España es el principal productor
mundial de aceituna de mesa aportando el 24 % del total. Después de nuestra
Nación, los principales productores son Egipto, Turquía, Argelia y Grecia;
competidores con unos perfiles de precios y costes muy dispares.
En los últimos 25 años la
producción española de aceituna de mesa se ha multiplicado por cuatro a pesar
de que sólo entre 2010 y 2014, se perdieron 10.244 hectáreas de este cultivo
sólo en la provincia de Sevilla (que produce el 72 % de la aceituna de mesa de
Andalucía). La productividad de las empresas agrícolas del sector no cabe duda
de que ha aumentado en este tiempo (la superficie se reduce y la producción
aumenta en un periodo de tiempo suficientemente largo como para no atribuirlo a
factores climáticos).
La mayor parte de la producción
de aceituna de mesa (un 65 %) se exporta, genera unos 700 millones de euros, y
tiene como principales destinos EE.UU., Italia, Rusia, Alemania y Francia. Todo
este proceso de éxito comercializador está muy anudado a una profesionalización
creciente del sector cooperativo que agrupa a los productores y del que destaca
el grupo Manzanilla Olive especializado en la producción de aceituna manzanilla
y gordal. Sólo en 2015, este grupo cooperativo aportó un volumen de producción
de 30 millones de kgs, casi un 30% más que el año anterior. El economista
Manuel Rodríguez Gómez ha subrayado recientemente la importancia de las
cooperativas en la economía agraria.
Pero a pesar de estas cifras, el
sector afronta un futuro incierto como parece desprenderse del primer borrador
del documento “Diagnóstico sobre el sector de la aceituna de mesa en España”
publicado por la Dirección General de Producciones y Mercados del Ministerio de
Agricultura. Un comentario extenso de este documento es el que ha realizado el
director general del grupo cooperativo mencionado, Antonio J. Jiménez, en el nº
6 de la revista El Manzanillo que es de acceso libre en la red.
Del informe del Ministerio podría
desprenderse que parte del sector de la aceituna de mesa (la aceituna
manzanilla y la gordal) está vendiendo a pérdidas debido a los altos costes de
recolección y poda. Los costes de producción se cifran en 0.57 euros/kilo para
las explotaciones de regadío y en 0.75 para las de secano. Con estos datos son
varios los análisis que caben y no sólo contemplar cómo se acentúa el tránsito
desde el cultivo de estas variedades hacia la aceituna hojiblanca que resiste
un cultivo más mecanizado y barato.
Un primer análisis evidencia que
hay un desafío tecnológico que, por su propia naturaleza, no puede resolverse a
corto plazo. En definitiva, si se desarrolla una tecnología de recolección
eficaz (que no dañe a la aceituna en su recogida) y alcanza el nivel de
“tecnología madura en el mercado”, parte fundamental del problema se resolverá
al tiempo que se pierde parte importante del “carácter” social de este cultivo
que genera una importante cantidad de jornales. Naturalmente corresponde al
propio sector de la aceituna y a la industria de maquinaria agrícola, financiar
la investigación en proyectos de I+D+i hasta conseguir una tecnología que ha
resultado fallida hasta el momento.
Un segundo análisis consiste en
imitar el modelo griego de diferenciación de su producto. A pesar de que el
precio de la aceituna de mesa española está por debajo del de Grecia, la
penetración en el comercio internacional de la aceituna griega está siendo
mejor que la española gracias al éxito en la diferenciación de “su” aceituna
frente a las competidoras. Se trata de lo que desde la perspectiva técnica y
microeconómica se denomina “discriminación de precios de tercer grado”. Es
fácil entender la idea manejando el manual de “Microeconomía en casos”
coordinado por la profesora Rocío Román de la Universidad de Sevilla. En
esencia, cuando se consigue diferenciar un producto hasta el punto de que el
consumidor es muy sensible a esa “marca”, su demanda se hace más rígida y está
dispuesto a pagar un precio más alto. Naturalmente, el reto está en conseguir
financiar campañas de promoción a medio plazo sabiendo que cuando se trata de
un producto “a granel” ningún productor individual está dispuesto a asumir el
coste sabiendo que sus competidores se van a beneficiar igualmente de la
campaña que sólo él financia. Es el problema que los economistas llamamos de
“pasajero gratuito”. Quizá la solución haya que buscarla en los 304 millones de
euros que el programa de Desarrollo Rural Andaluz destina al subprograma
temático para el olivar.
Un último análisis sería el
incluir a la superficie de olivar (en general a toda la superficie arbórea
puesta en producción) como sumidero de emisiones de CO2. Esta propuesta
entroncaría directamente con uno de los tres pilares de la actual Política
Agraria Común. Específicamente, hay países que incluyen en el cálculo anual de
su Balance de emisiones el sector “Uso de la tierra, cambio de uso de la tierra
y silvicultura”. En aquellos en los que no existe una actividad de
desforestación importante, este sector aparece siempre con signo negativo, esto
es, actúa como un sumidero de dióxido de carbono como consecuencia de la
actividad fotosintética de árboles y plantas. Por su naturaleza, el secuestro
de CO2 que sería atribuible al sector del olivar es posible que sea pequeño
pero habría que ponerlo encima de la mesa antes de descartarlo como parte de la
solución al futuro de este sector productivo. Una solución que también pasa,
ineludiblemente, por la diferenciación de su producto y por la mecanización.