La visita la semana pasada del
presidente Obama a Europa y, particularmente a la sede de la Unión Europea (UE)
en Bruselas, ha puesto la cuestión energética entre los asuntos principales de
la agenda. No en balde su visita comenzaba con la asistencia a la Conferencia sobre
Seguridad Nuclear en La Haya y su posterior visita a Bruselas buscaba mostrar
explícitamente la unidad entre Estados Unidos y la UE frente a Rusia por la
anexión de Crimea.
Aunque la dependencia de España
es mucho menor, en conjunto, Europa recibe la tercera parte del gas y petróleo
que consume de Rusia. El 40 % del gas natural atraviesa Ucrania procedente de
Rusia y de las exrepúblicas soviéticas Centroasiáticas. La actitud rusa con
Ucrania sólo ha venido a acelerar la estrategia de Europa en su camino hacia
reducir su dependencia en energía primaria de Rusia tanto en su papel de
productor como, principalmente, de corredor o territorio por donde atraviesan
buena parte de los gasoductos y oleoductos camino del centro y del norte de
Europa.
Tanto en el discurso del
presidente Obama en la sede de la UE como en la Declaración conjunta (‘Joint Statement’) se han incluido menciones a
la necesidad de que EE.UU. flexibilice el otorgamiento de licencias de
exportación de gas natural licuado a Europa para suplir la dependencia del gas
procedente de Rusia.
Lo anterior parece razonable económica y geoestratégicamente hablando
pero no es nada fácil. La primera dificultad estriba en que la prioridad de
EE.UU. en materia energética es lograr su autoabastecimiento lo que le ha
llevado a aplicar una política de ‘frontera cerrada’ a la exportación de
energía primaria como, por ejemplo, el gas natural licuado.
La segunda dificultad gira en
torno al acceso europeo al gas no convencional estadounidense o ‘shale gas’
extraído mediante la controvertida técnica del ‘fracking’. Efectivamente, los
recursos mundiales de este tipo de gas harían cambiar la geopolítica de la
energía de los hidrocarburos de confirmarse las estimaciones que la Agencia
Internacional de la Energía hizo públicas el año pasado. Sin embargo, no todos
los expertos coinciden en estas estimaciones. Pedro Prieto uno de los más
reputados expertos españoles en hidrocarburos acostumbra a explicar la magnitud
de los yacimientos de ‘shale gas’ comparándola con la aceituna. El gas natural
convencional son las aceitunas que se cogen (verdean) directamente del olivo y
el gas no convencional (‘shale gas’) serían las que se quedan en el suelo a la
espera de recogerlas en la ‘rebusca’.
Sea como fuere, el interés
europeo en el gas licuado norteamericano (convencional o no) es indudable como
ha dejado patente la canciller alemana que, no lo olvidemos, representa a un
país que después del accidente de Fukushima retomó la moratoria nuclear.
Pero frente al interés europeo en
el gas estadounidense está no sólo la prioridad de este país en su
abastecimiento energético sino también su determinación frente a la ‘doble
moral’ de importantes países europeos en esta materia. Aquí han sido
determinantes las declaraciones de Jose Vale de Almeida, embajador de EE.UU.
ante la UE cuando afirmó que Europa no puede confiar sólo en la energía de
otras personas particularmente si ésta tiene determinados costes.
La afirmación del embajador
norteamericano iba dirigida claramente a la cuestión del gas no convencional.
Por cierto que en ningún documento ni en ningún discurso ha salido a relucir
explícitamente para evitar controversias. Las alusiones lo han sido sólo al gas
licuado pero sin aclarar si este es de origen convencional o no.
EE.UU. es consciente del interés
europeo en su gas natural, pero también conoce que Francia y Bulgaria se han
declarado territorios ‘libres de fracking’. También sabe que en Gran Bretaña y
en Polonia hay una fuerte oposición social. Naturalmente también sabe que en
España no son pocos los municipios que se han declarado unilateralmente ‘libres
de fracking’. Así que la advertencia del embajador norteamericano es clara. Si
Europa no quiere depender crucialmente del aprovisionamiento de gas y petróleo
ruso, no puede pretender sustituirlo por gas de EE.UU. extraído con una técnica
con un fuerte impacto medioambiental que los europeos no están dispuestos a
aplicar en sus territorios.
(*) José Manuel Cansino Muñoz-Repiso. Profesor Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla.
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