La 'Grandeur' francesa no iba a dejar pasar la oportunidad de exhibirse
mundialmente ante el reto que había aceptado Francia de conseguir un acuerdo
global en la lucha contra el Cambio Climático; un acuerdo que se había
resistido a los intentos de años anteriores por lograr un texto que sustituyese
al Protocolo de Kioto aprobado en 1997.
A las 19.26 horas del pasado sábado, el ministro de exteriores francés, Laurent
Fabius, preguntaba a los representantes de los 196 países allí reunidos si
tenían algún reparo al texto de 10 páginas que acaba de leer. La ausencia de
reparos dio paso a un aplauso general al texto que tendrá fuerza legal cuando
lo ratifiquen, al menos, 55 de los países que sumen el 55 % de las emisiones
globales de Gases de Efecto Invernadero. El plazo de ratificación se extenderá
entre el 22 de abril de 2016 y el 21 del mismo mes del año siguiente. La sede
física de la ratificación será la ciudad de Nueva York que acoge la sede la
ONU.
Sin embargo, aún hay un exceso de euforia en los primeros análisis pues están
demasiado apagados a las lecturas 'oficiales' hechas por los patrocinados del
acuerdo. La que despunta como primera y más importante objeción es que quedan
excluidas de la obligatoriedad del acuerdo las contribuciones concretas de cada
nación a la mitigación de sus propias emisiones. Sin duda es una cuestión clave
que debe entenderse en clave no muy negativa pues una vez que cada país fije su
contribución exacta a la reducción de gases de efecto invernadero se convertirá
en obligatoria desde un punto de vista internacional. Esta novedad debe
analizarse con interés pues, de confirmarse, sería una gran diferencia si se
compara con los dos grandes acuerdos previos; el citado Protocolo de Kioto de
1997 y el Acuerdo de Copenhague de 2009. En ambos casos, los países firmantes
no incluidos en los denominados 'anexos 1', fijaban acuerdos (más o menos
cuantificarlos) de reducción de emisiones que no eran internacionalmente
exigibles. Esto era tanto como evitar sanciones en caso de incumplimiento.
El acuerdo de París reforzará la transición de las economías del mundo hacia
sistemas productivos poco contaminantes y, consecuentemente, menos dependientes
de los combustibles de origen fósil (cuya combustión es la responsable
principal de emisiones de gases de efecto invernadero). Desde la perspectiva
empresarial sigue en la línea de ofrecer oportunidades a las empresas que
promueven mejoras en el ahorro de consumo energético y en la producción de
energía limpia; esto último es compatible con un previsible retorno de algunos
países al uso de la energía nuclear. En cualquier caso, estamos todavía muy
influidos por las lecturas triunfalistas del Acuerdo de París.
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