Millones
de personas están convencidas de que la solución a los problemas de necesidad
que aquejan a buena parte de la Humanidad, se resolverían con un tipo de
organización económica “cristiana”. Esa organización económica se consideraría
intrínsecamente justa y la única explicación para no alcanzar tal estadio
habría que buscarla en la falta de voluntad humana ¿Es esto así?
Hay
una parte de la Ciencia Económica de carácter descriptivo y carente de juicios
de valor. De ella no cabe esperar Leyes justas o injustas sino meramente leyes
económicas amorales. De esta forma no tendría sentido hablar de una ciencia
económica cristiana como tampoco lo tendría hablar de una ciencia matemática
cristiana.
Sin
embargo, hay otra parte de la Ciencia Económica de carácter normativo y de
frontera difusa con la anterior, en la que sí caben los juicios de valor y, a
través de ellos, las consideraciones éticas. Pero, incluso en esta parte de la
Ciencia Económica, si las recomendaciones normativas –la forma en la que
organizar esta economía “cristiana”- están basadas en las conclusiones del análisis
positivo (que estrictamente técnico), las recomendaciones decimos, serán de
tipo técnico y no moral. Se trataría, en definitiva, de recomendaciones del
tipo “dado que los recursos presupuestarios disponibles son limitados, el mayor
nivel de bienestar social se logra empleándolos en A en lugar de B”, pero esa
recomendación normativa no nace de la concepción de justicia de quien decide
sino de los resultados del análisis económico descriptivo o técnico que mostrarían
que gastando en A en nivel de bienestar es de C M euros mientras que gastando
en B es de D Millones euros, siendo C > D.
En
la práctica, sin embargo, los resultados científicos incontrovertibles que
arroja la economía descriptiva son muy limitados. Como consecuencia, la
discrecionalidad en la decisión muy amplia y, a través de ella, la influencia
de consideraciones éticas.
La
mayor parte de economistas aceptan que la elección entre Estados y Mercados es
entre estados y mercados imperfectos. Más exactamente, la elección que en cada
sociedad tenemos es una particular combinación de ambos; un porcentaje de
intervención estatal y un porcentaje de mercado que varía de país a país y a lo
largo del tiempo Las encíclicas papales también lo entienden así.
No
obstante, desde San Juan Pablo II, hay en las encíclicas una reivindicación
mayor de la sociedad civil para corregir tanto la distribución primaria de la
renta como el resto de males que resumimos bajo las ideas de “necesidad” o
“pobreza”. Frente a encíclicas anteriores más proclives a la intervención
estatal hay, desde San Juan Pablo II, una llamada a la libertad.
La
crisis actual de la que parece verse el final ha agudizado la incertidumbre y,
si hoy se promulgase una nueva encíclica de contenido marcadamente económico,
cabría esperar a la luz de las encíclicas previas, un retorno a posiciones críticas
con la economía de mercado. Particularmente, con el funcionamiento de los
mercados financieros. Sin embargo, es dudoso que tal crítica venga acompañada
de la reivindicación de un mayor papel del Estado y ello, posiblemente, no sólo
por una razón de ineficacia demostrada en la gestión económica sino por la
prevención de la Iglesia Católica ante la deriva anticristiana en muchos
estados.
Pero
bajemos de las encíclicas al Supermercado. La Agencia Fides arrojaba como
última estadística del número de católicos en el mundo, la correspondiente a
2002. Para ese año, la agencia vaticana contabilizaba a 1.070 millones de
personas, lo que equivalía al 17,2 % de la población mundial.
¿Cuál
sería la influencia de más de 1000 millones de consumidores si decidieran
invertir sus ahorro sólo en aquellos fondos de inversión que tuviesen la
certificación de ‘fondos éticos’ por incluir activos financieros sólo de
empresas que acrediten tratar dignamente a sus trabajadores? ¿Cuál sería la
influencia de más de 1000 millones de consumidores que decidieran premiar con
su fidelidad a aquellas empresas que garanticen como parte de su programa de Responsabilidad
Social Corporativa que jamás despiden a una empleada cuando se queda
embarazada? ¿Qué poder tendrían 1000 millones de contribuyentes que deciden no
llevarse su dinero a paraísos fiscales, sin ir más lejos, Gibraltar, porque
quieren que con su dinero el estado financie programas de redistribución de
renta? O en otros términos ¿pueden las sociedades permitirse prescindir de la
acción redistributiva libre y voluntaria que al margen del estado, realizan
estos más de 1000 millones de católicos en el mundo?
La
Humanidad ya conoce las consecuencias nefastas de la planificación económica.
También conoce que las virtudes de la economía de mercado se ajustan mucho más
a los manuales teóricos que a las relaciones económicas cotidianas.
No
hay sistemas económicos alternativos a aquellos que se sustentan en un juego de
contrapesos entre el Estado y el Mercado. Las sociedades más convencidas de la
capacidad de autosuperación de la persona, limitarán más el papel del Estado, y
las más refractarias a la incertidumbre, buscarán la protección paternalista
del Estado o de sus propias instituciones privadas. En cualquier caso, la
Economía Cristiana no puede entenderse como una determinada versión confesional
de la Economía sino como una forma de toma de decisiones económicas inspirada
por nuestra Religión. Muchas personas lo hacen cotidianamente.
Profesor Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla.
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