Hace diez años, en plena
embriaguez occidental provocada por la burbuja inmobiliaria, los representantes
de Gazprom –la gran empresa gasística controlada por el gobierno ruso- y los de
la empresa estatal “China National Pretoleum Corporation”, firmaron un acuerdo
de cooperación estratégica. Dos empresas de otros tantos países con una
particular percepción del tiempo.
En Occidente se ha ido implantando
desde finales de los años sesenta del siglo pasado el “presentismo” como modo
de vida. Lo que queremos, lo queremos ahora. Occidente no quiere esperar a
disfrutar de ninguna comodidad; la quiere inmediatamente. Pero el mundo es más;
es mucho más que Occidente, y en él existe un gigante llamado China, que cuando
toma decisiones lo hace pensando en el largo plazo. El largo plazo son cien
años. Me lo contó el catedrático Juan Torres cenando una noche.
Rusia es el primer exportador
mundial de energía y China es el primer consumidor del Planeta. Es el primer
consumidor y no sólo de materias primas energéticas. Lleva décadas
desarrollando acuerdos e inversiones para garantizar sus suministros. Primero
invirtió en África pero la sempiterna inestabilidad de ese continente les hizo
virar hacia Oceanía. Hoy China tiene grandes intereses económicos en Australia
y Nueva Zelanda. Ambos países ricos en recursos naturales.
China es también el principal
emisor de dióxido de carbono del mundo. Lo sabe y también sabe que si el
calentamiento global no se frena, será uno de los países más afectados por la
subida del nivel de aguas oceánicas provocando fuertes desplazamientos de la
población. Por esa razón se ha tomado en serio reducir su dependencia del
carbón como fuente de energía primaria para generar la electricidad. No está
del todo claro cuánto de intenso es el compromiso chino en reducir la
carbonización de su economía pero en el primer trimestre de este año 2014
redujo sus importaciones de carbón un 20 % respecto al año anterior.
China quiere garantizarse el
abastecimiento de gas para el futuro, tanto para sustituir su dependencia del
carbón como para no tener ningún factor que limite su crecimiento. Rusia
también quiere reducir su dependencia de sus clientes europeos en la
exportación de gas. La economía rusa depende fuertemente de sus ingresos por
exportación de energía y un 30 % del gas que exporta va hacia Europa, la mitad
a través de Ucrania. Esencialmente eso fue lo que les recordó el presidente
Putin a los catorce países comunitarios a los que remitió una carta el 14 de
mayo, en pleno conflicto con Ucrania.
Rusia y China han tardado diez
años es cerrar un acuerdo que suministrará anualmente 38.000 millones de metros
cúbicos de gas natural (el 22 % del consumo de China en 2013) procedentes de
Siberia. Tenían que ponerse de acuerdo en el precio, en la ruta de
abastecimiento y en la forma en la que China iba a participar en varios
proyectos con Rusia. Entre estas dos potencias no rige ni el “cortoplacismo
electoral” de Occidente –especialmente en China donde por no haber, no hay
elecciones- ni el “presentismo”.
El precio que se embolsará la
empresa rusa Gazprom por cada 1.000 metros cúbicos de gas vendido a China va a
rondar los 263 euros; por debajo de lo que Europa paga (278) y por encima del
precio (256) al que les suministran las exrepúblicas soviéticas de Kazajistan,
Uzbekistan y Turkmenistan.
La ruta por la que llegará el gas
ruso a partir de 2018 y para los próximos 30 años será a través del gasoducto
“Fuerza de Siberia” que entrará en China tomando como punto de referencia la
ciudad portuaria de Vladivostok. Esto obligará a Gazprom a desarrollar unas
inversiones de unos 40.000 millones de dólares de los que 16.000 los va a
adelantar la compañía china.
Me contaba un amigo a propósito
de las Elecciones Europeas y en plan distendido que después de esta operación,
a la Unión Europea sólo le ha faltado poner un whatsapp al presidente Putin
diciéndole “olvídate de lo que te hemos dicho sobre lo de Ucrania pero, por lo
que más quieras, no nos dejes sin gas que aquí en invierno hace tela de frío”.
Le respondí diciendo que
probablemente los propietarios del gasoducto Megdaz (Argelia-España) andarían
poniendo también whatsapps a los gobiernos finlandés, alemán, ucraniano,
italiano o francés contándoles “mirad tenemos una super tubería por la que
circula una cantidad de gas equivalente a la mitad de la que atraviesa Ucrania
procedente de Rusia”. Y que lo propio andarían haciendo los astilleros
españoles especializados en la fabricación de metaneros.
Naturalmente, todos desde
dispositivos móviles fabricados en China.
(*) Profesor Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla