viernes, 9 de septiembre de 2016

DEL PETRÓLEO DE ARABIA A LA FUSIÓN GRANADINA (José Manuel Cansino en La Razón el 5/9/2016)

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El precio del petróleo de Brent (el de referencia en Europa) sigue en torno a los 50 dólares por barril y esto lo mantiene un 45 % por debajo del nivel en el que se situaba en el verano de 2014, justo cuando empezó su fuerte caída.
Las dudas que hasta el momento han existido sobre qué parte de la caída obedecía a una menos demanda (principalmente China) y qué parte a una mayor producción de los países de Oriente Medio se ha resuelto. Ahora es más claro que el precio se mantiene bajo por la mayor producción no sólo de Arabia Saudita (el principal productor) sino también de Iraq y de Irán (después de que EEUU y otros países le levantasen las sanciones a la exportación). La propia Agencia Internacional de la Energía, en una nota hecha pública en el mes de julio, señala que la producción de petróleo de los países del Oriente Medio supera los máximos históricos situándose en los 31 millones de barriles diarios. La Agencia subraya que esta región del mundo representa ya el 35 % de la producción mundial, la máxima cuota alcanzada desde 1975.



La razón para esta sobreproducción parece clara aunque sus efectos no son únicos. Arabia Saudita quiere poner fuera del mercado todo el petróleo extraído con la controvertida técnica de “fracking” o fractura hidráulica, una técnica principalmente extendida en EEUU que ya había conseguido que este gran consumidor se autoabasteciera de petróleo en su modalidad de “shale”. Arabia Saudita puede hacer esto porque sus costes de extracción de petróleo son extraordinariamente más reducidos. Aunque estos datos no suelen ser muy visibles –e incluso ha llegado a manejarse la cifra de 6 dólares como coste de extracción de un barril saudí de Brent-, la consultora noruega Rystad Energy Research and analysis los cifra en 24 dólares por barril. El coste es de 43 dólares para el petróleo extraído de las grandes plataformas marítimas y de 62 dólares para el caso del “shale” norteamericano. Es evidente que el precio actual pone fuera de mercado a las plataformas de “fracking” estadounidenses y blinda el predominio de los países de Oriente Medio. El informe mensual de Julio de Caixabank Research es muy útil para poner cifras a este artículo.
Pero la única consecuencia del bajo precio del petróleo no es sólo mantener la posición dominante de los países del Oriente Medio, también lo es frenar los planes de inversión empresarial para mejoras en la eficiencia energética, esto es, conseguir tecnologías maduras que permitan producir lo mismo con menos consumo energético. Junto con el desarrollo de las energías limpias, la eficiencia energética es la gran apuesta para conseguir frenar el Cambio Climático asociado al calentamiento global del Planeta. El argumento es sencillo, si el combustible fósil sigue barato, la energía que se desprende de su combustión lo es también y además es un resultado seguro mientras que el de las inversiones en eficiencia energética, es incierto.
La misma Agencia Internacional de la Energía que advierte de la recuperada preeminencia de los países del Golfo Pérsico también lo hace de la caída en los planes de inversión en eficiencia energética. Esto puede dar al traste con, por ejemplo, los objetivos marcados en el reciente Acuerdo de París sobre Cambio Climático (y eso que ya son sumamente flexibles).
Junto con el freno al desarrollo de tecnología energéticamente más eficiente, la caída del precio del crudo también asesta un golpe no menor a la financiación del terrorismo del Daesh pues una parte determinante de sus ingresos procede del contrabando de petróleo. Recuérdese el descriptivo video del servicio de inteligencia ruso mostrando el tránsito de camiones cisterna camino de la frontera turca.
En España, el repunte de la producción petrolífera de Arabia Saudita y demás países de la zona ha coincidido con la decisión crucial de seguir apostando en la muy larga carrera por la energía de fusión nuclear. La misma que sigue buscando no sólo la energía que se desprende de la unión de núcleos de hidrógenos sino que dicha unión tenga un balance positivo (la energía empleada para lograr la unión debe ser menor que la que se desprende después de la fusión). Además este resultado debe estar asociado a reactores con una tecnología cada vez más madura a nivel de mercado para que la generación eléctrica pueda ser masiva.
Finalmente, el Gobierno de la Nación y el regional de Andalucía han decidido seguir apostando por la instalación en Granada del reactor IFMIF-Dones, parte de un gran proyecto internacional liderado por la Unión Europea y Japón con un coste de 360 millones de euros y una entrada en funcionamiento prevista para 2022. Sería la instalación científica más grande jamás construida en España.
La apuesta española es estratégica y cuenta con pilares firmes. De entre ellos pueden espigarse tres. El primero es que las empresas españolas ya son las terceras en adjudicación de contratos tecnológicos ganados en el desarrollo del reactor ITER. Éste es el primer reactor experimental de fusión que se está construyendo en el norte de Francia con una entrada en funcionamiento prevista para 2025. Los otros dos pilares son dos grandes centros de investigación; el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT) y la propia Universidad de Granada que acaba de escalar hasta posicionarse entre las 300 mejores del mundo en el Ranking de Shanghai.

Tanto desde la perspectiva de la lucha contra el Cambio Climático como de la geopolítica de los yacimientos energéticos, todo pasa por una energía limpia más barata que la fósil. Hasta el momento la energía de fusión no ha logrado suplantarla y, de hacerlo, la geopolítica energética sólo se redefiniría pero no dejaría de ser poli-polar. Cuestión diferente es el desarrollo de las energías renovables. En este caso han de superar dos importantes barreras, la primera y común a toda la industria de generación eléctrica, conseguir avanzar de forma determinante en el almacenamiento de la electricidad generada. La segunda caminar de forma paralela a la calidad de la red de transporte y distribución o avanzar a sistemas inteligentes de autoconsumo y generación difusa. Todo esto es más complejo que no poner fuera de mercado al petróleo norteamericano derivado del “fracking”. Arabia Saudita lo sabe.

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