El Santo Padre Francisco ha
promulgado su primera Encíclica –Laudatio Si- focalizada no sólo en la ecología
o “cuidado de la Casa Común” sino también en su relación con la economía y el
modelo de crecimiento “tecnocrático” que considera predominante en el Mundo. Si
la anterior Encíclica papal “Caritas in veritate” de Benedicto XVI recibió mucha
atención (posiblemente porque en la etapas de crisis el ser humano suele volver
a mirar a la Religión), esta no va a recibir menor atención. Su interés no sólo
reside en el perfil marcadamente mediático del Santo Padre sino en la
sensibilidad social sobre el tema del que ocupa, razón por la que algunos la
han tachado de oportunista al elegir esta cuestión frente a la criminal
persecución de los cristianos en amplias zonas del Planeta.
Naturalmente me centraré en la
vertiente económica de esta Encíclica por deformación profesional pero no sin
antes opinar sobre el pretendido oportunismo de la misma. La Encíclica, tiene
un marcado componente de recomendaciones prácticas pero entre la aprobación de las
primeras medidas mundiales en la lucha contra el cambio climático (Protocolo de
Kioto, 1997) y la Encíclica papal han pasado dieciocho años de manera que no es
una materia desconocida para la Santa Sede. Sin embargo, sí tiene un matiz
oportunista al promulgarse el mismo año en el que se celebra la Cumbre del
Clima en París en el mes de diciembre de la que se esperan compromisos
verdaderamente reales para el gobierno de la denominada era Post-Kioto. En
cualquier caso, las Encíclicas responden a cuestiones que conciernen a la
Humanidad en cada momento por lo que descalificarla como oportunista no tendría
mucho fundamento.
Desde el punto de vista
ecológico, el Papa Francisco asume la teoría del calentamiento global sobre la
que afirma que existe consenso científico. En puridad existe consenso
científico mayoritario pero no unánime como, por otra parte, suele ocurrir.
También asume –aun sin mencionarlo- el objetivo mayoritariamente compartido de
tomar medidas para impedir que la temperatura del Planeta suba por encima de 2o
con respecto a la etapa preindustrial. En este objetivo, el Santo Padre también
asume -punto 52 del documento- el planteamiento de “responsabilidades comunes
pero diferenciadas” de los países que ya aparece en el Protocolo de Kioto
(“Common but differentiated responsibility”) y que tiene una gran presencia a
lo largo de toda la Encíclica. Precisamente este argumento es uno de los nexos
que sirven al documento papal para vincular el compromiso con la preservación
del medio ambiente con el compromiso con los pobres (“la íntima relación entre
los pobres y la fragilidad del Planeta”, Punto 16). Precisamente, la mayor
parte de los documentos eclesiales citados a pie de página corresponden a
episcopados de países en desarrollo en los que tienen gran predicamento
planteamientos económicos marcadamente contrarios al sistema económico de
mercado.
Es aquí donde quiero detenerme,
esto es, en la visión económica de la cuestión ecológica que impregna la
Encíclica. El Santo Padre parece asumir una visión predatoria (punto 51) en la
explotación de los recursos de los países pobres por parte de los países ricos
en virtud de la cual existe una “deuda ecológica” de los segundos con respecto
a los primeros; una deuda que naturalmente debe operar a la hora de repartir el
esfuerzo en la lucha contra el cambio climático. Así se derivaría del principio
de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”. Hay dos cuestiones a tener
en cuenta en este asunto. La primera es que la explotación de los recursos
naturales no necesariamente está vinculada al problema del cambio climático
salvo cuando se trata de la desforestación de zonas que actúan como sumideros
de anhídrido carbónico. En otros términos, cada vez que se destruye parte de un
bosque se daña una zona con capacidad de capturar este gas de efecto
invernadero pero el daño no es el mismo cuando se extrae mineral o gas natural
con técnicas convencionales. La segunda es que se está desresponsabilizando a
los países en desarrollo de su situación. Un ejemplo palmario es el caso de
Noruega en comparación con Nigeria; ambos tienen grandes recursos petrolíferos
pero en el primer caso revierten en un fondo soberano que garantiza el sistema
de pensiones, y en el otro no ¿a quién corresponde la responsabilidad del uso
de los ingresos provenientes del petróleo?
Pero además, la Encíclica retorna
a una senda de crítica a la economía de mercado propia de los documentos
papales anteriores a San Juan Pablo II. Por ejemplo, parece atribuirse una
maldad intrínseca a las grandes corporaciones multinacionales. Probablemente
esto es fruto de una visión simplificada, reduccionista, del beneficio de las
empresas; “el principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse
de toda otra consideración, es una distorsión conceptual de la economía” afirma
en la página 149. Hoy día, ninguna mediana o gran empresa concibe su beneficio
como la mera diferencia aritmética entre ingresos y costes. Ni sus accionistas,
ni sus clientes ni el conjunto de la sociedad aceptaría comportamientos
empresariales orientados a la maximización del beneficio sin ejercicio de
responsabilidad social; en otro caso la empresa tendría problemas en mantener a
sus clientes y en encontrar inversores. Una simplificación similar se le aplica
al sector financiero (punto 189) sobre el que pesa –sin matices- la sombra de
su responsabilidad en la crisis que arranca en 2007.
La Encíclica, en definitiva,
parece tener muy presente los gravísimos fallos del sistema financiero en la
crisis reciente pero los extiende sin límite al atribuirle una responsabilidad
difusa en el deterioro del medio ambiente, en el funcionamiento de la economía
de mercado y en el problema de la pobreza. En mi opinión, el nexo lógico de esa
cadena de razonamiento debería reforzarse más.
Lo que sí tiene esta Encíclica a
diferencia de su predecesora “Caritas in veritate” es una mayor precisión en la
recomendación de acciones (cambio del patrón de consumo fruto del sistema
tecnocrático, fomento de energías renovables, mejora de la eficiencia
energética, reutilización de los residuos, etc). Posiblemente esto se deba a que
este tipo de medidas están más desarrolladas que las que había que tomar para
hacer frente a la crisis financiera.
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