente a tener un buen puesto en
el Ayuntamiento, en la Diputación o en la Junta, como debería ser". Es decir,
que su programa era un programa de 'todos colocados' frente a la miseria de la
paguita con la que sus vecinos decían conformarse. Andando el tiempo le envié a
su teléfono móvil el audio de Irene
Sabalete mandando a hacer campaña al personal. Creo que no acabó de entenderlo.
Para millones de compatriotas la discusión no es si la
Administración debe ejercer o no un paternalismo determinante en las
situaciones de crisis económicas, sino que -dando por sentado que ha de
ejercerlo- sólo es cuestión de ponerle cifra y fijar criterios de reparto para
un dinero público que parece manar del cielo.
En otros ámbitos y países el debate se produce entre
posiciones mucho más diversas de esta que muchos llaman 'el gran consenso
socialdemócrata'. Un consenso del que en España
no se excluyen ni los partidos de derecha convencionales ni los de izquierda.
El economista liberal Anthony
de Jasay, en su libro El Estado,
recuerda que en los periodos donde el crecimiento económico ha ido de la mano
de un estancamiento de salarios, se alzaron voces en contra conformando lo que
denomina una 'Economía enfadada'. Los principales exponentes durante el siglo
XIX fueron Marx, Engels y Proudhon. En esta crisis en la que se han acentuado
las desigualdades entre los ricos y los pobres, los máximos representantes de
esa 'Economía enfadada' son Paul Krugman y Joseph Stiglitz aunque quien mayor
notoriedad haya alcanzado ha sido Thomas Piketty después de que el Financial Times declarase a su libro El
Capital en el siglo XXI, libro del año.
La posición de Jasay es tan clara en un sentido como las de
los otros autores en sentido muy diferente. Para el economista liberal
anglo-húngaro, incluso agudizándose la diferencia de renta entre pobres y
ricos, estos reinvertirán la mayor parte de sus beneficios generando más empleo
y más productivo. Por tanto, el aumento de la desigualdad sería un efecto de la
acumulación del capital pero no su causa.
En definitiva entre los economistas académicos hay un
marcado disenso sobre el papel que debe jugar el Estado en la redistribución de
la renta, desde prácticamente ninguno hasta un papel determinante en el que
Estado imponga una elevada presión fiscal que luego financie los programas
redistributivos.
Esta manera de ver las relaciones económicas tiene un
paralelismo muy alto con los estudiosos de la política. Por ejemplo, Norberto
Bobbio en su influyente libro de hace dos décadas Derecha e izquierda (reeditado ahora en español por Taurus) señala que los partidarios de la
izquierda, aun sabiendo que los seres humanos somos a la vez iguales y
distintos, valoran como más importante para la buena convivencia lo que fomenta
la semejanza de condiciones; los de la derecha, en cambio, aprecian más lo
irreductible y diverso.
Igualdad y desigualdad en la sociedad democrática, ha
escrito Savater, son términos que cabe matizar según el qué y el cómo de lo que
está en cuestión, desde el igualitarismo totalista que desmocha las diferencias
mejor justificadas hasta la beatificación del privilegio jerárquico que
escalona a los humanos en diversas categorías superpuestas.
Matizar es también lo que mi amigo el alcaldable hacía
cuando me advertía que una cosa es un buen empleo en la Administración Pública
(oficial o paralela) y otra la miseria de la paguita en forma de días de
trabajo repartidos -ora barriendo calles ora en cualquier otra actividad de
mantenimiento- entre una larga lista de parados.
Parece que después de haber conseguido un diseño social en
el que la vida de millones de personas gira en torno a la Administración
Pública (para sentar plaza de funcionario, para meter cabeza en el partido,
para convertirse en proveedor privilegiado o mangante comisionado) ahora toca
reducir el umbral de satisfacción del personal. Ahora toca convencer de que los
tiempos de los buenos subsidios y de los enchufes dejaron paso a la paguita. Y
si Vds quieren conservarla, ya saben lo que tienen que hacer cuando lleguen las
elecciones. Cualquiera de ellas vale.
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