(Fotografía: La Razón)
La actual crisis económica es mundial en cuanto que aplasta simultáneamente a muchas economías pero convive con la solvencia y el fuerte crecimiento de otros países hasta el punto de desplazar el mayor tráfico comercial al eje asiático. Allí radican los principales países emergentes (China, India, Malasia, Hong Kong o Indonesia). Junto a ellos hay que señalar a otras economías que o mantienen su ritmo de crecimiento o lo aceleran como es el caso de Oriente Medio o parte de Centro y Sudamérica en torno a Brasil, Méjico o Chile.
En esas áreas están depositadas las esperanzas de reactivar economías como la española y la andaluza y así se preña el discurso político económico y los esfuerzos diplomáticos.
La realidad no es tan sencilla como pudiera desprenderse de noticias que hablan con feliz frecuencia de concursos de ingeniería civil que ganan empresas españolas o nuevas plantas de energías renovables que también construirán empresas nacionales.
Lo primero que hay que decir es que las exportaciones andaluzas no llegan al 16 % del PIB regional, por tanto, la mayor parte de nuestra producción está orientada al mercado interior, cuya demanda sigue cayendo en picado desde 2008. El volumen de exportación de las empresas radicadas en Andalucía no llegó a los 23.000 millones de euros en 2011.
El problema no acaba ahí sino que más bien empieza. Los principales clientes son países cuyas economías están o estancadas o en recesión con la única salvedad de Alemania y es que las exportaciones andaluzas tuvieron como destino en 2011 Francia (2.105 millones de euros), Portugal (1.852), Alemania (1.791) e Italia (1.708). En definitiva, la mayor parte de las exportaciones tienen como destino un mercado maduro como es el que representan los países socios de la Unión Europea. Alguna excepción naturalmente hay como en los casos de Bulgaria (924 millones) o Bélgica (745). Todo ello junto al humillante destino de Gibraltar que, por razones fiscales, tuvo unas ventas de 850 millones de euros.
La gran esperanza asiática está por debutar. China sólo compró a las empresas radicadas en Andalucía por valor de 527 millones y de lejos le siguieron Malasia (75 millones), India (73), Hong Kong (53) e Indonesia (41).
La zona de Oriente Medio –hoy llena de albañiles españoles que levantan rascacielos que luego permanecen vacíos (sic)– se situó por detrás de la asiática con 129 millones facturados a los Emiratos Árabes Unidos y 100 millones a Arabia Saudí.
La ventaja del idioma y la cercanía cultural hizo de Hispanoamérica un mejor destino pero siempre muy por detrás de la Unión Europea. Por orden, los principales clientes fueron Méjico (374 millones), Brasil (252) y Chile (110).
Pero si el discurso de la necesidad de orientar nuestra economía y empresas al sector exterior no se corresponde con las cifras reales, mucho menos el tipo de negocios que frecuentemente aparecen vinculados a la marca Andalucía y es que lo que vendemos es «poco verde». En otros términos, bastante impopular a excepción de los productos agroalimentarios.
Nuestras principales exportaciones proceden de las refinerías de petróleo de Cádiz y Huelva. En conjunto, el sector vendió por valor de 3.781 millones de euros y tuvo como principal cliente a Estados Unidos. Esto es, nuestra principal industria exportadora por cifra de negocio es de las más contaminantes por volumen de emisiones de dióxido de carbono y, además, lo hace refinando una materia prima –el petróleo– que no es autóctona sino que se importa en su casi totalidad.
La imagen amable la ofrece el sector agroalimentario, que facturó por valor de 1.877 millones de euros siendo las principales provincias exportadoras Almería, Granada y Cádiz. El problema es que se trata de un sector que genera muy poco valor añadido. Por su propia naturaleza no tiene –a Dios gracias– componente tecnológico esencial.
Y volviendo a lo políticamente incorrecto, acabamos en tercer lugar con las exportaciones de minerales de Huelva por valor de 1.502 millones de euros que tuvieron como primer cliente a Bulgaria.
Esto es lo que hay. La economía andaluza tiene un perfil exportador muy bajo y en lo que lo tiene, políticamente provoca más el silencio que el orgullo. Así que tenemos lo que tenemos, es decir, dos cosas. Una industria regalada por la Providencia –el turismo– que los más rancios economistas llevan décadas diciendo que está en declive a pesar de la tozudez de los datos que dicen lo contrario. Y también tenemos un proceso de descapitalización humana que ve cómo los mejor preparados cogen las maletas para buscar trabajo en aquellos países donde su formación universitaria es mejor valorada que en el propio país donde se les paga con los impuestos de todos y la excelencia profesional de algunos.
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