La caída del precio mundial del
petróleo por debajo de los 80 dólares por barril está pasando de ser un tema
que sólo concierne a los expertos a motivo de conversación de barra de bar.
Pocos recursos nos afectan tanto como este combustible de origen fósil hasta el
punto de tener que reconocer que el mundo occidental (en sentido económico y no
geográfico) es un mundo ‘petroalcohólico’.
Hay tres derivas de esta bajada
del precio del crudo; una económica, otra geopolítica y una última,
medioambiental. Cada lector puede poner el orden de prioridad que desee pero
todas ellas están directa pero también difusamente relacionadas.
Efectivamente el petróleo (el
barril Brent de referencia en Europa) ha perdido en apenas cuatro meses una
cuarta parte de su valor hasta marcar mínimos de los últimos cuatro años. La
semana pasada ya perdió el nivel de 80 dólares el barril. Esto tiene dos
efectos económicos directos; el primero es el de un abaratamiento en los costes
de producción de las economías importadoras siempre que el menor precio del
petróleo se traslade a los precios de la energía final (básicamente
electricidad o combustibles derivados del petróleo). Según un cálculo del
Financial Times, la bajada del precio del petróleo equivaldría a una
inyección en la economía global de
660.000 millones de dólares.
El segundo efecto económico
permite enlazar con la deriva geopolítica del abaratamiento del petróleo. Con
un precio por debajo de los 80 dólares el barril es posible que dejen de ser
rentables los yacimientos de petróleo no convencional (‘shale oil’) y los
situados en aguas ultraprofundas. Los primeros se explotan mediante la técnica de
fracturación hidráulica (fracking) que supone inyectar en la tierra a alta
presión agua con una mezcla química para romper la roca y liberar petróleo o
gas atrapado en ella. La técnica requiere que la perforación sea continua.
Aunque no son pocos los países con este tipo de yacimientos, EEUU es el que
mayor uso ha hecho de ellos hasta el punto de cambiar su rol de importador a
exportador de petróleo. Los yacimientos en aguas ultraprofundas más importantes
hasta ahora están en Brasil.
¿Es rentable explotar estos
yacimientos a precios por debajo de los 80 dólares? La extracción de un barril
de petróleo convencional en Arabia Saudí (el mayor productor mundial de crudo) tiene
un coste de entre cuatro y seis dólares, mientras que utilizando la
fracturación hidráulica en EEUU cuesta de media entre 50 y 70 dólares. Hay
analistas que sostienen que al precio actual, el 50% del petróleo no
convencional estará fuera del mercado. Esto explicaría que Arabia Saudí
estuviese dispuesta a mantener el precio del petróleo incluso por debajo de los
70 dólares durante los próximos dos años. Su posición dentro de la OPEP es
radicalmente contraria a la de Venezuela, partidaria de reducir la producción
de crudo para subir los precios. No obstante, el interés de los sauditas
trasciende lo económico.
Un petróleo barato es un mal
escenario para países como Irán, Irak y Siria, lo que es tanto como decir que
es malo para los chiítas; un resultado muy valorado por el principal productor
mundial de crudo.
La tercera deriva de la caída del
precio del crudo es de índole medio ambiental. Hoy nadie discute que el sector
energético tiene un papel protagonistas en las emisiones de gases de efecto
invernadero (GEI) de origen antropogénico. Las preguntas serían ¿en cuánto
puede aumentar la demanda de petróleo en respuesta a su abaratamiento y en cuánto
aumentarían las emisiones de GEI?
Si ponemos el foco en la parte de
la energía eléctrica que se genera a partir de derivados del petróleo, los
datos en España nos dicen que en el caso de abaratarse la factura eléctrica, la
reacción de la demanda será muy limitada. Por cada euro que disminuya el recibo
de la luz, la demanda de los hogares repuntaría en no más de 30 céntimos. Algo
parecido ocurriría si la bajada del precio del petróleo se trasladase a los
precios de los combustibles a pie de gasolinera –algo que aún no se ha
producido ni los precedentes auguran bajadas significativas-.
Sin embargo, la demanda de
energía sí es mucho más sensible a cambios en la renta disponible y ello porque
la demanda de equipos electrónicos de los hogares responde mucho a cambios en
la renta. Por tanto, si el menor precio del petróleo se trasladase a los
precios finales de la electricidad, el repunte de las emisiones de GEI vendría
no por un aumento directo de la demanda de electricidad vía bajada de precio sino
por un aumento indirecto vía mayor equipamiento electrónico de los hogares. La
lección es clara; hay que poner el foco en conseguir equipamientos
energéticamente eficientes.
Pero todo pasa porque la bajada
del precio del crudo nos dé un alivio en la cartera.
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