Con una diferencia pequeña de
días pero extrema en atención mediática, se han publicado los denominados
“papeles de Panamá” y el estudio de la Fundación FOESSA (Cáritas) titulado “La
transmisión intergeneracional de la pobreza: factores, procesos y propuestas
para la intervención”. Ambos son buenos retratos de la gente rica y de la gente
pobre; colectivos que han existido siempre en todos los sistemas económicos
pero de cuya importancia relativa sólo tenemos información desde el desarrollo
de las fuentes estadísticas en la segunda mitad del siglo XX. Precisamente por
esta razón no es posible hacer un análisis comparativo riguroso entre los ricos
y pobres en el sistema económico esclavista, feudal, liberal-capitalista o el
actual sistema económico mixto (estado y mercado).
Lo que sí es cierto es que el eco
mediático de los “papeles de Panamá” y el pequeño impacto del informe de
Cáritas responde perfectamente a la reprobación social de quien se adscribe a
la “sociedad opulenta” –usando el afortunado término de John Kenneth Galbraith-
(una reprobación quizá más por envidia de los que están fuera que por sus
valores o antivalores morales). Esta misma reprobación convive con cierta
conmiseración con las familias que viven atrapadas en la “trampa de la pobreza”
en mitad de una sociedad que ha decidido maltratar a la propia institución de
la familia.
Lo que se conoce de los “papeles
de Panamá” permite confirmar lo que ya se sabía aunque aporta el dato relevante
de su extraordinaria dimensión y el no menos importante de la transversalidad
de la doble moral; esa que permite dar lecciones desde el Parlamento o en la
gala de los premios Goya para luego coincidir no en Panamá, sino en las Islas
Vírgenes Británicas que son el verdadero Paraíso fiscal donde residen las
113.648 compañías del total de 214.488 sociedades creadas por el despacho de
abogados panameño Mossack Fonseca. Despacho que, por cierto, también tiene
presencia en Gibraltar; tema del que apenas se han ocupado los medios de
comunicación.
El discurso de “hay que subir los
impuestos a los ricos” se enfrenta a dos contradicciones terribles. La primera
es que con datos de la Agencia Tributaria de 2013 (los últimos disponibles)
sólo 4.553 contribuyentes declararon en España en el IRPF rendimientos
superiores a los 601.000 euros al año. Puede que sean los únicos con vergüenza
os los únicos que no fueron capaces de ocultar su dinero a través de Panamá o
similar. La otra contradicción es que con frecuencia, no pocos de los que
vehementemente piden subir los impuestos a los ricos son clientes habituales de
SICAVs o reputados usuarios de los paraísos fiscales.
Al tiempo que nos despachamos
diariamente con la ampliación de la lista de ricos y famosos de los “papeles de
Panamá”, Cáritas advierte que la brecha en la tasa de pobreza entre los hogares
sin menores y con menores es en España tres veces superior a la UE27. Y detalla
que la tasa de pobreza en los hogares sin menores es del 16%, mientras que
asciende al 28% en los hogares en los que hay menores, al 42% en el caso de
familias monoparentales con hijos y al 44% cuando las familias tienen tres o
más menores. El informe de Cáritas apunta a la muy deficiente atención que
recibe la población infantil en situación de pobreza frente a, por ejemplo, la
población anciana que sí tiene un sistema de protección más desarrollado que
bascula en las pensiones de jubilación.
Señala además y con valentía este
“contrainforme” de los “papeles de Panamá” el maltrato que recibe la
institución familiar y para reivindicarla se sirve de una acertada cita del
Papa Francisco en su reciente visita a Ecuador en la que sostenía que la
familia era “la primera escuela de los niños, el grupo de referencia
imprescindible para los jóvenes, el mejor asilo para los ancianos. La familia
constituye la gran riqueza social, que otras instituciones no pueden sustituir,
que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los
servicios que la sociedad presta a sus ciudadanos. Estos servicios que la
sociedad presta a los ciudadanos no son una forma de limosna, sino una
verdadera deuda social respecto a la institución familiar, que es la base y la
que tanto aporta al bien común de todos.”
En lo demás el informe de Cáritas
reivindica un mayor y mejor gasto público en atención a las familias. Siento
disentir en esta recomendación que si bien es la más rápida de articular no es
la única (tampoco el informe la reivindica como tal). Los economistas llamamos
“trampa de la pobreza” a la situación que atrapa a muchas familias que
prefieren la seguridad de percibir un pequeño ingreso público antes que buscar
una salida a su situación a través de un empleo que podría conllevar mayores
ingresos, pero también sería incompatible con percibir las prestación o los
beneficios de los programas de atención.
Sé que habrá quien se tome a mal
lo que escribo pero de la misma forma que el discurso de “hay que subir los
impuestos a los ricos” es inconsistente porque los ricos ya hace tiempo que
marcharon a los paraísos fiscales –Gibraltar sin ir más lejos-, tampoco es
adecuado acudir al presupuesto público como la única tabla de salvación de la
pobreza pese a la irresponsable deconstrucción de la institución familiar que
sufrimos.
La evasión de impuestos a
paraísos fiscales es uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos desde
hace décadas. El informe de la organización Tax Justice Network estimaba en
24 billones de euros el dinero total en paraísos fiscales en 2010. El
expresidente del Comité científico de la organización “Attack”, el economista
francés René Passet propuso la siguiente fórmula para acabar de un plumazo con
los paraísos fiscales; “dejar de reconocer los actos jurídicos firmados en esos
países”.
Respecto al problema de la
pobreza familiar, creo que se debe incorporar en las demandas de todos los que
estamos concernidos por la crisis de la familia, programas eficaces de lucha
contra la pobreza que cada vez más, aborden la salida de la misma por la vía de
la superación de la “trampa de la pobreza”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario