domingo, 24 de noviembre de 2013

Los euros que cuesta el bosque (José Manuel Cansino en La Razón el 11/11/2013)



El tratamiento del asma cuesta al Estado francés hasta 1.500 millones de euros al año. La estimación de este coste se ha realizado a través de estándares de ingresos hospitalarios, duración del tratamiento, coste del mismo, etc. Es un tipo de cálculo similar al que en algunos sistemas de sanidad pública española se utiliza para emitir la «factura» por estancia hospitalaria que se entrega a los usuarios para concienciar sobre el valor de la atención recibida.
Los expertos recuerdan que el desarrollo del asma y otras enfermedades respiratorias tiene un componente genético pero también un componente ambiental –externo– que con frecuencia actúa como desencadenante del factor genético. Lo que sorprende es que a pesar de que el componente genético precursor del asma se ha mantenido demográficamente estable, en cambio, el número de pacientes afectados se ha multiplicado en las últimas décadas. La emisión a la atmósfera de algunos gases contaminantes está entre los principales factores explicativos de este hecho.
Precisamente de esto acaba de hablar el profesor Ramón Folch, prestigioso y pluridisciplinar científico español, en la Universidad de Sevilla, invitado por la Cátedra de Economía de la Energía y del Medio Ambiente.
Folch advierte de la paradoja en la que vive instalada la sociedad de consumo según la cual se compra y se vende casi todo sin saber cuánto vale casi nada.
El ejemplo que utiliza para sostener su argumentación es preguntarse ¿cuánto vale un bosque? La pregunta no es económicamente irrelevante y el célebre economista británico Alfred Marshall ya definía a la Ciencia Económica como aquella que se ocupa de los negocios ordinarios de la vida. Poco más ordinario hay que respirar aire limpio.
El bosque se puede valorar por el precio de la madera que acumula medida en metros cúbicos. Sería éste el cálculo más directo habida cuenta de que existe una industria maderera que opera en un mercado donde es fácil conocer el precio que rige. Pero –se pregunta Folch– ¿es este el único valor del bosque?, ¿no tiene valor económico la pérdida que se experimentaría al dejar esa superficie de fijar CO2?, ¿no tiene valor económico la pérdida de albedo de la superficie una vez talada?, ¿y la pérdida de biodiversidad?, ¿y el coste por la previsible laminación hídrica?, ¿y el coste por la pérdida de la capacidad de retención del suelo que antes permitían los árboles y la superficie forestal? Así continuó formulando preguntas a un auditorio joven y atento hasta la cuestión final de ¿cuánto vale económicamente el bosque que desaparece del imaginario colectivo de quien lo tiene como una de sus referencias?
La economía tiene mucho que avanzar para encontrar respuestas a estas preguntas sin ignorar los avances que ya permiten técnicas como la valoración de contingentes. De estas técnicas también habló recientemente y en la misma facultad el profesor Mario Soliño en la Jornadas de Economía y Medio Ambiente que organizan anualmente las doctoras Yñíguez y Sanz con el patrocinio de la Fundación Roger Torné.
Gráficamente, la cuestión es que en el cálculo del valor económico de tantas cosas tenemos una hoja de cálculo con demasiadas celdas vacías y, sin embargo, como decía Lord Kelvin, sin números, el conocimiento científico no es enteramente satisfactorio.
Esto es lo que se ha hecho en Francia al calcular lo que cuesta la atención a los pacientes asmáticos. Se necesita también un cálculo con vocación holista de lo que cuesta reducir los contaminantes que desencadenan estas y otras enfermedades respiratorias que tienen un impacto especialmente grave en la población infantil.
Por ejemplo, varios investigadores de esta cátedra de la Universidad de Sevilla están investigando junto a economistas de la Universidad sueca de Lund la valoración económica de la presencia de las energías renovables en el mix energético español. La valoración se calcula no sólo por las emisiones de CO2 que se mitigan, sino también por el daño en la salud evitado.
Sólo con este tipo de cálculos en el sentido en el que hablaba Lord Kelvin se puede discutir con mayor rigor si el coste del régimen especial de las energías renovables es excesivo o insuficiente. Bastaría comparar el coste con el beneficio.
Sin la discusión en cifras de este tipo de cuestiones, la decisión política en materias conexas como la energética, la salud o el medio ambiente acaba siendo un terreno abonado para la demagogia y el «lobby» de los «hunos» y los otros.
La cuestión clave es que para responder a cuestiones como cuál es el sistema energético óptimo hay que valorar el coste económico del asma o responder a la pregunta de ¿cuánto vale el bosque que contribuye a fijar el CO2?
La información económica es un «input» más del proceso de decisión política. No pretende imponer una visión economicista de las cosas pero ayuda a embridar el poder de los embaucadores y de quienes persiguen intereses espurios.
* Profesor Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla

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