LOS desequilibrios financieros mundiales han estado en el origen de las burbujas financiera e inmobiliaria que estallaron en agosto de 2007.
El exceso de ahorro de países como China y otros países exportadores de materias primas financió el consumo y la inversión (buena parte en inmuebles) de países como EEUU, Reino Unido, Australia o la propia España.
La derogación de la Ley Glass-Steagal en 1999 permitiendo la fusión de la banca comercial y la de inversión en EEUU, junto a la ineficiencia demostrada por las agencias de calificación de riesgo (en la práctica un oligopolio), permitieron que los bancos de los países con un fuerte superávit por cuenta corriente encontrasen unas rentabilidades elevadas para sus clientes en activos sin prácticamente riesgo.
Esta combinación (tipos de interés elevados y activos con excelente calificación del tipo AAA) era una contradicción en términos. Pero una contradicción que alojó en su seno la vorágine especulativa desatada por una ingeniería financiera, que puso a las hipotecas tóxicas (las subprime) como activo subyacente de unos productos financieros completamente opacos.
Un mercado financiero mundial del que habían ido desapareciendo paulatina y progresivamente las trabas a los movimientos de capitales (con una orden telemática cambiaban de manos cientos de millones de dólares) vio como el dinero se movía con arreglo a la elemental lógica financiera. Fluía desde quienes lo tenían (China y demás economías emergentes y exportadoras de materias primas) hacia quienes lo necesitaban.
Pero el dinero se movía, no se olvide, buscando la mayor rentabilidad (la deuda soberana se despreciaba en gran medida) y el menor riesgo (del que se ocupaban las agencias de calificación).
Tres años después de que se secase el mercado de papel comercial en EE.UU. los bancos siguen ajustando sus balances a los precios de mercado; unos precios que aún se ignoran en buena medida. No se engañe nadie, hasta que no se sepa cuánto valen los activos de cada banco el crédito seguirá sin fluir o lo hará a cambio de garantías muy altas.
El desequilibrio original, sin embargo, permanece. En agosto de este año el déficit comercial de EE.UU. con China representaba el 60% de su déficit comercial total, cifra que equivale al 1,7% del PIB estadounidense. Conjúguese este dato con el del crecimiento acumulado de aquel país en lo que llevamos de 2010, un 11,9%.
En definitiva, los países que desde 2000 pusieron sus ahorros en las actuales economías en crisis, siguen teniendo dinero de sobra y ganas de colocarlo en activos rentables y seguros. Se buscan activos que sustituyan a los hipotecarios, así que el riesgo de nueva burbuja financiera sigue al acecho.
Una posibilidad que cobra cada vez más relevancia es la inversión en el mercado de determinadas materias primas (commodities). Naturalmente no en todas. Por ejemplo, la especulación en el mercado de petróleo parece contenida.
Sin embargo, el mercado de los bienes de alimentación no parece muy lejos de la tentación especulativa. Productos financieros como los CFD facilitan esta práctica. El profesor Juan Torres los ha definido con acierto como instrumentos de muerte.
Los Contract for difference (CFD) están en la base de productos financieros cuyos activos subyacentes son commodities. Se trata de un contrato que tiene como subyacente un activo negociado al contado (soja, trigo, maíz, café, azúcar, petróleo, oro, gas natural …). No es otra cosa que una versión sofisticada de contratos tradicionales agrícolas en los que se acuerda un precio fijo para la cosecha. Luego se pierde o se gana según evolucione el precio del mercado llegado el momento de la recolección.
El mercado de oro muestra que esta materia prima se ha convertido en un valor seguro con una expectativa de revalorización muy alta, casi tanto como hasta hace poco la revalorización de los inmuebles. Muchas joyerías se están apalancando preocupantemente con la esperanza puesta en una revalorización permanente del oro que compran. Si el mercado se acaba dando la vuelta, pronto veríamos el cartel de "se traspasa" donde ahora cuelga el de "se compra oro".
A pesar de que China acaba de elevar sus tipos de interés para frenar la guerra de divisas con EE.UU., los desequilibrios financieros mundiales persisten. Persiste también la natural búsqueda de rentabilidad de quien ahorra o de quien le gestiona el ahorro. Los joyeros lo saben.
¿Acabaremos sustituyendo con el mismo grado la especulación inmobiliaria por la especulación con materias primas como los alimentos o el agua? De momento el cartel dice que se compra oro y que se paga caro.
El exceso de ahorro de países como China y otros países exportadores de materias primas financió el consumo y la inversión (buena parte en inmuebles) de países como EEUU, Reino Unido, Australia o la propia España.
La derogación de la Ley Glass-Steagal en 1999 permitiendo la fusión de la banca comercial y la de inversión en EEUU, junto a la ineficiencia demostrada por las agencias de calificación de riesgo (en la práctica un oligopolio), permitieron que los bancos de los países con un fuerte superávit por cuenta corriente encontrasen unas rentabilidades elevadas para sus clientes en activos sin prácticamente riesgo.
Esta combinación (tipos de interés elevados y activos con excelente calificación del tipo AAA) era una contradicción en términos. Pero una contradicción que alojó en su seno la vorágine especulativa desatada por una ingeniería financiera, que puso a las hipotecas tóxicas (las subprime) como activo subyacente de unos productos financieros completamente opacos.
Un mercado financiero mundial del que habían ido desapareciendo paulatina y progresivamente las trabas a los movimientos de capitales (con una orden telemática cambiaban de manos cientos de millones de dólares) vio como el dinero se movía con arreglo a la elemental lógica financiera. Fluía desde quienes lo tenían (China y demás economías emergentes y exportadoras de materias primas) hacia quienes lo necesitaban.
Pero el dinero se movía, no se olvide, buscando la mayor rentabilidad (la deuda soberana se despreciaba en gran medida) y el menor riesgo (del que se ocupaban las agencias de calificación).
Tres años después de que se secase el mercado de papel comercial en EE.UU. los bancos siguen ajustando sus balances a los precios de mercado; unos precios que aún se ignoran en buena medida. No se engañe nadie, hasta que no se sepa cuánto valen los activos de cada banco el crédito seguirá sin fluir o lo hará a cambio de garantías muy altas.
El desequilibrio original, sin embargo, permanece. En agosto de este año el déficit comercial de EE.UU. con China representaba el 60% de su déficit comercial total, cifra que equivale al 1,7% del PIB estadounidense. Conjúguese este dato con el del crecimiento acumulado de aquel país en lo que llevamos de 2010, un 11,9%.
En definitiva, los países que desde 2000 pusieron sus ahorros en las actuales economías en crisis, siguen teniendo dinero de sobra y ganas de colocarlo en activos rentables y seguros. Se buscan activos que sustituyan a los hipotecarios, así que el riesgo de nueva burbuja financiera sigue al acecho.
Una posibilidad que cobra cada vez más relevancia es la inversión en el mercado de determinadas materias primas (commodities). Naturalmente no en todas. Por ejemplo, la especulación en el mercado de petróleo parece contenida.
Sin embargo, el mercado de los bienes de alimentación no parece muy lejos de la tentación especulativa. Productos financieros como los CFD facilitan esta práctica. El profesor Juan Torres los ha definido con acierto como instrumentos de muerte.
Los Contract for difference (CFD) están en la base de productos financieros cuyos activos subyacentes son commodities. Se trata de un contrato que tiene como subyacente un activo negociado al contado (soja, trigo, maíz, café, azúcar, petróleo, oro, gas natural …). No es otra cosa que una versión sofisticada de contratos tradicionales agrícolas en los que se acuerda un precio fijo para la cosecha. Luego se pierde o se gana según evolucione el precio del mercado llegado el momento de la recolección.
El mercado de oro muestra que esta materia prima se ha convertido en un valor seguro con una expectativa de revalorización muy alta, casi tanto como hasta hace poco la revalorización de los inmuebles. Muchas joyerías se están apalancando preocupantemente con la esperanza puesta en una revalorización permanente del oro que compran. Si el mercado se acaba dando la vuelta, pronto veríamos el cartel de "se traspasa" donde ahora cuelga el de "se compra oro".
A pesar de que China acaba de elevar sus tipos de interés para frenar la guerra de divisas con EE.UU., los desequilibrios financieros mundiales persisten. Persiste también la natural búsqueda de rentabilidad de quien ahorra o de quien le gestiona el ahorro. Los joyeros lo saben.
¿Acabaremos sustituyendo con el mismo grado la especulación inmobiliaria por la especulación con materias primas como los alimentos o el agua? De momento el cartel dice que se compra oro y que se paga caro.
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