Cuando la pobreza entra por la
puerta, el amor sale por la ventana. El verso ayuda a explicar parte de la
deriva separatista catalana, pero sólo parte.
El manejo torticero de las
balanzas fiscales junto a ejemplos bien construidos como el de las autopistas
de peaje en Cataluña y “de balde” en el resto de España, han servido de
premisas eficaces que concluyen en el “España nos roba”. Un mensaje que ha sido
acogido por decenas de miles de catalanes deseosos de que alguien les mostrase
un camino por el que escapar de la crisis económica.
(Independentistas catalanes quemando una bandera nacional)
Los argumentos económicos han
estado muy presentes en estos años de multiplicación del sentimiento
antiespañol. No debe escaparse que el propio presidente catalán es economista y
que su consejero de Economía, Andreu Mas Colell, es un reputado economista
académico.
Efectivamente los argumentos
económicos han teñido estos últimos años de desafecto catalán hacia el resto de
España. Si la primera escaramuza del gobierno español para compensar la
estrategia escapista del nacionalismo catalán fue azuzar a los empresarios
catalanes para que advirtieran de los riesgos del proceso, el discurso de
investidura de Artur Mas dejó bien claro que la mayor parte de las
exportaciones españolas a la Unión Europea pasan por el Puerto de la Junquera.
El contraargumento es de calado
pues cuestiona la asentada convicción de que una Cataluña independiente no
sería aceptada como país miembro de la Unión Europea. En absoluto. Para eso
debería tener una oposición firme del gobierno español a lo Grecia con
Macedonia, algo ciertamente impensable en los gobiernos conocidos en las
últimas tres décadas siempre prestos al pacto con los nacionalistas. Además
estaría el posible bloqueo del un hipotético Estado catalán al paso fronterizo
de las exportaciones españolas a clientes tan principales como Francia o
Alemania.
Pero si los argumentos económicos
han servido de eficaz catalizador del proceso secesionista, el retorno a un
proyecto común en España no parece que pueda venir de sólo estos. Así, por
ejemplo, pensar ingenuamente que el nacionalismo catalán aparcaría sus demandas
con un ‘pacto fiscal’ que les reconociese los mismos privilegios que a vascos y
navarros, sería cometer un nuevo error. El nacionalismo periférico se justifica en
buena parte en el discurso victimista y siempre habrá economistas prestos a
poner una aritmética interesada al servicio de un resultado tramposo que avale
el “España nos roba”. Así una y otra vez.
Si Cataluña no encuentra de nuevo
en España un proyecto común, los crecientes sentimientos de antipatía recíproca
seguirán engordando y eso no apunta a casi nada bueno excepto, quizá, a las
bodegas de espumosos no catalanes que ya se preparan para otra campaña de
Navidad campanuda.
Es posible que dándole la vuelta
al verso de inicio de este artículo, si la pobreza comienza a salir por la
ventana fruto de una incipiente aunque lentísima recuperación económica, el
amor –aunque mercenario- vuelva a tener un hueco en el corazón comercial de
miles de ciudadanos que ahora aplauden estulticias como las de algunos
comentaristas deportivos cuando afirman que exhibir una bandera española es una
provocación.
Pero incluso así, algunas
lecciones no pueden quedar sin aprender. La principal, vista desde Andalucía,
es ¿hasta cuándo se puede seguir beneficiándose de la solidaridad del resto de
españoles y ciudadanos europeos? ¿Hay que aceptar que nuestro futuro es el de
seguir en la cola del empleo, de la renta per cápita, de los salarios o del
rendimiento escolar? ¿Qué daño ha hecho a nuestro desarrollo económico regional
enarbolar discursos que afeaban a Cataluña haber generado su riqueza gracias al
trabajo de los emigrantes andaluces? ¿No hubiese sido más eficaz preguntarse
por qué los industriales andaluces no han sido capaces de emular a los
catalanes, madrileños, vascos o riojanos?
Es posible que ese ejercicio de
autocrítica ayude a miles de catalanes a reencontrase con España y a miles de
españoles reencontrarse con Cataluña.
Pero sobre todo se necesitará
abandonar el pesado hatillo de complejos que hace a gobernantes, intelectuales,
periodistas y millones de compatriotas, hablar de España –de nuestra Historia y
de nuestro Futuro- pidiendo excusas.
José Manuel Cansino Muñoz-Repiso. Profesor Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla invitado en la Universidad de Lund.
No hay comentarios:
Publicar un comentario