La
empresa española Gamesa, una de las líderes del sector de las energías
renovables, acaba de anunciar unos muy valorables contratos en países
asiáticos. Otras, como la sevillana Abengoa, ya cuenta con importantes
proyectos empresariales en países hispanoamericanos y precisamente sobre éste
continente me extenderé aquí.
Hace
unos días tuve la oportunidad de impartir un seminario en una universidad
chilena muy bien posicionada en el 'ranking' de calidad de este país hermano.
El tema central analizaba el posible compromiso del Gobierno Chileno en la
próxima Cumbre de las Partes a celebrar en Diciembre en París. Si las
negociaciones de los países resultan exitosas, en esa cumbre se debe definir un
acuerdo internacional que sustituya al Protocolo de Kioto y que entre en vigor
en 2020. En mi opinión, Chile está en una buena posición para asumir
compromisos obligatorios en materia de reducción de emisiones de gases de
efecto invernadero.
Como
quiera que parte de la estrategia de cualquier país para reducir sus emisiones
contaminantes pasa por aumentar el uso de energías renovables, parte de los
asistentes al seminario me señalaron la notable proliferación de los parques
eólicos, precisamente una tecnología en la que las citadas Gamesa o Abengoa son
claves desde una perspectiva internacional.
Lo
llamativo es que se me señalaba con fina ironía que "curiosamente todos
eran propiedad de empresas españolas". Así las cosas y en un ambiente
distendido, me preguntaban si no debía entenderse esto como una "nueva
colonización".
Esta
percepción del público no debe pasar por alto y no sólo por las empresas
españolas, sino también por los implicados en las relaciones diplomáticas
hispanoamericanas.
Hay
dos cuestiones en el trasunto de esta percepción. La primera es que psico y
sociológicamente, cualquier explotación de los recursos naturales de un país
por empresas extranjeras suscita una extendida sensación de rechazo incluso
cuando, como en este caso, se trata de un recurso libre como es el viento que
mueve los aerogeneradores de los parques eólicos. Cuando la explotación de
estos recursos no se asienta en un acuerdo empresarial socialmente aceptado o
aparecen prácticas de robo (como ha ocurrido con la explotación de algunos
yacimientos petrolíferos en Hispanoamérica), no es infrecuente que el resultado
final sea el de la nacionalización de las empresas extractivas.
La
otra cuestión en el trasunto de esta percepción de considerar a las empresas
españolas como prueba de una "nueva colonización" es un reverdecer de
un sentimiento indigenista que ha estado muy presente en los discursos del Papa
Francisco en sus visitas -esos mismo días- a Bolivia, Perú y Ecuador.
La
inmensa mayoría de los procesos de expansión territorial han sido cruentos.
También los españoles. Cruentos eran también los enfrentamientos entre los
pobladores originarios con los que se encontraron los descubridores españoles
hace cinco siglos. Y no menos cruentos -pero en esta ocasión ausentes del discurso
del Santo Padre- fueron las campañas de exterminio indígena que emprendieron
los mandatarios criollos recién alcanzada la independencia de España. Pocas
fronteras políticas, sea cual sea el continente, se han trazado sin conllevar
derramamientos de sangre.
Pero
después de más de cinco siglos de encuentro y dos de relaciones entre potencias
independientes, seguir mirando a España con el recelo de quien mira a la
Metrópoli resulta un balance tramposo que sustrae del plato positivo de la
balanza las aportaciones al desarrollo de los países hispanos que ha realizado
España. También las vidas de los españoles que segaron las guerras
independentistas. Cinco siglos de encuentro deben conducir a un balance mucho
más equilibrado que el
realizado desde una estrecha mirada indigenista que sólo fue alentada por la
nobleza criolla a beneficio de inventario.
La
empresa española en América, con todas las sombras que el Papa denuncia
oportunamente, tuvo una dimensión evangelizadora que impidió que las relaciones
comerciales carecieran de exigencias de dignidad humana tan vulneradas en otros
imperios que jalonan la Historia. Compárese la condena del Papa Bergoglio de la
labor española en América con las palabras de Juan Pablo II en
1982: “Vengo atraído por una historia admirable de fidelidad a la Iglesia
y de servicio a la misma, escrita en empresas apostólicas y en tantas grandes
figuras que renovaron esa Iglesia, fortalecieron su fe, la defendieron en
momentos difíciles y le dieron nuevos hijos en enteros continentes” (31/10/1982).
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