Con motivo de una interesante intervención del profesor de Economía, Jaime Javier Domingo, en el Centro de Estudios de la Asociación Católica de Propagandistas de Sevilla, se generó un fructífero intercambio de ideas que resumo en este artículo . La conferencia llevaba el título de “Economía y compromiso cristiano”.
De las cuatro áreas tradicionales del análisis microeconómico -Demanda, oferta, mercados y distribución- los pensadores cristianos suelen prestar especial atención a la cuarta; la que explica la distribución de la renta (y los derechos de propiedad) según el valor de la aportación de los factores productivos a la producción.
La crítica a la particular forma en la que se reparte el valor generado por una empresa o el conjunto de una economía entre las personas acaba conduciendo a la Caridad como acción compensatoria o redistributiva de carácter voluntario. Especialmente esto es así tras la promulgación de la Encíclica ‘Cáritas in Veritate’ de Benedicto XVI.
Pocas veces el análisis trasciende del ‘área Microeconomía ‘ de la distribución para analizar la parte del mercado o más exactamente de sus ‘fallos’ que llevarían a un análisis desde la moral de la imperfección de los mercados y de la forma en la que la acción regulatoria puede acercarlos o alejarlos del bien común .
Menos frecuente aún es oír a los intelectuales cristianos analizar el ‘área o bloque del consumidor’ que también forma parte de la Microeconomía. Lo habitual es despachar la cuestión con una llamada oportuna a la austeridad o una condena genérica al consumismo. Un modelo -el consumista- que de revisarse a la baja llevaría a millones de personas al paro. Entiéndase esto como un mero pronóstico técnico y no como un juicio moral.
Pero de todas las partes del análisis Microeconómico, el bloque de la Producción es el que menos atención ha recibido de los moralistas cristianos. Con frecuencia se sigue hablando del beneficio de la empresas como si el consumidor fuese una mera víctima de campañas de publicidad alienantes.
Hace más de medio siglo que la definición de beneficio empresarial reducida a la diferencia de ingresos y costes de producción fue abandonada por los economistas académicos. Sin embargo sigue en el discurso de los moralistas.
Los consumidores disponen de un instrumento extraordinario para hacer de la actividad económica algo más próximo a su ideal moral. Ese instrumento es su soberanía. La soberanía que, no en todos pero si en muchos mercados, les permite elegir qué productos y a qué empresas comprar según su código ético. Por ejemplo los consumidores decidirían dónde y qué comprar según si la política de recursos humanos de la empresa en cuestión respeta la baja por maternidad, las garantías de promoción profesional, la igualdad de oportunidades, etc. O según se tenga certeza de que los productos que comercializan no están fabricados en situaciones de explotación infantil. O que la empresa garantiza el respeto al medio ambiente.
Todo esto se ha resuelto en muchos ámbitos a través del etiquetado. El etiquetado ayuda al consumidor a resolver su problema de falta de información y discriminar a favor de la compra de lo que valora.
Los británicos fueron pioneros en el ‘eco labeling’; un sistema que advierte al consumidor de las emisiones de CO2 empleadas en la obtención de cada producto. De esta forma el consumidor si lo desea, puede discriminar en favor de los productos y empresas ‘limpias’.
En el campo ético ya existen precedentes importantes. Por ejemplo hay fondos de inversión que exhiben su certificado ‘ético’ cuando una consultora garantiza que entre sus activos subyacentes no hay acciones o valores de ninguna empresa que se dedique a negocios considerados ‘anti éticos’.
Los consumidores pueden usar su soberanía en esta misma forma. Las asociaciones de consumidores o algunas consultoras podrían poner en marcha la obtención de este tipo de certificaciones o etiquetado ético a las empresas que voluntariamente se sometan a las auditorías.
El resultado sería el mayor beneficio de estas empresas, de sus trabajadores, de sus proveedores y, en fin, de lo que los anglosajones llaman ‘stakeholders’ de la empresa.
Merece la pena explorar este camino.
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