En la pertinaz tibieza de salida de la crisis dos hechos han venido en nuestro auxilio: la devaluación del euro y la bajada en el precio del petróleo. Pocos discuten que una salida no fullera de la crisis económica pasa por reforzar el sector exportador de la economía española en general y andaluza, particularmente. Además, no de cualquier forma sino orientándolo cada vez más a las economías emergentes que todavía, en absoluto son nuestros principales clientes.
La economía española tiene una muy elevada tasa de apertura (suma de las exportaciones y de las importaciones como porcentaje del PIB); se sitúa alrededor del 50 % frente al 35 % que en promedio registra la Eurozona. Nuestros principales clientes son Francia, Portugal, Alemania e Italia; todas ellas son economías maduras que no acaban de salir de la crisis económica. Si a ellos les va bien, nosotros también nos beneficiaremos.
La depreciación del euro ha aparecido en un momento muy oportuno para auxiliar a la casi imperceptible recuperación de la economía europea. Precisamente si la depreciación nominal del euro alcanzase hasta un 10 %, el aumento a medio plazo del PIB francés sería del 0.2 % y de 0.3 % en el caso de España. Así se desprende del Informe mensual publicado por el servicio de estudios de La Caixa. No parece, además, que el euro vaya a finalizar su caída pues la justicia europea acaba de aprobar la compra masiva de deuda pública por el Banco Central Europeo lo que supondrá una nueva y millonaria inyección de liquidez que abaratará nuestra moneda.
Sin embargo, no en todos los países de la eurozona el sector exterior responde con la misma vigorosidad a una depreciación de su moneda. A esa sensibilidad los economistas le llaman elasticidad de las exportaciones al tipo de cambio y para España es el doble que en Alemania. Por cada punto porcentual de depreciación del euro, las exportaciones españolas repuntan un 1.6 % mientras que las alemanas lo hacen sólo en 0.8 y las francesas en sólo 1.44 puntos. La explicación para esto no es sencilla y a menudo se impone la interpretación de que las exportaciones alemanas tienen un componente tecnológico más alto, sus productos están más diferenciados y sus clientes, al ser más fieles, responden menos a cambios en los precios. No es tan sencillo. Parte de la explicación hay que buscarla en que las producciones de bienes alemanes tienen una cadena de valor global muy integrada. Buena parte de sus componentes son importados de países centroeuropeos con monedas distintas al euro. De hecho, Alemania reexporta un 51 % de lo que importa mientras que España sólo un 35 %. La mayor integración internacional de las cadenas de valor hace que las exportaciones sean menos sensibles a variaciones del tipo de cambio pues también afecta a los países importados.
A pesar estas expectativas y de la mayor respuesta de las exportaciones españolas a la devaluación del euro, los datos de nuestro sector exterior no son halagüeños. En septiembre pasado el superávit acumulado por la balanza por cuenta corriente española fue de 1.673 millones de euros; un año antes era de 15.840. En definitiva, nuestras importaciones están creciendo mucho más que las exportaciones conforme la recuperación de la economía española va dejándose sentir.
En ayuda del superávit exterior y de la recuperación económica europea y española ha venido también la bajada del precio del petróleo. Aunque son varios los factores que nos ayudan a entenderla, no cabe duda que uno de ellos es de naturaleza geopolítica y está asociado a la estrategia del principal productor mundial Arabia Saudí de mayoría sunita para castigar a los países de mayoría chiita; principalmente Irán. España importa una media de 35 millones de barriles de petróleo al mes. La bajada actual, comparada con los 82 euros por barril que –en promedio- se pagaron en 2013, significa que sólo durante el pasado mes de diciembre, nos ahorramos unos 1400 millones de euros.
El binomio devaluación del euro y abaratamiento del petróleo es un balón de oxígeno extraordinario que debe aprovecharse por la economía andaluza y española en general para dar un impulso a la salida de la crisis. Una salida que, para ser sólida, debe estar apoyada en un sector exterior en el que ganen cuotas los clientes de las economías emergentes frente a los tradicionales socios comerciales centroeuropeos.
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