jueves, 15 de septiembre de 2016

LA ECONOMÍA COLABORATIVA. VA EN SERIO (José Manuel Cansino en La Razón el 12/9/2016)

Hace poco más de una década la conciencia ecológica en Occidente imponía el papel reciclado. En el pie de firma de los correos electrónicos institucionales se nos rogaba pensar si era verdaderamente necesario imprimir el mensaje o podíamos evitarlo a fin de preservar los bosques. Las superficies forestales parecían ciertamente amenazadas por el uso masivo del papel. Los jóvenes de hoy probablemente no escriban una sola carta en su vida. Ahora leemos mensajes en pantallas, grandes o pequeñas, ya no usamos las cartas y cada vez menos imprimimos documentos. Los guardamos “en la nube”. Desapareció la angustia porque la necesidad de papel acabara talando masivamente los bosques con la misma rapidez que se ha reducido el poder de la industria papelera. Hoy, encontrar un folio de papel reciclado es una rareza.
Nos comunicamos por mensajes de texto o notas de voz enviados desde teléfonos móviles inteligentes fabricados en China por 25 dólares y que tienen una capacidad mucho mayor que la de los usados para enviar al hombre a la luna.
Las telecomunicaciones siguen provocando unos cambios tan vertiginosos que para algunos analistas están sentando las bases de unas relaciones económicas diferentes. En palabras del sociólogo y economista Jeremy Rifkin, se está originando una “economía colaborativa”. Una interesante interpretación expuesta por el autor en una reciente entrevista en El País y sobre cuya pista me puso Cisco Márquez, sin duda uno de los creativos gráficos más vanguardistas de Andalucía.
A diferencia de las profecías vaporosas habituales y abonadas a pronosticar el fin del sistema económico que impera en Occidente, Rifkin nos invita a mirar a nuestro alrededor para identificar cambios de calado en las relaciones económicas cotidianas.

Resultado de imagen para Jeremy Rifkin

(Jeremy Rifkin)

Por ejemplo, a través de una aplicación informática intercambiamos nuestra casa con unos desconocidos o decidimos compartir coche con quienes hacen la misma ruta que nosotros. O localizamos a alguien que nos haga de taxista con su vehículo particular. Por cada vehículo que se comparte, Rifkin estima que se dejan de vender 25. No es sólo la industria papelera, también la poderosa industria del automóvil se verá amenazada por el uso de las telecomunicaciones si, finalmente, el patrón de consumo de millones de jóvenes cambia y la compra de un coche deja de estar en su agenda. Ahora sólo interesaría tener resueltas las necesidades de movilidad pero no la de comprar un coche propio. Bastaría compartir el de otros.
Probablemente en ese mismo coche que se comparte los usuarios van distrayéndose con vídeos que ellos mismos han producido con aplicaciones sencillas pero con la calidad de un estudio de sonido. La también poderosa industria de la música se ha visto vapuleada por las nuevas tecnologías. La economía colaborativa apunta a unas relaciones económicas en las que generaciones que vivirán con salarios inferiores a los de sus padres comparten casa, ropa, entretenimiento y comida a base de aplicaciones en el móvil. Dispositivos que te conectan con millones de personas con el mismo paupérrimo salario que tú.
Rifkin advierte que concurren en estos años tres cambios que han estado presentes en las dos (o las tres, según se mire) revoluciones industriales. Hay cambios enormes en las comunicaciones, la logística y la energía.
En esta última, además de sumarse a la apuesta por las energías renovables, augura un cambio central en el sistema de distribución de electricidad. En concreto, asume como cercana la distribución de energía eléctrica a través de redes inalámbricas. Sin necesidad de conexión por cable entre la fuente de alimentación y el dispositivo electrónico.
El invento no es nuevo y se debe a Nikola Tesla. La energía se transmite por un campo electromagnético a un dispositivo que la vuelve a convertir en energía eléctrica y la utiliza. En definitiva, Rifkin está dando por hecho que pronto habrá una tecnología madura a nivel de mercado que consista en un sistema inalámbrico para, por ejemplo, cargar dispositivos informáticos portátiles.
Así las cosas, imaginemos el siguiente ejemplo de economía colaborativa. Un grupo de amiguetes que mal viven con unos salarios pírricos montan un aerogenerador en el garaje donde hacen las botellonas. A continuación instalan el dispositivo inalámbrico para cargar sus móviles y ordenadores portátiles con la electricidad que genera el pequeño molino. Con esto demuestran que no necesitan una planta de generación eléctrica ni una empresa de distribución de electricidad. El ejemplo es mío pero Rifkin está convencido de que frente a esto, la industria eléctrica tiene el mismo poder que la industria papelera para obligarnos a escribir cartas. Fue Keynes quien dijo que tarde o temprano son las ideas y no los intereses creados los que determinan el futuro.
Indudablemente ejemplos de economía colaborativa han existido siempre (compartir coche, prestarse libros, heredar ropa, …) la diferencia es que las telecomunicaciones pueden hacer masivas estas prácticas al poner en contacto a millones de personas en tiempo real y con un sistema de transporte (logística) rápido y barato. Necesariamente barato porque sus usuarios forman parte de una generación que ya asume que sus salarios serán más bajos que los de sus padres.


No hay comentarios:

Publicar un comentario