Hace poco más de una década la
conciencia ecológica en Occidente imponía el papel reciclado. En el pie de
firma de los correos electrónicos institucionales se nos rogaba pensar si era
verdaderamente necesario imprimir el mensaje o podíamos evitarlo a fin de
preservar los bosques. Las superficies forestales parecían ciertamente
amenazadas por el uso masivo del papel. Los jóvenes de hoy probablemente no
escriban una sola carta en su vida. Ahora leemos mensajes en pantallas, grandes
o pequeñas, ya no usamos las cartas y cada vez menos imprimimos documentos. Los
guardamos “en la nube”. Desapareció la angustia porque la necesidad de papel
acabara talando masivamente los bosques con la misma rapidez que se ha reducido
el poder de la industria papelera. Hoy, encontrar un folio de papel reciclado
es una rareza.
Nos comunicamos por mensajes de
texto o notas de voz enviados desde teléfonos móviles inteligentes fabricados
en China por 25 dólares y que tienen una capacidad mucho mayor que la de los
usados para enviar al hombre a la luna.
Las telecomunicaciones siguen
provocando unos cambios tan vertiginosos que para algunos analistas están
sentando las bases de unas relaciones económicas diferentes. En palabras del
sociólogo y economista Jeremy Rifkin, se está originando una “economía
colaborativa”. Una interesante interpretación expuesta por el autor en una
reciente entrevista en El País y sobre cuya pista me puso Cisco Márquez, sin
duda uno de los creativos gráficos más vanguardistas de Andalucía.
A diferencia de las profecías
vaporosas habituales y abonadas a pronosticar el fin del sistema económico que
impera en Occidente, Rifkin nos invita a mirar a nuestro alrededor para
identificar cambios de calado en las relaciones económicas cotidianas.
(Jeremy Rifkin)
Por ejemplo, a través de una
aplicación informática intercambiamos nuestra casa con unos desconocidos o
decidimos compartir coche con quienes hacen la misma ruta que nosotros. O
localizamos a alguien que nos haga de taxista con su vehículo particular. Por
cada vehículo que se comparte, Rifkin estima que se dejan de vender 25. No es
sólo la industria papelera, también la poderosa industria del automóvil se verá
amenazada por el uso de las telecomunicaciones si, finalmente, el patrón de
consumo de millones de jóvenes cambia y la compra de un coche deja de estar en
su agenda. Ahora sólo interesaría tener resueltas las necesidades de movilidad
pero no la de comprar un coche propio. Bastaría compartir el de otros.
Probablemente en ese mismo coche
que se comparte los usuarios van distrayéndose con vídeos que ellos mismos han
producido con aplicaciones sencillas pero con la calidad de un estudio de
sonido. La también poderosa industria de la música se ha visto vapuleada por
las nuevas tecnologías. La economía colaborativa apunta a unas relaciones
económicas en las que generaciones que vivirán con salarios inferiores a los de
sus padres comparten casa, ropa, entretenimiento y comida a base de
aplicaciones en el móvil. Dispositivos que te conectan con millones de personas
con el mismo paupérrimo salario que tú.
Rifkin advierte que concurren en
estos años tres cambios que han estado presentes en las dos (o las tres, según
se mire) revoluciones industriales. Hay cambios enormes en las comunicaciones,
la logística y la energía.
En esta última, además de sumarse
a la apuesta por las energías renovables, augura un cambio central en el
sistema de distribución de electricidad. En concreto, asume como cercana la
distribución de energía eléctrica a través de redes inalámbricas. Sin necesidad
de conexión por cable entre la fuente de alimentación y el dispositivo
electrónico.
El invento no es nuevo y se debe
a Nikola Tesla. La energía se transmite por un campo electromagnético a un
dispositivo que la vuelve a convertir en energía eléctrica y la utiliza. En
definitiva, Rifkin está dando por hecho que pronto habrá una tecnología madura
a nivel de mercado que consista en un sistema inalámbrico para, por ejemplo,
cargar dispositivos informáticos portátiles.
Así las cosas, imaginemos el
siguiente ejemplo de economía colaborativa. Un grupo de amiguetes que mal viven
con unos salarios pírricos montan un aerogenerador en el garaje donde hacen las
botellonas. A continuación instalan el dispositivo inalámbrico para cargar sus
móviles y ordenadores portátiles con la electricidad que genera el pequeño
molino. Con esto demuestran que no necesitan una planta de generación eléctrica
ni una empresa de distribución de electricidad. El ejemplo es mío pero Rifkin
está convencido de que frente a esto, la industria eléctrica tiene el mismo
poder que la industria papelera para obligarnos a escribir cartas. Fue Keynes
quien dijo que tarde o temprano son las ideas y no los intereses creados los
que determinan el futuro.
Indudablemente ejemplos de
economía colaborativa han existido siempre (compartir coche, prestarse libros,
heredar ropa, …) la diferencia es que las telecomunicaciones pueden hacer
masivas estas prácticas al poner en contacto a millones de personas en tiempo
real y con un sistema de transporte (logística) rápido y barato. Necesariamente
barato porque sus usuarios forman parte de una generación que ya asume que sus
salarios serán más bajos que los de sus padres.
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