Durante el pasado mes de mayo el número de parados
registrados en las oficinas de los servicios públicos de empleo se situó
en 4.215.031 personas, lo que supone una bajada de 117.985 desempleados
con respecto al mes anterior. Del total, 11.700 corresponden a Andalucía. Así
lo ha publicado el Boletín de Estadísticas Laborales que edita el Ministerio de
Empleo. Aunque a todas luces insuficiente, se trata del mayor descenso en un
mes de mayo de toda la serie histórica y está prácticamente en línea con la de
abril de este mismo año.
Hasta aquí tenemos una primera lectura positiva que
debe completarse por varias razones aunque la principal es que España ha sido,
junto con Grecia, el país que mayor número de empleos ha destruido desde el
inicio de la crisis en 2007. Precisamente, en el último trimestre de ese año
España alcanzó su mayor cifra de empleo en 20,6 millones de puestos de trabajo.
Así las cosas, la cuestión importante es confirmar que hay creación neta de
empleo (que los nuevos contratos son más que los despidos), el ritmo de esa
creación neta de empleo y, finalmente, la calidad del nuevo empleo.
Con los datos de la EPA, la evolución del empleo
en el cuarto trimestre de 2014 mostró un importante aumento del 2,5% anual
(+428.000 nuevos trabajadores ocupados), un crecimiento que contrasta con la
caída del mismo período del año anterior (un -1,0% y -179.000 empleos
perdidos entre 201/T4- y 2014/T4), lo que sitúa el empleo en los 17,4 millones
de ocupados. Esto es, aún quedan por crear 3,2 millones de empleos para
alcanzar la cifra previa a la crisis. Así se deriva del 46 Índice publicado por
la empresa Manpower Group y realizado por el Catedrático de Economía Aplicada
Josep Oliver de la Universidad Autónoma de Barcelona.
De este informe y del previo, se deduciría
que España podría crear medio millón de puestos de trabajo netos en 2015,
que sumados a los algo más de 400.000 que preveían crearse en 2014, se
acercarían al millón de empleos netos en dos años. Un
pronóstico quizá excesivamente optimista que, desde luego no parece haberse
reflejado en los resultados electorales.
Crear empleo neto es un importantísimo logro pero el ritmo
de creación no es el que exige una sociedad en la que el
"presentismo" convive con una sensación de corrupción extendida entre
la clase política y financiera a la que se le imputa la responsabilidad de la
crisis. El "presentismo" implica que lo que queremos lo queremos
inmediatamente; en el momento presente y esto es incompatible con unos logros
inciertos, que de producirse se alcanzarán en el medio plazo y que ya se verá
cuál es su calidad.
Y esa es la tercera cuestión después del logro en empleo
neto y de analizar su ritmo. La tercera cuestión es la calidad del empleo;
principalmente en términos de estabilidad y salario.
Precisamente poca estabilidad en los contratos es una de
las características de este empleo neto si bien ya venía afianzándose, incluso
en la etapa del "boom" inmobiliario, como seña identitaria del
mercado de trabajo español. En el mes de mayo se firmaron 1.573.293 contratos
nuevos, de los que sólo un 4,5% del total (70.882) fueron indefinidos a tiempo
completo. El resto fueron 53.723 a tiempo parcial y 1.448.688 temporales. Este
es un dato que influye muy negativamente en decisiones vitales con impacto
económico y demográfico determinante como formar una familia, tener un hijo o
adquirir una vivienda.
Los salarios tampoco acompañan. Según el Instituto
Nacional de Estadística (INE), el salario mensual promedio en España es de 1.991,84
euros, unos 200 euros superior al salario de un empleado en Andalucía que en
media cobra 1.780, 66 euros al mes. Por cierto que la serie estadística del INE
arranca del año 2008 y muestra un aumento salarial para el periodo 2008-2014
que, aunque moderado no reconoce buena parte de los trabajadores que aceptaron
rebajas salariales importantes durante estos años de crisis.
En definitiva, con estos resultados no vale el
argumento norteamericano de "es la economía, estúpido" que subraya la
importancia que el electorado otorga a la evolución de los datos económico. A
una sociedad mayoritariamente hedonista a la que le resulta extraño el
sacrificio o el esfuerzo, estos discretos resultados económicos no le seducen
en nada. Sobre todo si su sacrificio va al bolsillo de los corruptos y estos,
con frecuencia, mantienen estrechos vínculos con el sector financiero,
catalizador de todos los odios en esta y prácticamente en todas las crisis.
Palabras como "recortes" o "privatizaciones" movilizan a
millones de personas que asumen que los servicios públicos se financian con un
maná de Biblia laica, o menos ingenuamente, con lo que han robado los unos y
los otros o con los impuestos que hay que cobrarles a los ricos. Poco importa
que las grandes fortunas tengan sus capitales o lejos de España o en
instrumentos como las SICAV, tan cuidadas por todas las legislaturas.
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