En mitad de un calor sólo combatido por la comodidad de la
climatización del Salón de Grados de la Facultad de Económicas de la
Universidad de Sevilla, acaba de ser recibido con gran dignidad el economista
don Juan Velarde Fuertes en la Academia Andaluza de Ciencias Sociales y del
Medio Ambiente que preside el catedrático de matemáticas, Antonio Pascual. Lo
ha hecho como académico de honor, máxima distinción sólo compartida hasta ahora
con el cardenal Amigo Vallejo.
Aunque Sevilla es ciudad rica en tradiciones, principalmente
anudadas a la liturgia de la Semana Santa, no es una de ellas la de ver a
señores académicos vestidos de frac en una facultad donde buena parte de los
alumnos se examinan en bermudas y chanclas. Siempre es oportuno recordar la
aportación a la Ciencia de alguien y no darla por conocida, primero por mor de
las generaciones más jóvenes, pero también para todos aquéllos que están
convencidos de que Ramón y Cajal fueron dos inventores muy importantes, o por
aquellos profesores de Historia que no saben explicar a sus alumnos quién fue
Blas de Lezo porque no lo conocen.
(De izqda a derecha, Lagares, Carmen Núñez -Decana de Económicas, Pascual, Velarde y Fdez-Arufe)
En un acto presidido por el Consejero de Empleo y
Catedrático de Universidad, José Sánchez Maldonado, el memorial de méritos o
«Laudatio» que avalaban al profesor Velarde para recibir la distinción
correspondió al académico don Manuel Lagares Calvo, hacedor de las últimas y
más importantes reformas fiscales en nuestra Nación. Una «Laudatio» en la que
no sólo se centró en sus aportaciones científicas, responsabilidades
profesionales y académicas, sino también en su prolífica labor de divulgador
que inició de manera sistemática en la sección de Economía del diario «Arriba»
y luego continuó en muchos otros medios. Precisamente fue una profesora de
Economía de la Universidad de Sevilla, la profesora Palma Gómez-Calero quien, a
propuesta del profesor Camilo Lebón, dedicó su tesis doctoral a la obra
periodística de Velarde.
Velarde habló de los economistas no andaluces que se habían
afanado en intentar resolver los problemas económicos de Andalucía desde el
limeño Pablo de Olavide, Jovellanos y su contribución a la incorporación
laboral de las mujeres andaluzas, hasta el momento sujetas a unas limitaciones
férreas, Ramón Carande o Marjorie Grice-Hutchinson, usando como hilo conductor
la lucha contra la pobreza. Precisamente hablando de este problema y en una
economía que durante siglos fue esencialmente agrícola, se refirió a las
trabajos de Ramón Carande en el Instituto de Estudios Políticos cuando el
célebre economista era consejero nacional de Falange en 1941 y estudiaba la
reforma agraria sobre la base de los trabajos de Pascual Carrión y el
pensamiento de José Antonio Primo de Rivera. Era en esa economía agraria regada
por la pobreza en 1956 cuando todavía se pagaba a 15 pesetas el jornal en los
campos de algodón. Los braceros habían de estar en el tajo al ser de día,
salían de noche y para regresar a casa tenían que poner señales, pues no
reconocían el camino de otra forma. A los más pequeños, incapaces de llevar
tres surcos de algodón hacia delante, les pagaban tres pesetas menos de manera
que entre la familia suplían el resto para que también pudiese recibir el
jornal completo de las quince pesetas. Con frecuencia la cena era un trozo de
pan y una sardina.
Para sacar a Andalucía y al resto del agro español de esa
situación de necesidad de pusieron en marcha medidas muy importantes como el
Instituto Nacional de Colonización que, sólo en Andalucía, creó unos cien
pueblos en el Valle del Guadalquivir. Una reforma agraria de la que está
prohibido hablar por el estigma ideológico de quienes la impulsaron tomando
como referencia la experiencia fascista en el Agro Pontino y los «kibutz»
israelíes por aquel entonces muy exhibidos por la social democracia. Al frente
de la arquitectura de los pueblos de colonización estuvo José Tamés, destacando
también el arquitecto José Luis Fernández del Amo.
Como decía Ismael Medina, el profesor Velarde, nacido en
1927 y pese al fuerte torrente de voz sobre el que descansan sus
intervenciones, está en primera línea de la generación que se despide en mitad
de una cultura –la Occidental– que sólo venera la juventud.
Velarde volvió a hacer un alegato contra el proteccionismo
económico precisamente ahora que vuelven a alzarse voces que lo reivindican
argumentando que los beneficios económicos del libre comercio van parejos con
la concentración de riqueza.
Finalizó con un mensaje de esperanza usando las palabras de
Keynes con las que cierra su «Teoría General», tarde o temprano son las ideas y
no los intereses creados los que determinan el futuro.