En Andalucía existen siete
centrales de ciclo combinado para generación eléctrica. Cuentan con una
potencia instalada de 5.972 Megavatios (apenas el 0.5 % de la potencia
instalada en España), y pueden estar muy tranquilas. Probablemente no sufran
ningún escachre ni apedreen sus instalaciones los consumidores enfadados por la
pregonada subida de la factura de la luz. El sistema eléctrico es demasiado
complejo para que el español medio –ese que se remanga diariamente la camisa y
se echa familia y Patria a la espalda- sepa que el ministro de industria las ha
señalado indirectamente como actoras principales de la subida.
(Central térmica Bahía de Algeciras)
Es una verdad parcial y, al mismo
tiempo, es una explicación política de urgencia que pretende identificar a un
culpable sin rostro –el elevado precio del gas- sobre el que se viertan las
iras de los que pagan y también de los que buscan rédito político de cualquier
cosa. Efectivamente, el mayor precio del gas natural es responsable de parte de
la subida del precio de la luz, que ha llegado a sobrepasar en algún momento
los 95 euros por Megavatio/hora cuando la ‘paz del mercado’ se alcanza con
cuarenta euros. Los precios se fijan para cada una de las 24 horas del día y lo
establece el último de la fila. Pero ¿quién es el último de la fila?
La lonja de la electricidad o
mercado mayorista funciona con una particularidad que la diferencia mucho de
las lonjas de pescado. Hay un orden en la fila para vender electricidad y ese
orden se establece por tecnología de producción. Es un orden creciente en precio
de manera que el último que consigue vender es el que fija el precio que sirve
tanto para ‘su’ electricidad como para todas las cantidades que se ofrecieron
antes a precios más bajos. De esta forma, el que acepta entrar a precio cero
sabe que el precio real que ingresará nunca será nulo porque vendrá determinado
por la última de las tecnologías que entren en función de la demanda que
exista. Como las últimas no entrarán a precio cero, tampoco las primeras
acabarán recibiendo un precio nulo.
Primero entran las que ofrecen su
electricidad a un aparente precio cero o muy reducido. El adjetivo ‘aparente’
es muy importante pero no es momento de detenernos en ello. Las empresas que
venden su electricidad a precio cero son las que utilizan energías renovables porque
la ley –en aras de su fomento- les otorgó (no sólo en España) prioridad de
vertido. Luego entran las centrales nucleares a vender su electricidad (lo
hacen en segundo lugar porque así se garantizan una venta segura ya que sus
reactores no pueden dejar de funcionar salvo que se programe su parada). Luego
lo hacen las centrales térmicas que utilizan carbón, estas lo hacen con un
precio más elevado. Finalmente (con un pequeño matiz para las centrales
hidráulicas de bombeo), entra el último de la fila que se llaman centrales de
ciclo combinado y utilizan el gas natural como parte de su combustible. Ahí
está el gas al que el Ministro apuntaba como el responsable de la subida de la
factura pues el precio de este combustible desde marzo del año pasado ha subido
extraordinariamente. Para ser exactos, el precio del gas ha pasado de los 1.959
dólares por ‘British Termal Unit’ a los 3.202 en Enero de 2017.
Las Centrales de Ciclo Combinado
se multiplicaron en España entre 2002 y 2011 principalmente. Implicaron inversiones
millonarias que no se ejecutaron con espíritu caritativo sino de lógico beneficio.
Estaban pensadas como “mecanismo de cierre del sistema eléctrico”. Entraban en
producción las últimas y sólo cuando la demanda se disparaba por frio o por
calor. Su tecnología le permitía, como a los coches, pasar de 0 a 100 en muy
poco tiempo para evitar que se produjesen apagones. El ‘boom’ de las energías
renovables dio al traste con esas expectativas de beneficio ya que las
renovables entraban antes, y lo hacían con una mayor cantidad año a año de
manera que la entrada en producción de ciclos combinados apenas era necesaria.
Sin producción no había ingresos y el nivel de enfado de sus propietarios se
disparaba si no fuese porque, en muchos casos, eran los mismos propietarios de
los parques eólicos. Véase el caso de Iberdrola.
Sin embargo y de pronto coinciden
tres circunstancias que añadir al mayor precio del gas natural. La primera y
más evidente la ola de frio no sólo en España –esto es importante- sino también
en centro Europa. La segunda es que la capacidad de intercambio de energía
eléctrica entre España y Francia a través de los Pirineos se ha multiplicado
desde octubre de 2015 cuando entró en operación el interconector entre los dos
países que permitía pasar de intercambiar 1.400 a 2.800 Megavatios. Esto supone
que España puede comprar más electricidad en Francia pero también Francia puede
comprar más electricidad en España. La tercera circunstancia es que siete
centrales nucleares francesas están en parada suponiendo que una tercera parte
de sus reactores nucleares están sin funcionar en un país en el que el 78 % de
la electricidad es nuclear y están pasando más frio que nosotros. De hecho
Francia se ha abastecido no sólo de España, también de Bélgica, Luxemburgo y
Alemania, por ejemplo. Más frío, más demanda (interior y exterior) y –ahora sí-
un precio más caro del gas explican por qué el precio de la luz –ese que pone
el último de la fila en entrar en el mercado- va a subir.
Con todo, demasiado complejo como
para que los ciudadanos decidan apedrear a las plantas de ciclo combinado que,
a fin de cuentas, son la barrera última frente a los apagones y las sufridoras
de la subida del precio del gas.