lunes, 22 de septiembre de 2014

TRIGO Y ACCIONES, DRONES Y OBLIGACIONES (José Manuel Cansino en La Razón el 22/9/2014)

Entre 2007 y 2008 amplias zonas del África Subsahariana, Bangladesh o Haití vivieron sangrientos motines provocados por la hambruna derivada de la subida de precios de alimentos tan básicos como el arroz. Cuando hace cuatro años los precios mundiales del trigo, el maíz y la cebada experimentaron subidas en torno al 50 %, muchos se temieron el inicio de una nueva hambruna. 

Hay analistas como Juan Hernández Vigueras (El casino que nos gobierna, Ed Clave Intelectual) o mi amigo, el catedrático de Economía Juan Torres (Los amos del mundo, Espasa libros) que no dudan de que la crisis alimentaria de 2008 fue provocada por la especulación financiera. En definitiva, fue una de las consecuencias de que el sistema bancario internacional uniese a su tradicional función de transformar el ahorro en préstamos, una nueva y más lucrativa función asociada a la comercialización de la deuda. Reparemos en que nuestras deudas con los bancos (desde una hipoteca al saldo de una tarjeta de crédito), son activos para los bancos y se han comercializado a través de la ‘banca en la sombra’ hasta generar la burbuja financiera. 

Salvo excepciones, los agricultores andaluces y españoles en general, apenas han participado de los altos precios de las materias primas alimenticias. No ocurre lo mismo con otras materias primas o ‘commodities’ como los minerales. En estos casos, los precios mundiales ahora hacen rentable la reapertura de las minas de la faja pirítica de Huelva, entre otras. 



Al tiempo que los minerales recuperan su interés como activo subyacente o de respaldo de los fondos de inversión en materias primas, el petróleo lo ha perdido debido a la explotación de los nuevos yacimientos a través de la técnica del ‘fracking’ o de la extracción del ‘shale gas’. Actualmente –y esto pocos lo dicen- los nuevos yacimientos aumentan más rápidamente que su consumo. Pero si el petróleo ve debilitado su interés, otras nuevas ‘commodities’ aparecen como atractivo activo financiero. Se trata del escandio, el litrio y quince metales más de los lantánidos que se conocen como “tierras raras”. Claudia Canals señala su interés estratégico actual para la electrónica de consumo de última generación, la industria armamentística (se utilizan en los sistemas de comunicación adheridos a misiles y drones) y las energías renovables (en los motores de vehículos híbridos y en los aerogeneradores). 

Para entender la relación entre la inversión en activos financieros y el precio de las materias primas, resulta de gran ayuda el dossier incluido en el Informe mensual del Servicio de Estudios de La Caixa de los meses de julio y agosto. En él se puede leer de la mano de Carlos Martínez, que los gestores profesionales de carteras y los grandes inversores (por ejemplo, los gestores de los planes de pensiones), siempre procuraron destinar parte de sus fondos a la adquisición de ‘commodities’. La razón estaba en que su baja relación (correlación) con los precios de los activos financieros tradicionales (por ejemplo, las acciones y las obligaciones), les permitía diversificar el riesgo de sus carteras. 

Esta falta de ligazón entre el comportamiento de los precios de las materias primas y los activos financieros tradicionales parece haberse roto. Ahora se mueven en el mismo sentido. La evidencia empírica parece ponerse del lado de quienes han culpado a la popularización de los instrumentos de inversión financiera del aumento del precio y de su volatilidad de las materias primas. Esto no es, en absoluto, tranquilizador. La crisis y algunas reformas en el marco financiero internacional parecen haber dado alguna tregua en este ámbito. Así, el Banco Internacional de Pagos de Basilea ha dado el dato de que las operaciones al contado sobre materias primas en 2013 alcanzaron los 2.21 billones de dólares; muy por debajo de la cifra máxima de 8.5 billones alcanzada en 2007. En fin, es lo que hay. 

Lo que antes servía para comer, ahora también es un sofisticado producto financiero cuyo impacto sobre el precio de los alimentos preocupa poco tras el parapeto de que la evidencia empírica sobre esa relación, no es del todo precisa. 

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