Podría haber titulado mi columna semanal utilizando un término menos alarmante, pero sería poco honesto edulcorando un riesgo en que el que creo fundada y no aisladamente.
En una economía globalizada pero de peso económico asimétrico (sólo los países miembros del G-20 representan el 80% del PIB mundial) es difícil entender cómo la situación económica de la isla de Chipre puede generar tanta tensión. Sobre todo porque lo que pasa en muchos de los países excluidos del G-20 importa más bien poco salvo que sus materias primas resulten estratégicas o la sangre de sus carnicerías humanas y periódicas, salpique a los demás.
La importancia de Chipre radica esencialmente en que comparte moneda (el euro) con otros dieciséis países que, esos sí, frecuentan las reuniones del G-20. Su banco central –como el Banco de España– funciona como una agencia del Banco Central Europeo y este –a veces– ejerce como prestamista de última instancia de todo un sistema bancario. Un sistema bancario basado en un mecanismo de reserva fraccionaria de los depósitos. Si buscaban a la madre del cordero, aquí la tienen.
En definitiva no hay mucha diferencia entre las guerras civiles de los países olvidados y lo que pasa en Chipre. Lo de la isla mediterránea, en un mundo donde para muchos la vida humana (nacida o no nata) vale menos que la estabilidad financiera, es como una guerra lejana en la que la sangre salpica o puede salpicar. Chipre comparte moneda; por esa razón importa.
También por esa razón existe riesgo de contagio en forma de provocar «corridas bancarias» en toda la zona que comparte su moneda o sus billetes.
Porque un billete en un sistema monetario de reserva fraccionada no es más que un papel impreso sobre el que todos (los «euroresidentes» y los residentes en cualquier país del mundo) aceptamos que vale lo que dice que vale. Técnicamente es un medio de pago generalmente aceptado.
Un medio de pago que a través del sistema bancario se multiplica gracias al sistema de reserva fraccionaria que permite a los bancos gozar del privilegio de endeudarse a la vista. En definitiva, un mecanismo que permite separar la economía real (la economía de las cosas) de la financiera mediante la creación de deuda.
Precisamente y por esa razón, se trata de un sistema en el que cuando –como ahora en Chipre– los ahorradores acuden masivamente a retirar sus depósitos, el sistema entra en riesgo de colapso lisa y llanamente porque nuestro dinero no está guardado en el banco. El banco lo prestó en la confianza de que sus clientes no acudirían en masa a retirar sus depósitos.
Una vez desatado el pánico es habitual que las autoridades monetarias reaccionen con una doble vía. La primera es la del corralito bancario (limitar o impedir la retirada de efectivo hasta que los ciudadanos se tranquilicen). La segunda es exhibiendo el músculo del banco central a lo primo de Zumosol afirmando que está dispuesto a actuar como prestamista de última instancia de todo banco que lo necesite. El problema es que el primo de Zumosol tiene una gobernanza compleja porque opera rindiendo cuentas a otros dieciséis parientes que son el resto de socios que comparten moneda y banco central.
Lo que está puesto verdaderamente en solfa desde el estallido de la burbuja financiera en 2007 y el inicio de la Gran Recesión en 2008 es el propio sistema bancario de reserva fraccionaria.
Sobre el particular he leído y oído recientemente tres opiniones fundadas que por orden cronológico son las siguientes.
La primera es la de los economistas del FMI (sic) Jaromir Benes y Michael Kumhoh recogida en un documento de trabajo de 2012 titulado «The Chicago Plan Revisited». El documento de trabajo cuenta con el marchamo del FMI pero no significa que sea la opinión oficial de la institución. En cualquier caso estos economistas reivindican la necesidad de recuperar el Plan Chicago impulsado por F. D. Roosevelt en los años treinta del siglo pasado en el que se postulaba una banca estrictamente de depósitos; es decir, nada de reserva fraccionada.
La segunda es la de los también economistas Juan Torres y Vincén Navarro en «Los amos del mundo». Libro en el que se explica con meridiana claridad el poder del sistema financiero basado en el privilegio de emitir deuda.
La última y no menos importante es la del profesor de la Universidad de Alcalá de Henares Rubén Manso, que a su condición de doctor en finanzas une la de inspector en excedencia del Banco de España. He tenido la oportunidad de oírle en su intervención magistral en el Seminario sobre Ética y Economía celebrado hace unos días en la Universidad de Sevilla.
Es muy probable que el corralito chipriota no se extienda al resto de socios de la eurozona. Pero no lo es menos que el sistema de reserva fraccionario no se soportará, en los términos actuales, por mucho tiempo.
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