Aunque el Occidente económico (no
el geográfico) parece haberse olvidado del problema de la deflación, ésta fue
una de las principales causas de la Gran Depresión de los años 30 del siglo
pasado que siguió a ‘crack’ de 1929. Más recientemente, después de estallar una
gran burbuja inmobiliaria en los años 90 en Japón, se desató un proceso deflacionista
que explica buena parte de las más de dos décadas de estancamiento en la
economía nipona.
La deflación consiste en una
bajada sostenida, generalizada y significativa de los precios. No es inmediato
explicar cuáles son las distorsiones que provoca pero un buen resumen de todas
ellas es decir que desalienta el emprendimiento de nuevos negocios. Europa y,
más precisamente los países que compartimos el euro como moneda, no estamos en
esa situación pero sí se ha instalado un cierto temor a la deflación en la
institución que ostenta la soberanía monetaria: el Banco Central Europeo (BCE).
Los expertos sí saben que el
diseño de inspiración monetarista del BCE estaba focalizado en mantener una
inflación bajo control; esto es, en torno al 2 %. Para ello el BCE se ocupaba
de acompasar la cantidad de euros en circulación (tanto moneda fiduciaria como
dinero bancario) al crecimiento económico de la zona euro. El presidente de
esta institución –Mario Draghi- acaba de dejar entrever que “el riesgo de
incumplir ese mandato es ahora mayor que hace seis meses”.
Esta afirmación se contiene en
una entrevista concedida al diario alemán Handelsblatt publicada el 2 de Enero; el mismo día que en
España se conmemora la Reconquista de Granada por los Reyes Católicos. El texto
completo está disponible en la sección de prensa de la web oficial del BCE (www.ecb.europa.eu/)
¿Qué es lo que han visto no pocos analistas
detrás de esta afirmación? Pues que el BCE atisba un fundado riesgo de
deflación; un riesgo que se traduciría en un escenario de 3D; deflación,
desempleo y deuda.
Uno de los anuncios que soportan
este temor gira sobre la varias veces anunciada intención de poner un nuevo
programa de ‘Quantitative easing’ o, lo que es lo mismo, inyectar una fortísima
cantidad de nuevos euros con los que comprar deuda (devaluada) a las entidades
financieras para contribuir a su recapitalización. Pero también inyectar nuevos
euros para comprar –si fuese necesario- directamente deuda pública a los
estados soberanos. Reparemos en esto último.
Que el BCE compre directamente
deuda a los estados es subvertir su principio inspirador pero también es
abandonar la farsa que ha venido practicando largamente desde 2008, a saber, en
lugar de comprar deuda directamente, prestaba el dinero de nueva creación a la
banca comercial para que fuese ésta quien evitara la bancarrota de muchas
naciones –entre ellas, España- comprando deuda pública con el dinero del BCE.
Ha sido esta una operación bastante rentable hecha por el mismo sector
financiero responsable –ex equo con los supervisores- de esta crisis
financiera.
Para mayor abundamiento, no debe
pasarse por alto que este nuevo anuncio del presidente Draghi se produce en los
días de un nuevo colapso en Grecia. La ciudadanía no tiene por qué entender de
cuestiones económicas; especialmente cuando las opiniones de los gurús
económicos son tan ‘rigurosas’ como, a menudo, abiertamente contradictorias.
Los guardianes de la pureza científica acostumbran a decir que la Economía es
demasiado compleja para ser un Arte y demasiado imprecisa para ser una Ciencia.
Pero terminemos por donde
empezamos; por la deflación y por la relevante entrevista a Draghi. En ella el
presidente del BCE afirmó ‘the bank is moving closer to launching a full-scale
quantitative easing program’; en definitiva que están poniendo a punto las
máquinas de fabricar nuevos euros físicos o electrónicos. Naturalmente esto hubiera
sido algo diferente si el sistema de supervisión bancaria europea estuviese ya
en funcionamiento aunque, no nos engañemos, no hubiese sido muy diferente. Poner
en marcha un nuevo programa de ‘Quantitative easing’ o comprar deuda a
mansalva, es inundar de euros el mercado en pleno proceso de devaluación del
euro frente al dólar. Los inversores que operan a corto plazo lo saben y por
eso están tomando posiciones en la moneda norteamericana a la espera de una
mayor devaluación de la moneda europea. Entonces cambiarán sus dólares por
muchos euros.
Es posible que un euro más
devaluado frente al dólar, al encarecer las importaciones que se pagan en esta
moneda, frene la deflación. Lo lógico sería también que ayudase a las
exportaciones europeas que se cobran en euros. Pero todo esto ocurre en mitad
de una fortísima bajada del precio del petróleo que azuza a la deflación en
zonas netamente importadoras como la mayor parte de Europa. Y no la azuza más
porque se paga mayoritariamente en dólares. Unos dólares cada vez más caros.
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