Siempre es 20 de Mayo de 1976 en
esta fotografía que comparte conmigo mesa de trabajo y que atrapa
indeleblemente parte de mi infancia; de la mía y de la de todos sus retratados.
Me la regalaron Epifanio y Antonio (Beni).
Es 20 de Mayo de 1976 porque
inequívocamente lo dice la pizarra negra en la que la fecha del día es siempre
la primera inscripción; un día de verano presentido a juzgar por la vestimenta
de la figura central entorno a la cual se desparraman ordenadamente treinta y
tres niños –para ver a las niñas había que esperar al recreo-. La pizarra y los
niños mantienen una gran diferencia; aquella está escrita y sus vidas están por
escribir.
La figura central de la
instantánea es la de Don José Luis Parrilla Gallegos, maestro de educación
nacional de esos que se ganaron en Don de por vida así doblaran sus pupilos más
de cuarenta veces el almanaque ¡Qué pocos han reconocido el gran título
nobiliario -el Don o la Doña- con el que padres y alumnos han distinguido a sus
grandes maestros!
Es 20 de Mayo de 1976 y de las
paredes de la clase cuelgan el último mensaje del Generalísimo Franco y el
primero del Rey Juan Carlos.
Algo de raro hay. La mirada seria
de Don José Luis no conjuga con la casi general y espontánea sonrisa de los
niños. No hace ni un año del terrible crimen de los Galindos que durante tanto
tiempo afligió la vida del Pueblo de Paradas.
En la parte izquierda de la
pizarra hay unas incipientes ecuaciones lineales que, a falta de poner la ‘x’
como incógnita, dejan un hueco donde ha de resolverse la cuestión aritmética.
El resto de la pizarra es una lección de geometría y de métrica trazada con
líneas rectas propias de un pulso firme. La rectitud era un valor que emanaba
de la tiza sostenida por este maestro que hacía Patria en mangas de camisa.
Don José Luis sabía que la
educación era el más eficaz mecanismo de dinamismo social. Por eso y por muchas
cosas más, los chiquillos que lo rodeaban ahora podemos repetir las palabras que
utilizó Isaac Newton; ‘Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a
hombros de gigantes’.
La pizarra se cierra con un
ejercicio matemático que pide poner orden de mayor a menor en un puñado de
números. Aunque con mucho por decir, su número era el mayor.
Hombre de arraigada Fe y padre de
familia ejemplar, ahora le ha visto la cara a la Virgen de los Dolores. En ella
encontrarán alivio su esposa, su Hija Mari Carmen y su hijo Pablo; túnica vieja
de la misma devoción.
Hasta luego, maestro. Si Dios
quiere.
José Manuel Cansino Muñoz-Repiso
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