Con la subasta del pasado jueves el Tesoro español ha colocado ya en el mercado deuda suficiente para afrontar los pagos en lo que queda de 2012. La cantidad total de deuda colocada ha sido de más de 4.760 millones de euros.
Hay tres hechos relevantes en esta última subasta que merecen ser espigados.
El primero y más evidente es que la necesidad de acudir a un rescate sigue desvaneciéndose aunque persistan voces que le atribuyen unas propiedades salvíficas que no han tenido para ninguno de los países rescatados. Ni Grecia, ni Irlanda ni Portugal han podido volver a financiarse en los mercados.
El segundo hecho relevante es menos inmediato pero igualmente importante. Me refiero a la estructura de vencimientos de la deuda que se acaba de colocar. Se trata en buena medida de deuda pública a medio y largo plazo (3,5 y 20 años), esto es, la más difícil de colocar porque los compradores son más reticentes ante el posible riesgo de impago cuanto más largo es el plazo de amortización. Lo contrario, es decir, emitir deuda a corto plazo (letras del Tesoro) para pagar los vencimientos de la deuda a medio y largo plazo, es verdaderamente peligroso y debe encender las alarmas de rescate inminente. No es así para el caso español. Hemos recuperado bastante confianza internacional a pesar de que nuestra economía sigue decreciendo y conseguimos que nos presten dinero a más de tres años.
El tercer hecho es verdaderamente inquietante y no debe pasar por alto. Me refiero a la emisión de bonos a veinte años que incluía la subasta del pasado jueves. En concreto 731 millones de euros del total de 4.760 millones que emitió el Tesoro, tienen un vencimiento a veinte años. Un plazo de amortización inusual y extraordinariamente largo que, aún así, ha conseguido colocarse aunque, naturalmente, a una rentabilidad más alta. Concretamente el Tesoro ha tenido que pagar una rentabilidad promedio del 6,4% por estos bonos.
La lectura trivial del asunto es que la confianza de los mercados en la solvencia de la economía española es muy buena porque está dispuesta a confiar en que dentro de veinte años estaremos en condiciones de devolver los 731 millones de euros que nos acaban de prestar.
Pero, un comentario anónimo aparecido en un medio de comunicación especializado nos ponía sobre la pista de la siguiente hipótesis.
Como es sabido, en los últimos años, la estructura de tenedores de la deuda pública española (las entidades que nos compran la deuda) ha cambiado. Ahora no son mayoritariamente bancos extranjeros los que la compran, sino bancos nacionales que primero le piden prestado el dinero al Banco Central Europeo a un tipo de interés bajísimo y luego compran la deuda obteniendo una rentabilidad mayor.
Imaginemos que un gran banco diseña el siguiente negocio. Se trataría de un banco de estos que están al quite y dispuestos a comprar deuda en cada subasta con tal de no dejar la reputación española por los suelos (una emisión sin cubrir sería letal para nuestra credibilidad).
Entre sus clientes está una gran empresa aseguradora (o varias) con una cantidad importante de dinero procedente de las primas pagadas por sus asegurados al que le quiere sacar una rentabilidad alta. La necesidad de liquidez del dinero de la aseguradora es mínima. Sólo tienen que pagar a sus asegurados cuando se produzca la contingencia, por ejemplo, cuando alcancen una determinada edad. De manera que están interesadas en obtener una buena rentabilidad para una cantidad importante de dinero de la que no tienen necesidad de disponer a corto ni medio plazo.
Entonces el banco, sabedor de la intención de su cliente –la empresa aseguradora– decide ofertar un fondo de inversión de rentabilidad fija pero muy alta, lo que en principio no suele ser fácil.
Así que el banco, que siempre está al quite para echar una mano al Tesoro cuando hace falta, pero con dinero del Banco central Europeo, influye para que el Tesoro emita una importante cantidad de bonos con un vencimiento a veinte años que serán el cautivo subyacente del Fondo de Inversión que ofrecerá el banco a su cliente. Sigamos imaginando que el Tesoro acepta (porque sabe que la emisión va a cubrirse) y emite el bono.
En este caso, el banco ha conseguido una rentabilidad muy alta comprando con dinero que ha pedido prestado a bajo interés. Compartirá esta rentabilidad con la empresa aseguradora pero los intereses los tendremos que pagar con nuestros impuestos y con los impuestos de nuestros hijos.
¿Suena muy extraño, verdad? Pues pregúntense cuántos bonos a 20 años se han emitido últimamente.
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